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Foto: elTOQUE.

¿Son China y Vietnam la alternativa para Cuba?

21 / febrero / 2023

Un académico posee una formación especializada que emplea para producir conocimiento fiable sobre alguna esfera o problema de la realidad. Lo hace mientras procura apego al rigor metodológico y a la evidencia empírica. Un intelectual —noción que reúne a ciertos académicos, artistas y escritores— difunde ideas en el espacio público para acompañar alguna causa. Ambas identidades —académico e intelectual— a veces coinciden en una misma persona. Una dualidad que, sin embargo, no siempre asume o transparenta.

A veces los académicos operan como intelectuales, pero no siempre asumen las publicaciones e intervenciones públicas como narrativas que mezclan un análisis de la realidad con una posición subjetiva ante ella. A menudo las presentan como posturas neutras, técnicas e inapelables. Cuando ello sucede, se hace difícil deslindar hasta dónde llega la evidencia empírica —lo que arroja la realidad— y hasta dónde las elecciones normativas —lo que se cree que debería ser— del discursante. 

El debate en torno a la crisis cubana reproduce hoy esas confusiones epistémicas y sesgos políticos. En el sector reformista de la economía —en los campos de la investigación y del empresariado emergente—, las críticas al modelo de socialismo de Estado vigente van con frecuencia acompañadas de elogios a las reformas de China y Vietnam. Si se analizan los éxitos de los procesos asiáticos en la creación de riqueza y transformación de la estructura socioeconómica, está claro que superan la desastrosa realidad cubana.

Ambas naciones han logrado transformar su estructura social y productiva. Migraron de países rurales muy atrasados a economías industrializadas con amplias clases medias. China, con su potencial demográfico, productivo y territorial es hoy la segunda potencia global. Vietnam, ayer azotado por guerras y hambrunas, exporta hoy alimentos y equipos de alta tecnología. 

Pero el progreso del reformismo autoritario no es especialmente virtuoso si se evalúa cómo los avances han ido de la mano de retrocesos en derechos. Los rasgos represivos de los modelos chino y vietnamita (violación de derechos civiles, falta de libertades políticas, déficit de rendición de cuenta) no solo se han mantenido incólumes, sino que se han ampliado —como muestra el auge de los mecanismos de control social y tecnológico, así como el espionaje a naciones democráticas—.

Los niveles y formas de corrupción y las carencias de gestión han sido reconocidos incluso por economistas que celebran el éxito del modelo[1]. La traducibilidad y adaptación a escala en Cuba de los factores idiosincráticos e institucionales específicos de China y Vietnam no es un tema de fácil abordaje. Sobre el asunto se discute poco en el campo intelectual y empresarial reformista identificado con la alternativa asiática

Incluso en trabajos recientes de especialistas como Carmelo Mesa-Lago, cuya obra intelectual y trayectoria personal lo convierten en el principal y más serio estudioso de la economía cubana —con el consiguiente recelo de la burocracia cubana—, las referencias elogiosas a los casos de China y Vietnam asoman con un saldo problemático. Por un lado, Mesa-Lago basa su análisis con base en una profusa consulta de datos y expertos sobre las reformas en aquellas naciones, lo cual deja mal parado al modelo de economía estatizada vigente en la isla. Por el otro, pese a que ha defendido siempre un modelo keynesiano con democracia, expresiones como la siguiente parecen sugerir una alternativa a la élite dirigente:

«He probado que el modelo chino-vietnamita tiene la capacidad de salvar a Cuba del caos actual y de la situación que ha vivido desde los años noventa, y enrumbarla en la senda del desarrollo económico-social sostenible. Además podría hacerlo manteniendo el poder del Partido Comunista».

La opinión no alcanza para superar el pesimismo al señalar que, «si es difícil que Cuba adopte el modelo chino-vietnamita, más lo será transitar a un modelo de economía híbrida con democracia».

Economistas progresistas como Thomas Piketty y Mauricio de Miranda han señalado, respectivamente, la importancia para el marco global e insular de no disociar economía y política, análisis experto y apuesta democrática. Piketty recuerda en su obra Capital e ideología que las nociones con las que se lee y se transforma el mundo —los mercados, los salarios, el capital y la competencia— son construcciones sociales e históricas. Que «refieren ante todo a las representaciones que cada sociedad tiene de la justicia social y de la economía justa, y de las relaciones de fuerza político-ideológicas entre los diferentes grupos y discursos implicados».

Mauricio de Miranda ha expuesto con claridad en sus análisis en La Joven Cuba cómo los socialismos de Estado clásicos —incluido el cubano— han compartido con sus homólogos reformados del Asia comunista la existencia de una élite poderosa que fusiona poder político, económico y cultural; un dominio que va de la mano del pisoteo del derecho a tener derechos de la mayor parte de la ciudadanía. 

Sin embargo, en el enfoque de los reformistas (selectivos) económicos se repiten, una y otra vez, ciertos mantras sobre la forma y sustancia del cambio ordenado y estable. A continuación, cuestiono tres ideas subyacentes detrás del enfoque. 

1- Etapismo en los cambios. El enfoque de los propugnadores de la alternativa asiática parece reproducir las taras de la teoría de modernización, en la cual el desarrollo de una liberalización económica conduciría a la postre a la democratización política. O, de modo más descarnado, sugieren que lo que Cuba necesita es más mercado y consumo, lo cual sacrificaría a la ciudadanía. Los estudios recientes[2] sobre el legado poscomunista en países europeos desmienten la lectura determinista. La experiencia de un país pequeño y vecino como Costa Rica[3] —donde el desarrollo socioeconómico y la calidad democrática han tenido sana retroalimentación durante el último medio siglo— demuestra también que no hay por qué enamorarse de un autoritarismo asiático, lejano a la geografía, cultura y sociedad latinoamericanas. Hoy proponen convertir a Cuba en China o Vietnam, ¿por qué no aspirar a ser Panamá o Uruguay? 

2- Selectividad en los derechos. Para quienes proponen el modelo chino o vietnamita habría que privilegiar los derechos de propietarios y consumidores, en vez del de los trabajadores y, en sentido amplio, de los ciudadanos. Cuando se propone la alternativa asiática, la situación aparece en el horizonte. Es una interpretación curiosamente similar —en cuanto a su escamoteo de libertades y apoyo al orden— a la agenda de los neoliberales que sostuvieron las dictaduras chilena y argentina con la promesa de la ulterior prosperidad general detrás de la privatizacion y el ajuste. Lo que, en el actual escenario de descapitalización, reducción del gasto social y deterioro de las condiciones de vida de la mayoría de la población cubana la condenaría a seguir esperando, de manera disciplinada, a que se generase la supuesta derrama detrás del crecimiento prometido. 

3- Jerarquización de los actores. Se concede a los gobernantes el tiempo, la capacidad y la voluntad para rectificar el rumbo y acometer las reformas sugeridas. No importa que se haya demostrado la falta de calidad de una élite y un diseño institucional incapaces de promover el bienestar general de la nación. Los defensores de la alternativa asiática siempre confían en que, dentro de sus filas, aparecerá el reformador. Mientras tanto, las urgencias y reclamos de los sectores populares son solo interpretados como presiones para la reforma desde arriba. ¿No sería deseable defender, al unísono de la apertura a la inversión capitalista, nativa o extranjera, las urgencias y agencias de los trabajadores estatales y privados, los emprendedores no enchufados, los pequeños campesinos, los jubilados? 

La teleología de construir el capitalismo para después, si acaso, traer la democracia; el escamoteo (consciente o no) de una ciudadanía integral que privilegia el derecho de los llamados emprendedores y sus socios nativos y extranjeros; y el cheque en blanco al sector modernizador (neocapitalista) de la élite y el desprecio a los sectores explotados. Todos son efectos derivados de la apuesta por el modelo chino o vietnamita que goza de tan buena prensa en segmentos de la opinión pública cubana. 

Una propuesta que, si de probabilidades se habla, se muestra tan remota y escasa como la de una transición simultánea hacia la economía de mercado con democracia política. A fin de cuentas, si de celebrar recetas iliberales se trata, ¿cuántas China y Vietnam existen hoy en África o Latinoamérica? ¿No ha sido acaso la represión política sin progreso económico la forma adoptada por la mayor parte de los autoritarismos existentes?

Añado un último factor. Si un tecnócrata autoritario del Instituto Stolypin o un profesor emérito de la academia China propusieran semejante vía habría plena coherencia entre el proponente y lo propuesto. Pero cuando lo hacen académicos o empresarios cobijados por las instituciones y derechos de una sociedad abierta —en EE. UU., Europa o Latinoamérica— la cuestión cambia. Proponen a otros un modelo en el cual no viven. Hay cierta disonancia entre las condiciones de posibilidad —vida cotidiana y desarrollo profesional— y el contenido —reforma económica con mantenimiento de la dictadura— de quienes defienden hoy, para Cuba, la alternativa asiática

La gravedad de la crisis cubana —responsabilidad directa de las decisiones de su depredadora élite dirigente, empotrada por seis décadas sobre la política y sociedad insulares— torna difícil tanto la propuesta economicista del reformismo asiático como la agenda integral de transición económica y política. Si así de incierto es el futuro, es preferible acompañar desde este momento las propuestas que enuncien la mayor cantidad de beneficios para la mayor cantidad de personas. Porque la naturaleza humana se expresa en la integralidad de individuos y comunidades no escindibles en sus dimensiones y metas. Como recuerda otro afamado economista:

«Se necesitan políticas para un crecimiento sostenible, equitativo y democrático. Esta es la razón del desarrollo. El desarrollo no consiste en ayudar a unos pocos individuos a enriquecerse o en crear un puñado de absurdas industrias protegidas que solo benefician a la elite del país (…). El desarrollo consiste en transformar las sociedades, mejorar las vidas de los pobres, permitir que todos tengan la oportunidad de salir adelante y acceder a la salud y a la educación. Este tipo de desarrollo no tendrá lugar si solo unos pocos dictan las políticas que deberá seguir un país. Conseguir que se tomen decisiones democráticas quiere decir garantizar que un abanico de economistas, funcionarios y expertos de los países en desarrollo estén activamente involucrados en el debate. También implica una amplia participación que va bastante más allá de los expertos y los políticos» [4].

El desarrollo integral de un país se sutenta en instituciones inclusivas, en las cuales la modernización socioeconómica, el Estado de derecho y la participación política autónoma de la ciudadanía vayan de la mano[5]. Como ha señalado Amartya Sen y otros especialistas, los modelos autoritarios —en la inmensa mayoría de experiencias verificables— dificultan la capacidad de corrección de las políticas decididas desde arriba por sus élites, con especial impacto para los sectores más desfavorecidos.

Las personas no tienen por qué ser obligadas a elegir entre el progreso material, la justicia social y la libertad política. Comprender lo anterior es, en simultáneo, la constatación realista de una experiencia histórica y la apuesta utópica por una elección civil. 


[1] Milanovic, B. (2019). Capitalism, Alone: The Future of the System That Rules the World, Harvard University Press.

[2] Magyar, B. y Madlovics, B. (2020): The Anatomy of Post-Communist Regimes: A Conceptual Framework, Budapest-New York: CEU Press.

[3] De hecho, en la obra del profesor Carmelo Mesa-Lago, en temas como la política social hay una ponderación adecuada del modelo costarricense frente a la impronta estatista del cubano y el legado neoliberal chileno.

[4] Stiglitz, J. (2002). «Hacia una globalización con un rostro más humano», en El malestar de la globalizacion, Taurus, Madrid.

[5] Acemoglu, D. y Robinson, J. A. (2019). The Narrow Corridor: States, Societies, and the Fate of Liberty, Londres, Penguin Press.

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Blackberry

Perdóneme licenciado pero, tampoco nos diga que realmente cree la idea de que en la sociedad democrática capitalista todos tienen los mismos derechos en la realidad. No hablemos de leyes o discursos
Blackberry

jose dario sanchez

estimado: Cuba ,en 1958 era un Pais,vietnam era una selva y china el oeste salvaje.No debemos,para salir de esta hecatombe,retroceder,debemos perfecciona a la cuba de 1958,esa debe ser la meta .
jose dario sanchez

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