Columna Vagabunda
Si soy justa, debo reconocer que el cine ha valido cada libra perdida. Me mantendré lejos del espejo del baño por un tiempo. Si no termino como empecé, con música, es porque, como bien dice uno de los personajes de El cuento de las comadrejas, de Juan José Campanella: la vida no es como el cine.
Los espectadores cubanos suelen interactuar con los personajes bastante a menudo. Les reprochan comportamientos, les avisan de peligros, les dan o les quitan la razón, aplauden sus victorias o pronostican sus finales. También hay quienes tienen a mal hacer crítica de la película en tiempo real: me pasó en Vendrá la muerte y tendrá tus ojos y yo terminé en el rol de la tipa pesada que manda a hacer silencio.
En Parásito, como a los 40 minutos, lo que ocurre es que la película deja de ser apenas la simpática historia de una familia y empieza a ser la triste historia de una clase social.
Quien vaya al cine hoy y se crea que va porque quiere, porque es una libre, se engaña. Hoy nos van a dejar ir al cine, como mismo nos dejaron ir ayer y nos van a dejar, o no, ir mañana.
Luego de Monos, ayer no vi nada más. Me fui de fiestas con unos amigos. Cada vez me interesan menos las noches y las madrugadas habaneras, es decir, sus fiestas, pero anoche necesitaba que el domingo fuera el sábado que no había tenido. Cuarta entrega de “Vagabunda”, columna de Mónica Baró.
Si los hombres menstruaran y, por tanto, pudieran embarazarse, en Cuba los abortos se practicarían con anestesia y respeto. Muchas mujeres no serían tratadas como puercas que van a ser sacrificadas para la cena de fin de año. O peor.
Cuando me probé las tres piezas y me miré al espejo yo me sentí un personaje de Blade Runner (1982) -de la película original, no de la que se produjo en 2017, que merece todo el olvido del mundo- y pensé que ese atuendo podía ser una bonita manera de celebrar que estábamos en 2019, como en Blade Runner.
“Siento que La Habana y yo llegamos al final de algo. Por lo pronto, lo único claro es que queda mucho cine por delante.”, segunda entrega de la columna Vagabunda, de Mónica Baró.
Le he puesto Vagabunda a esta columna porque un nombre tenía que tener. Vagabunda puede tener varias interpretaciones, yo me identifico con todas, pero si elegí este nombre es por Sin techo ni ley (1985), de la cineasta belga-francesa Agnès Varda
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Columna Vagabunda
Si soy justa, debo reconocer que el cine ha valido cada libra perdida. Me mantendré lejos del espejo del baño por un tiempo. Si no termino como empecé, con música, es porque, como bien dice uno de los personajes de El cuento de las comadrejas, de Juan José Campanella: la vida no es como el cine.
Los espectadores cubanos suelen interactuar con los personajes bastante a menudo. Les reprochan comportamientos, les avisan de peligros, les dan o les quitan la razón, aplauden sus victorias o pronostican sus finales. También hay quienes tienen a mal hacer crítica de la película en tiempo real: me pasó en Vendrá la muerte y tendrá tus ojos y yo terminé en el rol de la tipa pesada que manda a hacer silencio.
Luego de Monos, ayer no vi nada más. Me fui de fiestas con unos amigos. Cada vez me interesan menos las noches y las madrugadas habaneras, es decir, sus fiestas, pero anoche necesitaba que el domingo fuera el sábado que no había tenido. Cuarta entrega de “Vagabunda”, columna de Mónica Baró.
“Siento que La Habana y yo llegamos al final de algo. Por lo pronto, lo único claro es que queda mucho cine por delante.”, segunda entrega de la columna Vagabunda, de Mónica Baró.
En Parásito, como a los 40 minutos, lo que ocurre es que la película deja de ser apenas la simpática historia de una familia y empieza a ser la triste historia de una clase social.
Si los hombres menstruaran y, por tanto, pudieran embarazarse, en Cuba los abortos se practicarían con anestesia y respeto. Muchas mujeres no serían tratadas como puercas que van a ser sacrificadas para la cena de fin de año. O peor.
Le he puesto Vagabunda a esta columna porque un nombre tenía que tener. Vagabunda puede tener varias interpretaciones, yo me identifico con todas, pero si elegí este nombre es por Sin techo ni ley (1985), de la cineasta belga-francesa Agnès Varda
Quien vaya al cine hoy y se crea que va porque quiere, porque es una libre, se engaña. Hoy nos van a dejar ir al cine, como mismo nos dejaron ir ayer y nos van a dejar, o no, ir mañana.
Cuando me probé las tres piezas y me miré al espejo yo me sentí un personaje de Blade Runner (1982) -de la película original, no de la que se produjo en 2017, que merece todo el olvido del mundo- y pensé que ese atuendo podía ser una bonita manera de celebrar que estábamos en 2019, como en Blade Runner.