Las mujeres tatuadoras ganan espacio en Cuba. Foto: Alejandro Trujillo Valdés
Tatuaje en Cuba: ¿un oficio para mujeres?
11 / abril / 2018
Ana tatúa líneas curvas sobre el pecho desnudo de ella. Esboza unas enredaderas cerca de las suturas del cuerpo y luego rellena con color. Coloca la vaselina y difumina. La máquina vibra mojada en tinta,mientras Ana raya el seno hueco. Después de una radical de mama, ella decidió que la artista rodeara sus cicatrices de dibujos.
Desde 2013, Ana Lyem Laraes es la artista principal del estudio Zenit Tatto, ubicado hoy en el poblado de Santa Fe en las afueras de La Habana. Al inicio no tenía mucho más que una máquina, algunas tintas y la disponibilidad de amigos a ser sus clientes “pioneros”.
Hoy su negocio se ha convertido en un referente del tatuaje en la ciudad. Y ella es la primera y única mujer con un estudio propio. En un mundo históricamente dominado por hombres, la tatuadora nunca se ha sentido subestimada por sus clientes debido a su condición femenina. En definitiva, el talento no tiene género y ellos lo saben. Pero Ana si dice haber notado algunos prejuicios entre sus homólogos.
“En varias competencias he percibido que me miran desde arriba, como si fuese una chiquilla atrevida que se metió en su terreno. Todo cambia cuando comenzamos a ‘picar’ y ven mi trabajo, entonces se acercan de igual a igual”. En La caja negra, uno de esos eventos, Ana ganó el primer premio con un diseño propio: La mambisa.
La mambisa es uno de los bocetos que decidió colgar en las paredes de su estudio junto algunas banderas, decenas de pomos de tinta, antigüedades, fotos y 15 dibujos feministas “hechos por mujeres para ser tatuados en mujeres”.
Desde Zenit Tatto, este año la muestra “GrlPwr” rompió la tradicional y aburrida inercia del 8 de marzo en Cuba, salió de la propaganda oficial y las postales con flores para gritar la absoluta soberanía femenina sobre sus cuerpos.
Porque, a pesar de algunos prejuicios que aún permanecen, el gusto por lucir cuerpos tatuados es cada vez más visible en las calles cubanas. Uno podría asegurar que un negocio de este tipo —con precios oscilantes entre los 10 y hasta algunos cientos de cuc— parece ser rentable y con una demanda que asciende principalmente entre los más jóvenes.
“Este es un oficio lucrativo para quien tenga el talento necesario, la disposición y pueda costear la inversión inicial. Luego mantener la producción es complicado porqueninguno de los productos requeridos se comercializa en Cuba. Todo hay que comprarlo con un precio muy superior a su valor real”.
Ya acostumbrada a lidiar con el desabastecimiento, no son las carencias en el mercado nacional el principal temor de Ana, sino el limbo legal en el cual se mueve este tipo de emprendimiento en la isla.
El arte corporal con fines lucrativos está ausente de la legislación que regula el trabajo por cuenta propia. Actualmente solo la Asociación Hermanos Saíz registra —apenas— la existencia de los creadores menores de 35 años, que cumplan con los requisitos de la organización y que estén interesados en pertenecer.
Este matiz alegal desprotege a los artistas que pueden ver decomisados sus instrumentos de trabajo y multados como ocurrió en 2015. En ese entonces Ana recogió cuanto pudo y cerró su taller hasta que se calmaron las aguas, pero hoy con un estudio mayor, arriesga mucho más.
Aunque hay varias artistas que están tatuando hoy, lo cual era impensable años atrás; no son muchas las mujeres que se adentran de manera constante en este mundo como su única fuente de ingresos.
En un estudio que comparte con Che Alejandro Pando, un referente en el tatuaje cubano, Jhoana Cuello es otra mujer que lucha por un espacio propio dentro de estos emprendimientos. Johana tiene 23 años y ha “picado” durante los dos últimos en Toy Store Tatto.
“Al carecer de un estatus legal estamos vulnerables y no tenemos cómo defendernos. Corremos el riesgo de perderlo todo de un momento a otro. Por otra parte, también es un peligro para los clientes. He visto a otros tatuadores que no cumplen con normas de sanidad al trabajar, y reutilizan agujas o exponen a personas a una infección cruzada”.
El primer tatuaje de Ana fue a los 27: unas letras y un rostro sobre su brazo izquierdo. Luego siguieron una cámara zenit, algunas flores, la cara de una mujer, líneas sobre el borde rapado de su cráneo… Hasta hoy son 20 tatuajes esparcidos entre sus brazos y piernas, “y contando”, dice. Todos visibles y llamativos, como los que también ha elegido Johana para su cuerpo.
Algunos prefieren diseños discretos, pero no ellas. No esconden su piel rayada. Quizás por eso, tantas veces han escuchado comentarios llenos de prejuicios. Y es que para no pocos en Cuba, su imagen está relacionada a un estereotipo marginal de prostitución, cárcel o drogas.
Ana es una mujer de 34 años, graduada como arquitecta y dueña de un próspero negocio privado. Sus grafitis están en barrios de La Habana y México, donde también ella ha rotulado sobre pieles ajenas. Ana y Johana tienen, además, algunos piercings en su rostro, el cabello verde y azul, y sí: ambas son mujeres orgullosamente tatuadas.
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