Por Ella Fernández

Me costó dormir sola hasta los seis años, más o menos. En algún momento de la noche siempre terminaba camino a la cama de mi mamá, buscando algún tipo de refugio en sus abrazos. El sentimiento de que, en medio de la noche, todo iba a estar bien. Sin embargo, a medida que fui creciendo y me volví más independiente —por decirlo de alguna forma— los abrazos se esparcieron. En mi adolescencia, cuando intentaba abrazar a mi mamá, ella —en una forma burlona, creo yo— me decía «qué quieres». A veces, efectivamente, había segundas o terceras intenciones. Otras veces, solo quería un abrazo de ella. 

Con 18 años convencí a mi novio de aquel entonces de fugarse del servicio militar para ir a un concierto en la escalinata de la universidad. Y obviamente, los oficiales de turno se dieron cuenta. No solo lo mandaron a buscar, sino que lo amenazaron con quitarle la carrera. Juré que le había destruido el futuro a esa persona. Esa noche lloré, porque no sabía qué más hacer. Lloré y lloré y, en un momento de la madrugada (me acuerdo) mi mamá se acostó al lado mío y me abrazó tan fuerte...Me quedé dormida. Volví a sentirme segura. 

Ya en 2023, después de años sin ir a Cuba, habiendo emigrado dos veces en los últimos cinco años, mi mamá me volvió a abrazar. Era mi último día en La Habana, estábamos en el portal de la casa, donde siempre nos sacamos fotos, y me agarró fuerte. Lloró y le pidió a mi pareja que me cuidara por ella. 

Ese abrazo espontáneo me creó una especie de amor y rabia. Rabia porque tuve que irme lejos para que ella empezara a entenderme y para que me dijera que me amaba. Para demostrarlo, sin yo pedirlo. 

Capaz, cuando se interpone ese espacio vemos aquello que dimos por sentado. Seguimos reproduciendo conductas que condenamos como normales; pero en realidad son conductas familiares, que no es lo mismo. La distancia, capaz, nos da la posibilidad de recordar, añorar y valorar. Pensar. 

Ahora, con casi 30 años, veo mucho de mi mamá en mí. En la forma que me comporto, las decisiones que he tomado. Incluso mis caderas y mis muslos, que ella misma criticó tantas veces, son casi idénticos a los de ella. Ahora, con 30 años, debería poder sentarme con ella y decirle cómo me siento con respecto a mucho de lo que vivimos juntas. Agradecerle cosas, cuestionarle otras. Sé que son conversaciones que, por su intensidad, deberían venir acompañadas de un abrazo. 

Pero ahora no sé cuándo la voy a volver a abrazar. Espero que pronto.

Este artículo es parte de una colaboración entre elTOQUE y 5min, una plataforma de discursos cortos que busca fomentar la conexión y reflexión en la ciudadanía cubana, sin importar dónde se encuentre.