Finca Marta es probablemente uno de los últimos lugares que visitó Fidel Castro antes de morir. El expresidente cubano llegó hasta ese espacio en la provincia de Artemisa tras haber conocido que propone un modelo de agricultura ecológica y autosustentable, en un país donde la comida es una preocupación perenne. Había leído también elogiosos artículos sobre Fernando Funes-Monzote, un joven científico doctorado en Holanda, quien era el principal artífice del proyecto.
Según le contaron a Fernando, fue la última finca que visitó Fidel.
Esa visita, una más de muchas, encontró 8 hectáreas donde se producen especies exóticas de vegetales (la rúcula, la endivia, el hinojo, el eneldo, las berzas, las mostazas y mizunas,) que se comercializan sin intermediarios. Varias de estas especies tienen además de sus usos culinarios, valiosas propiedades medicinales. Allí se cosechan 25 variedades de productos semanales, y más de 60 a escala anual.
Con la experiencia de surtir decenas de restaurantes, de pagar 10 mil pesos de impuestos cada mes, de venderle miel de abeja, polen y cera a la única comercializadora estatal del producto, Funes ha aterrizado, casi literalmente, la teoría de sus estudios y viajes académicos por más de 40 países a la producción agrícola.
Quizás de ahí saca conclusiones que, para un cubano común, enfrentado a las fluctuaciones de los abastecimientos en las tarimas, puedan sonar descabelladas.
“La agricultura cubana no necesita producir más alimentos. El 50 % de lo que hoy se cultiva se pierde antes de llegar al consumidor”, me dice de frente y todavía cuesta digerir la cifra, ya puesta a circular desde hace algún tiempo.
“El dato lo obtuve a partir de una investigación, basada en cálculos que integraban varios municipios del país. Mucho de lo que se produce se queda en el campo por no tener un sistema de acopio eficiente, además de las fallas en la contratación y la ausencia de mecanismos de almacenamiento efectivos. A eso súmale que la transportación es caótica y muchas veces no se vela por la integridad del producto. Cuando llega al consumidor, ha perdido calidad y la cosecha en general ha sufrido gran merma.”
Es julio y anda en su apogeo la cosecha de mangos. Ahora mismo que presento las ideas de Funes, comienzan a salir otra vez en la prensa oficial las quejas de los campesinos por las toneladas de la fruta echándose a perder en los campos.
“Disponer tecnología y recursos para mejorar estos sistemas sería más sustentable, eficiente y productivo. En nuestras actuales condiciones, si produces más, en proporción tendrás mayores pérdidas y gastos”.
Qué dilema.
Lo que cinco años atrás era un boceto maltrecho de paredes de madera y humildad extrema –puede decirse que la imagen de la pobreza– hoy es una construcción moderna y con todas las comodidades requeridas por una familia. Justo al lado hay una biblioteca con cientos de textos y dormitorios para los trabajadores. Son 18 las personas (6 mujeres y 12 hombres) que trabajan la tierra y las colmenas, incluyendo al propio Fernando. Pero el número tiende a crecer.
“Al menos entre el 60 y 70 % de lo que ganamos (apicultura, venta de hortalizas y agroturismo) se reinvierte en salario de los obreros. Por ejemplo: una empleada que trabaja de 7:30 am a 12 del día gana unos 2 000 pesos al mes. Y la tendencia es a seguir aumentando cada semestre. Además, pagamos su seguridad social y un día de vacaciones cada mes.
“Mi primer compromiso es con los empleados, que ellos ingresen beneficios por su trabajo y no sientan el campo como un castigo. Incluso cuando empezamos y aún no se generaban utilidades, les pagaba de mi propio bolsillo. Terminé endeudado para que cada quien tuviese el pago más justo posible. Las personas y su calidad de vida son el centro del proyecto.”
Cuando en diciembre de 2011 se dispuso a llevar a la práctica sus estudios teóricos, muchos lo tildaron de loco. Las tierras para trabajar distaban de lo ideal: Era un terreno pedregoso, abandonado por más de 20 años. No había agua corriente ni electricidad. Era, esencialmente, comenzar de cero. Por otra parte, él es un científico reconocido, que ha visitado más de 40 países de todos los continentes y estudió en las principales universidades de su rama en Europa. “Con esa determinación de ser campesino se enterraría en vida”, le advirtieron algunos.
“Muchos me subestimaron. Pensaban que me iba a estancar. Más de una vez escuché que era más útil escribiendo artículos que trabajando la tierra. Pero ¿cómo pararse frente a alguien a indicarle algo cuando tú nunca lo has hecho? Esa era una meta de mi madre: hacer nosotros mismos. Este es un proyecto en su memoria, por eso lleva su nombre.
Finca Marta es más que una finca. Es también un destino de turismo agroecológico.
Claudia Álvarez, la esposa de Funes, es la encargada. Después de abandonar su trabajo para la cadena hotelera Meliá, hoy ella recibe a los grupos de turistas que arriban, interesados en visitar un espacio diversificado y ecológico. El agroturismo genera casi el 40 % de sus ingresos.
“Tenemos licencia de gastronomía y, además de mostrar el espacio, ofertamos a los visitantes almuerzo en el ranchón. En el agroturismo, por ejemplo, el potencial es enorme y se revierte en calidad de vida para las personas que laboran en el campo. Si queremos atraer gente a cultivar la tierra, ellos tienen que recibir beneficios. No solo se trata de producir, sino de reinvertir en el propio sistema, preservar el ambiente y crear mejores condiciones para quienes viven aquí”.
Ante el despoblamiento del campo cubano, la propuesta de Funes podría funcionar casi que como un dique.
“Acabo casi de presentar y discutir una propuesta para el Programa de Desarrollo Local con las autoridades del gobierno municipal de Caimito, en Artemisa. Hemos solicitado nuevas áreas de tierras en usufructo para que se establezcan nuevas fincas como manera de incrementar el impacto de lo que hemos logrado hasta ahora. Es un proyecto que discutí en detalle con Fidel. Cuando él estuvo en Finca Marta, se motivó mucho con lo que estábamos haciendo y mostró un compromiso total. Este proyecto contempla áreas que podemos potenciar para mejorar la calidad de vida de todos los involucrados. Entre ellas está el agroturismo (geográficamente pertenecemos a la Zona Especial de Desarrollo del Mariel y eso es una potencialidad) la producción agrícola y su armonía con el medio ambiente además de la educación y la investigación sobre este tipo de sistemas.
—Pero volvamos a los abastecimientos en los mercados, ¿consideras que las actuales regulaciones o topes de precios en el sector agrícola afectan el suministro de alimentos en las ciudades?
—El problema no es la regulación en sí, sino que la regulación tenga sentido, y que sea basada en un estudio o análisis real del fenómeno. Primero pensemos por qué escasean los productos. El precio es un componente más del sistema. El reto está en lograr la suficiente dinámica en los sectores productivo, empresarial, de conservación y transporte. Sin esa cadena de mecanismos, el sector agrícola no funciona. Mientras no se mejoren las condiciones y la tecnología, estas crisis de desabastecimiento se van a crear cíclicamente. Topar no es la solución.
***
“Sigo trabajando desde la teoría, aunque mis manos ya no parezcan las de un científico” – bromea Fernando mientras me muestra las callosidades y cicatrices.
Aunque se fue a la tierra, no “se enterró en vida”, como le habían vaticinado. Ha continuado con su trabajo científico dentro y fuera de Cuba. Y este ha sido su proyecto con mayor impacto mediático; incluso, más que todos sus estudios teóricos.
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