Nacer en el caserío el Roble, del municipio Mantua, puede signar el destino de un joven. Por aquellos perdidos lugares del occidente de Cuba, solo dos opciones te deja el futuro: volverte campesino o salir a buscar “mundo”. Yoandy Cruz Melendiz tuvo muy claro, una década atrás, qué decisión tomaría.
“Siempre ayudé a mi papá a trabajar en el campo, pero lo mío era otra cosa, a los 18 años me fui a estudiar al Pedagógico de Pinar del Río y a los 19 trabajé en La Habana; cuando regresé, le cogí miedo a la vega, sabía que yo no había estudiado por gusto”.
Durante nueve cursos, Yoandy se desempeñó como profesor de las asignaturas Matemática y Física en una secundaria del poblado Dimas, tarea que alternaba con la que considera su verdadera pasión: la práctica del béisbol.
“Jugaba como torpedero en los torneos de primera categoría, pero no era regular. Me resultaba difícil tener que dar clases e ir a los entrenamientos porque a los maestros no les otorgan licencia deportiva, hubo ocasiones en que llegaron incluso a rebajarme los días de mi salario por ir a jugar pelota”.
A pesar de los contratiempos continuó practicando el pasatiempo nacional hasta que, en la Serie Nacional 49, un coterráneo suyo, por aquel entonces árbitro provincial, le habló de la posibilidad real que tendría de integrar el equipo provincial si decidía convertirse en lanzador.
“Le respondí que nunca había pensado en pitchear, que esa era la posición que menos me gustaba; sin embargo, me empezó a entrenar él mismo y poco a poco aquello se me fue metiendo en la cabeza”.
La novena de su municipio logró alzarse con el título del Campeonato Provincial de Béisbol en la serie 52, y en esa cosecha mucho tuvo que ver la actuación desde el montículo de Yoandy, quien ganó siete encuentros y fue líder en varios estadísticas.
Ese resultado hizo que, por primera vez, lo tuviesen en cuenta en la preselección pinareña, aunque allí fue rápidamente desestimado por el mentor Giraldo González.
“El primer día el capitán Donal Duarte se acercó y le dijo: Giraldo, este muchacho pitchea bien. Él simplemente volvió la espalda. Desde ese momento sentí que estaba por gusto allí.”
Aunque no logró integrar la nómina de los Vegueros ese año, el muchacho no cejó en su empeño y, a fuerza de voluntad, volvió a ganarse el derecho de luchar por un puesto en la temporada 55, de 2015-2016.
“Sabía que iba a ser difícil porque tenía 29 años, pero me dije que ese año sí podría entrar, por los resultados que había tenido y porque varios pitchers regulares se fueron del país”.
“Fue Jorge Ricardo Gallardo, el director del equipo Pinar, quien antes de irse para los Panamericanos de Toronto, dijo que me quería ver en la nómina. Gracias a él estoy aquí”.
Cuando lo llamaron “a filas”, el joven mantuano no dudó en sustituir el borrador y los planes de clases por el guante, el uniforme y los spikes, e ir a perseguir su sueño.
Pero Yoandy no ambicionaba solo llegar, quería destacar y, para ello, solo existía una forma: luchar por el título de novato del año, algo que en la pelota cubana solo el pitcher villaclareño Yosvani Pérez había conseguido con avanzada edad.
En la temporada regular ganó ocho juegos y perdió dos, los contrarios le batearon para average de 264 y su promedio de efectividad fue de 3.42 carreras limpias; además, consiguió liderar el apartado de lechadas con dos. Números que efectivamente le valieron para ser la figura novel del torneo.
“Sentí mucha alegría por la designación, una vez que comencé a ganar siempre tuve en la mente que cada salida tenía que ser buena, para pelear por ese objetivo”.
Unos meses después, su desempeño volvería a ser reconocido al ser incluido en el staff del equipo Cuba, que enfrentó a los universitarios estadounidenses en varios estadios del país.
“Aunque la dirección no me dio la oportunidad de salir, estuve todo el tiempo listo y fue una gran experiencia”, asegura Yoandy.
“Dicen que el segundo año siempre es el más difícil para un lanzador, pero he tenido una mejor preparación física y psicológica y ya tengo más conocimiento, veremos hasta dónde puedo llegar”.
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