En los últimos años he sido testigo (al menos más consciente) de la ineludible ocurrencia de apagones en Matanzas y en casi todo el país. No había nacido aún en aquel llamado Período Especial para poder comparar con los tiempos actuales cuando, según las anécdotas, fue igual o peor que ahora.
Falta de combustible, roturas en las centrales generadoras y hasta una descarga eléctrica es lo que escuchamos como principales culpables. Pero nada consuela ante tres o cuatro horas de oscuridad y silencio, dos o tres veces por día: ni su anuncio ni las justificaciones.
Muchos dependemos de equipos electrónicos para trabajar, para realizar las actividades cotidianas y los apagones roban la productividad de nuestros días. Bajo estas condiciones de desespero y disgustos ha nacido la serie «Black out», en la que documento estas horas de grandes contrastes.
Mi familia y vecinos son los protagonistas de las escenas. Y quizá lo único agradable de esta contingencia sea la oportunidad de realizar actividades familiares conjuntas como único escape al tedio, aunque igualmente terminemos todos vencidos por la agobiante espera que se hace eterna…
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