Poco más de un año atrás uno de mis mejores amigos en verdad me noqueó los sentidos. Él, que ya ha cursado licenciaturas en dos Seminarios y es muy aplicado en su relación con Dios, estaba orando porque terminara el bloqueo a Cuba (!?).
Me extrañó porque en este país el grueso de la cristiandad se abstiene de comentarios políticos, básicamente como una maniobra de supervivencia aprendida por décadas. Mi socio nunca antes manifestó interés por ese tema tan terrenal. Uno bendice el alimento, pide para que el análisis de sangre de negativo, esas cosas. No porque cese el tira-encoje en activo más viejo de la región.
Lo curioso es que semanas luego de aquella íntima confesión, Obama y Raúl anuncian el restablecimiento de relaciones diplomáticas. ¡Boom! El primero de los pasos. Me convencí: hay que orar y orar más.
El bloqueo se perpetúa como una astilla en las relaciones entre Estados Unidos y la América Latina. Trasciende los líos Casa Blanca-Palacio de la Revolución; pende como una advertencia de antaño a quien pase de la raya. Pero ya está demodé: un guerrero medieval en medio de Times Square.
La nomenclatura del fenómeno define posturas políticas y a mí me da escozor. De un lado “bloqueo” suena a portaviones acechando a Cuba, es demasiado “físico”, y ya sabemos bien: los muros que rodean al país son invisibles. Por otra parte “embargo” es un término acuoso, sin rostro, corporativo; y no puedo dejar de pensar en los niños de oncología sin su medicina a tiempo.
Esa medida política priva a la nación de cualquier producto con un determinado por ciento de componentes fabricados por empresas norteñas, persigue el comercio exterior cubano, y multa con delirio macarthista a sus propios bancos por refugiar cuentas de la isla.
Le llamaría “blombargo”. Así, fifty-fifty. Ya sé que no va a pegar, que no es chic, y que por si fuera poco, mucho más cerca que lejos, suenan los campanazos para triturar ese residuo de la Guerra Fría. Esperemos que entonces no haya nada qué nombrar.
Se ha anunciado y denunciado, casi con trompeta de ángel, el documento de la administración Kennedy que reconocía el fin de crear desesperación, escasez, rendir a los cubanos por hambre. Algo así los nazis hicieron con Stalingrado.
Quienes sufren el bloqueo no son los altos cargos gubernamentales. Desde la presidencia, hasta los generales, pasando por los ministros, tienen asegurado el plato de comida para ellos y sus familias. Las nimiedades y golpes de ese cuerpo legal aquejan al cubano que no encuentra el repuesto adecuado para su viejo auto, y al paciente de VIH con el tiempo en fuga sabiendo que existe un remedio más allá del mar para ayudarlo a vivir.
No se trata de cifras. Los números son personas y no al revés. Como aquel célebre mexicano yo también dejo escapar un lamento por mi paisito, tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos.
No obstante, no obstinarse: el Divino aprieta pero no ahoga. Una serie de editoriales del diario New York Times, tan provocadores como gratuitos, señalaba con el dedo la arcaica política de Washington hacia la isla. Luego Barack Obama la tildaría cuando menos de ineficaz. Eso fue en la segunda mitad de 2014.
El megaperiódico se sintonizaba, of course, con esas decisiones que truenan en la estratosfera y de las que nosotros, simples mortales, no hacemos más que conjeturas. A veces me gusta pensar que el mismísimo Dios las toma.
La verdad es que al demócrata no lo quedaba de otra. Hubiera hecho el tonto, como antes que él tres o cuatro lo hicieron. Si en los 60 la idea era asfixiar en la cuna al aliado soviético de este lado del mundo, y hacia los 90 buscaba propinarle otro puntillazo al comunismo internacional, el siglo XXI dibujaba un mapa geopolítico distinto.
El ascenso de fórmulas de izquierda al gobierno en Venezuela, Uruguay, Bolivia, Ecuador, Nicaragua, Brasil, Argentina, Honduras, Chile, Paraguay así como en ciertos estados del Caribe anglófono, generó una presión vecinal a atender. Ya no se admitía a La Habana fuera de foros regionales, los reproches por la injerencia norteamericana se escuchaban a coro. Y la gente del Sur, habituada a exigir sus siempre pospuestos derechos, sí que sabe gritar.
Por otra parte, ya Cuba no representa mucho en el tablero mundial. Neutralizada la URSS la mayor de las Antillas no es sino un ícono que vio a Caracas alzar en el carisma de Chávez el batón del liderazgo regional. La receta estaba en las urnas y no en las boquillas de las AK.
Casi un 80 por ciento de la población de esta isla ha nacido y crecido bajo el cerco económico. Sin embargo, para el ciudadano promedio el bloqueo es una entelequia, un vecino extraño al que le achacan males pero con el que siempre ha convivido.
¿Cómo sería la Cuba post-bloqueo? ¿Bajarían los irrisorios precios con que la empresa estatal castiga al ciudadano? Uno siempre guarda la esperanza de que lo porvenir será mejor que el hoy. Tenemos que sentir así.
El bloqueo se ha convertido en la excusa preferida de los funcionarios públicos para justificar las trabazones de ciertos mecanismos, cosa que no sé por qué, estimula la laberíntica imaginación de los burócratas.
Un chiste popular asegura que si un día nos bloquean el papel ahí no hay dios que nos salve.
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Arnaldo