Tras el incendio en la Base de Supertanqueros de Matanzas, la columna de humo se percibía desde La Habana. Acompañaba a los viajeros durante gran parte de la Vía Blanca, en el camino hacia la Atenas de Cuba y, por lo general, por la senda contraria al mar.

Muchos detenían sus autos para hacer fotografías desde la distancia; incluso, selfies o videollamadas.

En las comunidades adyacentes a la Base de Supertanqueros, aún había miedo y nerviosismo. Los habitantes de Dubrocq y La Ganadera se evacuaron por orden del Gobierno, mientras los de Versalles se mantuvieron alertas ante un posible llamado. Quienes pudieron, se desplazaron a casa de familiares para alejarse de la toxicidad del humo que cubría la zona. 

En el centro de la urbe, durante los días en que estuvo activo el incendio, la vida funcionó diferente. Aunque en las noches las personas eran testigos de cómo el cielo se teñía de rojo o blanco producto de las explosiones, al amanecer se incorporaban a su rutina diaria; esa vez, marcada por la tristeza y las ansias de información. En apenas un año, han experimentado dos sucesos por los cuales se ha viralizado la etiqueta #SOSMatanzas: el colapso sanitario por la COVID-19 y el incendio en la base.

Las tiendas, ferias y centros de recreación permanecieron abiertos; varias personas alquilaban motos para desplazarse, pero la mayoría se trasladaba a pie debido al estado crítico del transporte público.  

Dentro de la zona industrial, mientras los bomberos y el resto del personal intentaban controlar el fuego, en el hotel Velasco, rodeado por completo por agentes de la Seguridad del Estado, algunos familiares de los desaparecidos recibían apoyo psicológico.

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