Ilustración: Matria.

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Mujeres invisibles

8 / diciembre / 2020

Carmen. Ingeniera civil. Inmigrante. 60 años

Tu mente puede ir por donde tú quieras; pero al final, a tu entorno el número le pesa más que a ti misma. Hay cosas contra las que no puedes luchar; son molinos de viento que no se pueden vencer.

Carmen lo tiene claro: es invisible. Ella y quienes a su alrededor pasan de los 50. Carmen, que no es Carmen porque ha preferido no compartir su nombre real, salió de Cuba hace más de diez años y en España ha intentado lo legal y permitido lógicamente; y aun así se siente como un número.

Está claro, socialmente, laboralmente, tendrías que irte a tu mundo aparte… al de las personas de más de 50 porque ya no formas parte del todo. Ya diste todo lo que ibas a dar y debes quedarte a un lado.

Carmen tiene claras dos ideas que se contraponen, sin dudas, inquietantes. Por un lado, está convencida de que sus oportunidades no han aparecido porque forma parte de un sistema de silencio e invisibilidad, que en realidad afecta a todos, inmigrantes o no.

En realidad, te sientes discriminada por ser extranjera, por ser mujer, por ser mayor de 50 años y sobre todo porque eres pobre. Ya no sé determinar cuál de esos factores es el principal, pero está claro que son todos.

Y por otro lado, está segura de que no regresaría a Cuba.

Como todo es cuestión digital, lo que ven es un currículum y datos, no están viendo a la persona. Porque si a mí me hubieran hecho una entrevista, estoy segura de que los resultados hubieran sido distintos. Pero no te ven, no te llaman; y no es ahora por la pandemia: no te llaman nunca. Aun así no volvería a Cuba, yo sé que ninguna sociedad es perfecta pero las condiciones materiales allí son ínfimas, aquí siendo pobre no me falta lo fundamental.

Lo que ocurre con Carmen no excluye a los hombres. La realidad del envejecimiento poblacional afecta a todos. Pero qué universo tan complejo de contradicciones se presenta cuando el sitio que escoges te hace sentir menos.

Yo sí siento que pertenezco aquí. Tengo una dualidad, mi idiosincrasia y mi cultura siguen siendo cubanas, pero me siento enormemente bien formando parte de este país. Lo que me queda de Cuba es un recuerdo idealizado. Es que la realidad actual no tiene que ver conmigo, no es el país que yo quería, si no tuviera familia allá creo que no iría nunca más.

¿Y los amigos? ¿Los compañeros del trabajo? ¿Los vecinos? ¿Los compañeros de clase?

Yo mantengo a mis amigos a través de las redes sociales. Aunque publico poco, estoy pendiente de mantener el contacto con todos. Es que el hecho de vivir en Cuba tampoco me los devuelve porque la mayoría no vive allá.

Para Carmen, como para otras mujeres entrevistadas, la participación en la vida laboral y económicamente activa hacen la diferencia. A pesar de los salarios precarios y las limitaciones materiales, su percepción mientras vivió en Cuba nunca fue de invisibilidad.

Para mujeres como Carmen, los títulos universitarios y la formación académica, como es su caso, no han sido suficientes en España. Sus últimos diez años se reducen a contratos abusivos, salarios precarios, escasa socialización y múltiples eventos de desprecio. Se podría decir que no ha sido ni regular.

Pero yo sigo sonriendo, eso no me lo va a quitar nadie. Porque con todo lo que he vivido es como para no salir más… es que yo lo digo: tengo razones en mi vida para haberme suicidado tres o cuatros veces y, sin embargo, me sigo riendo. Me siento con mucha fuerza y optimismo. A veces me cuesta adaptarme a la edad porque me siento muy capacitada para hacer de todo, pero tengo que adaptarme.

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Edadismo y otras verdades

La Organización Mundial de la Salud (OMS) reporta que existen unas 600 millones de personas en el mundo que tienen 60 años o más. Se estima que la cifra se duplicará en 2025 y que alcanzará los 2.000 millones en 2050. Actualmente, la discriminación por motivos de edad o edadismo se manifiesta de alguna forma en todas las sociedades.

Algunas investigaciones indican que tal vez en la actualidad sea una forma más generalizada de discriminación que el sexismo o el racismo. Esto tiene graves repercusiones tanto para las personas mayores como para la sociedad en general”.

Quedan en evidencia los estereotipos persistentes en el sitio de trabajo, que establecen una distancia cada vez mayor entre jóvenes y personas de mediana edad. La demanda de continua adaptación a las nuevas tecnologías de una generación analógica la pone en desventaja a pesar de que “los trabajadores mayores no necesariamente sean menos saludables, educados, capacitados o productivos que sus colegas más jóvenes. En particular, las mujeres mayores enfrentan el doble problema de la discriminación fundamentada en el sexo y en la edad”.

En agosto de 2019, antes de la pandemia de COVID-19, el informe Las mujeres en el desarrollo, del Secretario General de Naciones Unidas, se refería a la promoción de estrategias de inclusión de las mujeres en el mercado laboral. 

El informe reconocía que “las brechas salariales de género perduran y parecen agrandarse en algunas regiones del mundo. Esta disparidad salarial parece haber disminuido durante el último decenio en Asia Meridional, África Subsahariana y Asia Oriental y el Pacífico; sin embargo, está aumentando en Europa, Asia Central y América Latina y el Caribe”.

Las estrategias para fomentar la igualdad de oportunidades y la conciliación entre la juventud y la experiencia se hacen esperar. 

En toda esa amalgama de datos Cuba no se desdibuja del mapa. A pesar de ser un país de bajo desarrollo económico, comparte el destino del envejecimiento poblacional. En la Isla también las mujeres sufren desventajas económicas como consecuencia de la mala calidad del empleo. A esto habría que agregar que muchas veces la vida laboral es interrumpida por el trabajo doméstico y el rol de cuidadoras de la familia.

Cuba es uno de los países más envejecidos de América Latina, y la previsión es que para 2050 será una de las naciones con mayor número de adultos mayores en el mundo. Este dato equivale a mayores gastos en proyectos sociales, así como estrategias de inclusión.

Podremos preguntarnos: ¿está preparado el tejido económico para ampliar las oportunidades laborales a un grupo de personas mayores de 45 años? ¿Será posible ofrecer esas oportunidades paritariamente? ¿Podrán ejecutarse políticas sociales que borren de la escena las dobles jornadas de las mujeres? ¿El trabajo doméstico y el cuidado de enfermos, niños y personas con necesidades especiales llegará a remunerarse? 

Las mujeres que he conocido por el camino y con las que he conversado no excluyen a los hombres en esta dinámica de discriminación, pero sí entienden su emigración como una tabla de salvación para sus hijos en Cuba y por ello aceptan su condición de invisibilidad. Son las abanderadas de una economía familiar por voluntad propia, a pesar de que son conscientes de cuán limitadas son sus oportunidades de empleo y de socialización en general.

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Mercedes. Especialista en Contabilidad y Finanzas. Inmigrante. 74 años

Lo que representa formar parte de un proyecto, de un equipo, solo lo entiende quien no lo tiene. Esa soledad que puedo explicar, por ejemplo, con el sencillo hecho de celebrar una reunión de aniversario con los compañeros de trabajo. Personas que en definitiva llenan tu díaYo misma tengo amigas en Cuba que fueron antes mis compañeras de trabajo… eso es lo que te ofrece formar parte del sistema. Y si te pones a mirarlo, es hasta más valioso que un salario, al menos para mí. He podido pasarme hasta quince días sin hablar con ninguna otra persona que no fuera un anciano al que cuido, muchas veces demenciado.

Pero Mercedes no entiende la invisibilidad como algo solamente del empleo o de la emigración. Ella viaja a Cuba cada dos años aproximadamente y se siente igual de invisible. “Sí, para mi familia soy fundamental económicamente y eso me valida, pero a nadie se le ocurre que, por ejemplo, me siento con deseos de hacer cursos y aprender cosas nuevas, o conocer a alguien al menos para hacernos compañía. Eso nadie lo ve”.

La calidad del envejecimiento en Cuba no es directamente proporcional con la esperanza de vida (80,45 años para las mujeres y 76,50 años para los hombres, ENEP-2017). Si al final aspiran a nuevos contratos tras la jubilación, o emigran y escogen vivir en sociedades que los discriminan y tampoco valoran su experiencia o su formación; vivir más no necesariamente significa vivir bien.

El edadismo no es privativo de inmigrantes, cuidadoras o empleadas del hogar. Sin embargo, en sectores importantes como la política, la ciencia e, incluso, en el mercado del arte, llevar nombre de mujer puede representar el cierre de muchas puertas. No es una abstracción, es cuando no alcanza el presupuesto para financiar la investigación de una bióloga o se valoran los atributos físicos de una parlamentaria o se resiste la autoridad de una arquitecta jefa de obra.

ONU Mujeres publicó este año datos recientes sobre avances y retrocesos en el camino por la igualdad entre hombres y mujeres en el mundo: Igualdad de género: A 25 años de Beijing, los derechos de las mujeres bajo la lupa.

“La pobreza, la discriminación y la violencia todavía están muy presentes en la vida de las mujeres y niñas. Su subrepresentación en los espacios de poder y de toma de decisiones sigue siendo la norma… La paridad es la única opción igualitaria, y la igualdad es lo único que nos basta”.

Algunos aspectos del informe son claramente universales. En todo el mundo las mujeres entre 25 y 34 años tienen 25 % más de probabilidad que los hombres de vivir en la pobreza extrema. Podría entenderse que este dato es ajeno a las mujeres en edad de jubilación sobre las que estamos investigando. Pero es que el envejecimiento está marcado por las oportunidades y las decisiones de las etapas económicamente activas de las personas. Por tanto, ese 25 % de mujeres en el mundo que está en riesgo de pobreza no tendrá un envejecimiento de calidad, tal como ocurre en Cuba.

Empleos mal pagados, parones en la vida laboral para priorizar los cuidados de la familia, jornadas reducidas y otros factores solo pueden llevar a pensiones precarias, en el caso de conseguirlas.

Las variantes de la emigración de las mujeres cubanas son diversas y se adaptan continuamente a las realidades del país y del mundo. Emigran solas, con o sin hijos, con o sin pareja. No regresan nunca o se mantienen con un pie en cada sitio. Vuelven a la isla periódicamente o emigran de forma temporal para resolver todo lo que se pueda.

El tema ha motivado innumerables investigaciones y debates dentro y fuera de Cuba. La migración internacional de mujeres cubanas como espacio de reproducción de desigualdades de género ya se refería en 2011 a las transformaciones en los roles dentro de la familia, a partir del nuevo papel de las mujeres como proveedoras. Y aseguraba: “Los mercados de trabajo segregados por sexo influyen en las oportunidades laborales de las mujeres migrantes, en el dinero que ganan y en los riesgos de ser explotadas. En el sector del trabajo no calificado, ellas predominan en empleos aislados y por tanto están en mayor riesgo de sufrir explotación”.

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Luisa. Educadora e instructora infantil de artes escénicas. Inmigrante. 64 años

La enseñanza del arte le apasiona. Su primera experiencia con la emigración fue hace trece años, también hacia España. Cruzó el océano amparada por un contrato laboral de dos años. Al llegar, descubrió que no era cierto: el contrato era de seis meses y tampoco tenía seguro de salud, una condición obligatoria en España para que el contrato sea legal. Su principal motivo era reparar el techo de su casa en Cuba. Había que rehacerlo completo… “Y, ¿de dónde?”, me pregunta.

En todo este tiempo Luisa no se ha cansado nunca. La placa de la casa, la ropa de los niños, los zapatos de sus hijas, la reagrupación de la familia… han motivado su persistencia. 

Varias veces me he planteado regresar a Cuba. Me he dicho: no estoy viviendo, estoy lejos de mis hijas. Y me he preguntado: ¿vale la pena estar viviendo sin vivir? Pero también veo la situación que está viviendo Cuba y estar aquí es la única forma que tengo de ayudar a mis hijas. Por eso también perdí mi matrimonio, por estar tan lejos. A pesar de mi edad y todo, tengo fuerzas y deseos de hacer cosas.

La investigación Trayectorias laborales de las mujeres migrantes cubanas en España explica que para entender el protagonismo de las mujeres en las migraciones hay que «tener en cuenta los cambios acontecidos en la economía global y en el mercado laboral internacional». Y continúa analizando las transformaciones de la familia en los países en vías de desarrollo. “En múltiples casos, el deterioro de las condiciones económicas y los períodos de crisis continuados han obligado a las familias a buscar nuevas estrategias para atender las necesidades familiares, lo que, unido a la demanda en algunos sectores laborales de los países centrales, ha llevado a la mujer a encabezar la migración”.

Sin importar la crisis económica y financiera de los últimos años y la que se avecina a partir de la pandemia de COVID-19, la realidad es que la emigración de mujeres como Luisa representan el sustento de familias enteras.

Tengo que seguir siendo invisible hasta no sé cuándo y seguir luchando por buscarme un huequito. Imagínate, yo me siento de 40 años quizás, yo tengo deseos de hacer cosas, de contribuir con algo. He pensando hasta volver a actuar, de volver a un teatro. Esa idea es la que me mantiene.

Como en otros testimonios, Luisa no se plantea volver a Cuba. A partir de ahora vendrá otra vida, y yo espero que sea mejor.

Para las mujeres migrantes, como es el caso de muchas cubanas, estas barreras las dejan en peligro de exclusión, desprotegidas y solas. Quedan arrinconadas por el edadismo, el racismo y la pobreza. Son invisibles.

***

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