A sus 48 años, Hilda Rosa Hernández Concepción vive en una casa en ruinas en Pinar del Río que jamás debió ser habitada. En 2008, tras la muerte de su esposo enfermo de cáncer, la administración municipal se la cedió en calidad de préstamo por tratarse de un «caso social crítico», pero Hilda no recibió un documento oficial que validara la entrega.
Antes de mudarse al kilómetro 5 de La Coloma, donde reside actualmente, Hilda vivía con su esposo en una casa en mal estado que fue arrasada por los ciclones Isidoro y Lili en 2002, dos eventos hidrometeorológicos que azotaron Pinar del Río con tan solo unos días de diferencia. La fuerza de los vientos huracanados y el agua de una laguna que quedaba al fondo de la casa hicieron añicos la morada del matrimonio, una vivienda ubicada en una vega de tabaco que el esposo de Hilda tenía en usufructo.
Ella acudió a todas las instituciones que creyó la ayudarían a encontrar una solución. Se dirigió al Gobierno municipal y provincial, a la Dirección de la Vivienda y al Partido. Durante seis años no tuvo respuesta. Mientras, habitaba una casita improvisada dentro del terreno de la vega, pero sin las condiciones mínimas para vivir.
Un mes después de la muerte de su pareja, luego de casi cuatro años de enfermedad, las autoridades le entregaron la actual casa en calidad de préstamo. Fue un proceso informal, sin más garantías que las palabras que salieron de la boca del delegado cuando les dijo a Hilda y a su hija —por entonces de 8 años de edad— que ya tenían su nuevo hogar. «Nunca me dieron nada que acreditara que esta vivienda me la había dado el Estado». Hilda cree que se trató de una maniobra «para callarla, para que no jodiera más».
El lugar que desde ese momento habitan ella, su hija, y más tarde su nieta, tenía los pisos rotos, las paredes agrietadas y las ventanas corroídas. La estructura era de mampostería y canelón, término que designa un techo liviano de fibrocemento ondulado (similar a las tejas de zinc), barato, fácil de montar y poco resistente a las filtraciones.
Las condiciones de la nueva vivienda —que demandaba una reparación capital— no impidieron que a Hilda le retiraran la ayuda mensual que recibía: 162 CUP (equivalentes a menos de 7 USD para la fecha). Le dijeron que no podían continuar con la prestación porque ya tenía una casa y se encontraba en edad laboral. Las autoridades tampoco le permitieron seguir en las tierras que su esposo devengaba como usufructo.
Unos meses después de que Hilda recibiera la desvencijada casita en 2008, el ciclón Paloma se ensañó con Pinar del Río y terminó de destrozar lo poco que habían dejado Gustav e Ike a su paso esa temporada. Su casa fue una de las casi 380 000 viviendas que sufrió daños en la isla. Los perjuicios totales de los tres ciclones se contabilizaron como el 20 % del PIB de la nación. El entonces presidente cubano Raúl Catro aseguró que la recuperación tardaría entre dos y tres años. Hilda lleva 17 años esperando los materiales de construcción que, según los documentos que conserva, estaban aprobados para la entrega.

Fotos: Cortesía de Hilda Rosa Hernández.
En estos años, la mujer ha hecho lo que ha podido por reparar la casa con sus propios medios: algún remiendo con madera, tablas recuperadas de otras casas derruidas, pedazos de nylon como trampa ante la lluvia y las goteras que caen del techo. Mientras tanto, la casa sigue agrietándose. Las raíces de dos ceibas levantan el piso, el agua entra por los huecos del techo y las paredes parece que amenazan con ceder y tambalearse.
Lo que Hilda gana como costurera en casa le alcanza para muy poco. Sobrevive con lo que «inventa en el día a día», mientras lidia con lesiones cervicales que no le dejan pasar muchas horas frente a la máquina de coser.
Su hija, ahora de 25 años, y su nieta de cinco viven en la otra mitad de la vivienda que ella misma dividió para darles un espacio. Juntas comparten lo que tienen y resuelven lo que pueden. El padre de la pequeña emigró a Estados Unidos hace un año y colabora con lo poco que le permite su situación legal en ese país. El dinero llega de manera irregular y no alcanza para cubrir las necesidades de las tres.
En 2023, el paso del ciclón Idalia volvió a poner a prueba la resistencia del techo y los cimientos de la casa de la familia. «Me acabó de desbaratar la casita más de lo que estaba», explica Hilda. De acuerdo con cifras oficiales, ese año la provincia apenas había logrado reparar el 39 % de los hogares afectados por Ian, un huracán que sacudió parte de la isla el año anterior. Más de 58 000 casas seguían pendientes de reparación, muchas de ellas en peligro de derrumbe o convertidas en refugios temporales de lonas y zinc.
La escasez de materiales —cemento, bloques, acero, tejas— se cita de forma recurrente en los partes oficiales como la causa del atraso. Incluso en municipios como San Juan y Martínez, la recuperación alcanza apenas un 34 %. Los afectados rara vez ven materializarse la entrega de los recursos para la reparación. «Tengo papeles de todos los materiales que supuestamente me iban a dar. No apareció ni un clavo», cuenta Hilda.
El día que pasó Idalia, hacía poco tiempo que su nieta había cumplido dos años. Ocho días después, ningún funcionario del Gobierno local se había acercado. Fue ella quien decidió presentarse en la sede del Gobierno provincial. La respuesta fue una oferta para enviarla a un albergue.
«Si me hubiera ido, todavía estaría allí, porque no han hecho nada por mí», dice Hilda, quien prefiere soportar las penurias de su casa en ruinas que irse a convivir con decenas de personas a un lugar en el que «las condiciones suelen ser peores y de donde nunca se sale», afirma. «Ni el delegado ha podido pasar jamás por aquí para nada. La gente del Gobierno se limpió los pies con lo que yo dije. No he ido para La Habana, porque si aquí no hacen nada, allá menos».
A Hilda no le quedan más instancias a las que acudir ni más papeles que entregar. Lo último que le dijeron las autoridades fue que el expediente de su caso se perdió y que por la casa en la que viven ya se construyó otra. Hilda no sabe a quién se la concedieron. Ni siquiera sabe si es verdad lo que le contaron.
No tiene certeza de nada, salvo de que el próximo ciclón puede ser el que termine por llevarse lo que queda. Por eso evita pensar que a la temporada de huracanes todavía le faltan cuatro meses.
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