En Cuba, casi no hay electricidad. Es un hecho. Pero los trabajadores de esta rama tampoco tienen con qué cumplir sus funciones. Un liniero denunció a elTOQUE: «las condiciones en las que trabajo son pésimas y peligrosas, carentes de todos los medios de seguridad y protección».
Su mensaje llegó a nuestra redacción en medio de dos hechos que conmovieron a los cubanos. El primero ocurrió el 8 de septiembre de 2025, día en que los medios oficialistas reconocieron el fallecimiento de Carlos Rafael López Ibarra, un operador de turbina de 33 años de edad que había sufrido un accidente el 31 de agosto durante el arranque de la unidad 5 de la Central Termoeléctrica «Antonio Maceo Grajales». Hasta ese momento, había estado hospitalizado por la gravedad de sus quemaduras.
Otro accidente ocurrió el 12 de septiembre de 2025 alrededor de las 2:00 p. m. El liniero Osmany Hernández Madroza, de 35 años de edad, reparaba una avería en Pepe Prieto y San Manuel, en San Miguel del Padrón, La Habana, cuando al hacer contacto con un conductor partido, recibió quemaduras en ambos brazos, aunque permaneció consciente. En un video que circuló a través de las redes sociales se evidencia cómo los vecinos lo auxiliaron en la caída.
Un liniero es un técnico especializado en construir, mantener y reparar la infraestructura de transmisión y distribución de energía eléctrica. Trabajan en los exteriores instalando postes, torres y cables. Conecta equipos (transformadores, interruptores…) y debe estar preparado para operar en alturas y en diversas condiciones climáticas. ¿Es posible cumplir esas tareas en Cuba?
En la denuncia recibida por elTOQUE, el liniero da cuentas de que los recursos que necesita apenas existen en el país. «Son escasos los uniformes, estos no son un lujo porque nuestra labor exige que sean fabricados especialmente para el trabajo con electricidad, deben ofrecer resistencia a la corriente y al fuego», explica.
Tampoco cuentan con botas dieléctricas, un tipo de calzado preparado para aislar la electricidad. En su ausencia, han tenido que usar botas militares o las de goma que se utilizan para trabajar en el campo o cubrirse los días de lluvia; las cuales, lógicamente, no son aptas para ese trabajo.
«Los arneses y fajas de seguridad para trabajar en altura están en pésimas condiciones y apenas hay —comenta—, a veces toca uno para la brigada, cuando debería ser un objeto personal».
No hay cascos, las escaleras están viejas y rotas, y los guantes dieléctricos para trabajar con alta y baja tensión apenas existen.
A diario, hacen «magia» para mantener en funcionamiento lo poco que queda del sistema eléctrico de distribución para la ciudadanía. «Si se cae un cable, tenemos que pensar dónde quitar uno en desuso para reparar con ese; si se quema un transformador o lechera, como dicen en la calle, tenemos que pensar dónde quitar uno con menos uso para darle servicio a la población, y todo es así porque los almacenes están limpios, tétricos», admite.
Por falta de materiales y combustible, cuenta que la población que vive en sitios intrincados se queda hasta diez días sin servicio eléctrico porque no disponen de los recursos para llegar al lugar. Los carros tampoco presentan las condiciones mecánicas óptimas, carecen de gomas y piezas de repuesto.
Ante ese panorama, han dejado de hacerse labores de mantenimiento en las líneas, lo que ha ocasionado problemas más difíciles de solucionar.
Entre los riesgos que más corre a diario señala los contactos eléctricos y las caídas desde alturas por la falta de medios. También han tenido accidentes en los carros por fallos mecánicos y el uso de herramientas defectuosas. Además, debe tratar con una «población enfurecida por los apagones». «Se han dado muchos casos de agresiones contra nosotros por razones por las que no debemos pagar, no es culpa nuestra, sino del Gobierno», señala.
Según datos de la Oficina Nacional de Estadística e Información (ONEI), en 2024 descendió en Cuba el número de accidentes laborales. Se registró un total de 934, cifra que representó el 37.7 % menos con respecto al año anterior. Pero la cifra de muertes (52) se mantuvo por tercer año, por lo que la mortalidad se disparó en la relación de fallecidos por cada 1 000 lesionados.
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