Sin ser uno de los países más religiosos de Latinoamérica, este archipiélago caribeño recibirá en septiembre próximo la tercera visita de los pontífices más recientes de la Iglesia Católica. Un joven laico cubano ha vivido de manera muy personal cada uno de los viajes.
Creció en una familia de fuerte raíz española, donde el catolicismo era algo cotidiano. Por eso sus padres desoyeron exigencias estatales que impedían a los maestros y sus hijos acudir a misa, y lo enviaron pronto al catecismo.
Para el niño Lenier González era difícil comprender por qué los viernes, a la misma hora de la prédica evangelizadora, en el Parque frente a la Iglesia las autoridades del municipio realizaban actividades culturales con la música muy alta. También vivía en tensión los domingos, justo a la hora de la misa, cuando todos los estudiantes de su pueblo debían asistir obligatoriamente a competencias deportivas y él tenía que escoger entre las notas y la fe. Eran pasajes de una “guerra fría” a la que puso fin la visita del papa Juan Pablo II, en 1998.
“Por primera vez en casi 40 años la Iglesia y el Gobierno compartían un esfuerzo común, que la visita quedara bien, y eso provocó que los actores de cada lado se conocieran, frente a frente”, recuerda Lenier, a la sazón estudiante de preuniversitario (bachillerato) en la Vocacional de Ciencias Exactas Félix Varela, de la extinta provincia Habana.
“Mi grupo era muy sui-géneris, porque de 30 alumnos, 17 nos asumíamos católicos. Yo sé que fue difícil para la dirección del instituto manejarnos, pero con la llegada del Papa todo cambió. Recuerdo que el día de su llegada mis compañeros le pidieron permiso al director para tocar la campana de la escuela, ¡y el hombre accedió!… un hombre que hasta hacía poco pedía cuentas a la Iglesia si un estudiante llevaba una biblia en su equipaje de interno”, rememora.
Como sus amigos, Lenier vivió pasajes de confrontación. En Madruga, su pueblo, en el año 1994 al ser emitida la conflictiva carta pastoral El Amor Todo lo Espera, al párroco le reunieron una multitud fuera de su local por si la feligresía reaccionaba cuando escucharan las críticas que los obispos lanzaban al gobierno en aquel documento.
Apenas cuatro años después, y luego del recorrido por cinco ciudades del anciano Juan Pablo II las misas multitudinarias que presenció el mundo, Cuba aprendió a respetar mucho más la libertad religiosa.
Una visita “institucional”
Transcurrieron 14 años para que retornara un obispo de Roma a La Habana, aunque esa vez con un impacto popular notablemente menor. “Benedicto XVI es uno de los teólogos más importantes del siglo XX pero es esencialmente eso: un teólogo, y no pudo interactuar con el pueblo cubano de la manera en que lo hizo Juan Pablo II”, opina Lenier.
“Recuerdo su llegada a Santiago de Cuba y a Raúl Castro hablándole mientras Benedicto parecía un muerto viviente, apenas miraba fijo hacia delante. Era un hombre que venía muy estropeado por la crisis de corrupción creada en el Vaticano en torno a él. Yo tengo la impresión de que cuando llega a Cuba ya tiene tomada la decisión de que va a renunciar el pontificado y que vino por cumplir con un deber institucional”, sentencia Lenier, ya para entonces graduado de Comunicación Social y coeditor de la polémica revista Espacio Laical, del Arzobispado de La Habana.
“Yo recibo la visita de Benedicto en medio también de una profunda crisis en la revista. Espacio Laical tuvo enemigos poderosos: algunos en el gobierno, que decían que éramos agentes de la CIA y asalariados del Imperio; otros en Miami, que decían por el contrario que nosotros trabajábamos para la contrainteligencia cubana; y otro sector, dentro de la propia Iglesia Católica, que estaba muy molesto con el cardenal Jaime Ortega por la política de diálogo con Raúl Castro”, confiesa el joven que hoy cuenta 34 años y dirige el proyecto Cuba Posible, después de su salida de la publicación.
El “deber institucional” de Benedicto era legitimar, precisamente, el criticado acercamiento del cardenal Ortega a las autoridades cubanas, gracias al cual fueron liberados más de un centenar de presos políticos y la Iglesia en la Isla se consolidó como interlocutor legítimo en la solución de conflictos. Con la credibilidad crecida, la Iglesia jugaría pronto un papel todavía más importante para la diplomacia exterior del gobierno cubano.
La vibra de Francisco
Fueron los padres jesuitas quienes salvaron el catolicismo de Lenier. “Los ejercicios espirituales de sus campamentos de verano vencieron la monotonía del catolicismo de parroquia en que me habían educado”, reconoce el joven, y con eso adelanta sus abiertas simpatías hacia el actual pontífice, el jesuita Francisco. “Yo tengo la impresión de que un cubano tiene más empatía con Bergoglio que la que siente incluso un argentino, porque nosotros somos más de las fibras emotivas que él suele tocar”, asegura.
Ese carisma que resalta en el papa latinoamericano ha servido también para la mediación vaticana en el acercamiento entre Cuba y Estados Unidos. La decisión de restablecer relaciones diplomáticas, anunciada el pasado 17 de diciembre, contó desde el principio con la “bendición” católica, razón por la cual muchos en el país asumen la visita papal en septiembre como un hecho político más que religioso.
Sin embargo, Lenier no distingue entre ambas condiciones: “La gestión de Francisco a favor del arreglo de relaciones ha sido algo eminentemente religioso, que tiene que ver muy bien con su agenda pastoral. Lo que ha hecho Bergoglio con Cuba y Estados Unidos entronca con el apaciguamiento y el limado de asperezas que ha promovido el Papa, también con Palestina e Israel o Rusia. Esto tiene que ver con la manera en que ve la Iglesia que se resuelven los conflictos, que no es pasando uno sobre otro, sino dialogando.
“Juan Pablo II hizo armas contra el Bloqueo de Estados Unidos a Cuba. Benedicto XVI también. Pero Francisco no solo se declara en contra del Bloqueo, sino que se implica en desarmar ese dispositivo criminal contra el pueblo cubano. Lo que subyace en su viaje es algo político, pero a la vez muy pastoral”, agrega Lenier.
La visita de Francisco tendrá un doble impacto, sigue Lenier. “El Santo Padre vendrá a la Isla, seguramente, a legitimar aún más el escenario de distención entre Cuba y Estados Unidos. Seguramente, en sus discursos se abogue por una distención entre cubanos divididos. El tema de la reconciliación, donde caben perfectamente estos dos puntos (la normalización de relaciones con Estados Unidos y la distención entre cubanos), entronca perfectamente con la agenda desplegada por el nuevo Pontificado a escala global.”
“Además, la visita va a tener lugar en el contexto de la renovación del liderazgo en el seno de la Iglesia Católica cubana”…señala Lenier con una idea en la que no desea abundar mucho, pero que conecta con los comentarios que corren sobre definición de un sustituto para el cardenal Ortega.
El próximo mes de septiembre, 17 años después de aquella mañana de 1998, Lenier no tendrá que ir a una misa del Papa en un ómnibus facilitado por el gobierno municipal de Madruga. Ahora quizás se ubique muy cerca del sumo pontífice. Como el papel de la Iglesia en Cuba, la proyección de Lenier también ha crecido. En él, la fe y la política suben al altar.
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