Foto: elToque
Cuba sin combustible para cocinar. «Es mejor ponerse flaco que volverse loco»
13 / agosto / 2024
La creciente inseguridad energética en la isla llegó a un considerable pico de tensión en mayo de 2024. El déficit de energía alcanzó los 3 360 MW mientras los cubanos se batían con 40 °C sostenidos de temperatura. El parque energético del Sistema Eléctrico Nacional (SEN), bastante obsoleto, tenía más de una decena de centrales termoeléctricas y equipos electrógenos fuera de funcionamiento. En consecuencia, en las provincias del país se registraron cortes de electricidad casi diarios de entre cuatro y 18 horas.
El déficit energético ha llevado a los cubanos a soluciones cada vez más rebuscadas para gestionar la vida diaria, que incluso ponen en mayor riesgo la salud de la población. Food Monitor Program evaluó el agravamiento de la inseguridad energética en Cuba, su impacto en el acceso, conservación y elaboración de los alimentos y los riesgos de los combustibles alternativos.
La importancia de la energía eléctrica en la seguridad alimentaria
La seguridad energética es el proceso ininterrumpido de asegurar la cantidad de energía que se necesita para mantener la vida y las actividades diarias de las personas y para garantizar su asequibilidad. La inseguridad energética afecta el suministro y la sostenibilidad de las necesidades básicas de los seres humanos. También obstaculiza el crecimiento económico del país, la estabilidad política, así como el desarrollo general y la seguridad de otros sectores, como la agricultura y la industria manufacturera.
Hace casi dos décadas (2005) ocurrió en Cuba la llamada «Revolución Energética», un programa gubernamental que reemplazó equipos electrodomésticos viejos por otros de fabricación china. Como parte del proyecto, un tercio del país migró casi exclusivamente a la cocción mediante energía eléctrica (utilizando arroceras, ollas reinas y cocinas eléctricas o de inducción). Aunque el giro debía garantizar patrones de consumo positivos y más ahorradores, tres años después la demanda total de energía había aumentado en un 33 %, lo que convirtió a muchos territorios dependientes de la energía eléctrica para la elaboración de los alimentos.
Incluso en provincias que mantienen un sistema híbrido (gas y electricidad), los cortes de energía están golpeando la capacidad física de cocción y el bienestar emocional de las personas. En Mayabeque, un residente de 40 años explica el impacto que tiene la inseguridad energética y alimentaria en su equilibrio emocional:
«Te acuestas de mal humor y te levantas de mal humor. Tengo que inventar qué desayunar porque no hubo corriente en la panadería para el pan del desayuno y yo no gano para estar comprando jabas de pan diariamente. La verdad, no tengo alternativas y mi única realidad es que hay que aguantar, es mejor ponerse flaco que volverse loco».
Ante la precariedad, la primera reacción de muchas personas es «aceptar», sin considerar otras estrategias por falta de tiempo o recursos.
«Yo no tengo estrategias ni pienso que la comida puede estar en mal estado, me la como así mismo. Si lo pienso mucho, no me la como», aseguró al FMP una residente en Santa Clara, de 23 años, que experimentaba entre ocho y 13 horas sin electricidad a diario.
Dada la posibilidad de que los refrigeradores colapsen por el esfuerzo diario de volver a enfriar bajo 40 grados de temperatura, muchos hogares han optado por desconectar los equipos definitivamente y comer «al diario».
«Hago cosas que no se echen a perder. Llevo comiendo arroz y ensalada más de una semana. No me arriesgo a comprar un pedazo de carne que posiblemente esté echada a perder cuando la compre. No tengo alternativas, mi refrigerador es viejo y demora para arrancar casi una hora después de que llega la corriente, tengo miedo de que se me rompa por la gracia de la luz», comentó la joven villaclareña.
Otra opción que utilizan las familias cubanas es revender los alimentos que habían conseguido y congelado, para invertir el dinero recuperado en otros de más fácil preservación. Pero no siempre es posible.
«La comida se me echa a perder, algunos huevos se me han puesto cluecos y tuve que botar varios muslos de pollo porque se estaban poniendo verdes. Esto es imposible, la verdad. A veces unos vecinos que tienen una planta me guardan la leche o me la congelan, pero ya me da pena porque en la cuadra todos le piden el favor», aseguró una residente en Mariel, de 27 años, que enfrenta hasta diez horas sin electricidad.
La responsabilidad es doble para los cuidadores de menores de edad o de adultos con dependencia. FMP identificó entre quienes cuidan una mayor naturalización de la situación y un sacrificio adicional. Un residente en Pinar del Río, de 42 años, considera:
«A mí no me afecta tanto, pero a los niños sí. Viví el Período Especial y estoy acostumbrado a pasar trabajo, pero ellos no. Si la comida se me echa a perder, trato de recuperarla como sea y me como lo que más comprometido está. Los alimentos para los niños los trato de guardar en casa de un vecino que tiene freezer. Pero como la carne no aguanta diez horas sin frío, estoy cocinando como puedo y lo que puedo».
Food Monitor Program documentó técnicas de preservación de alimentos como el salado, aunque resulta bastante difícil de aplicar porque la sal es uno de los productos que actualmente también escasean. En dependencia del tipo de carne, también se recurre al ahumado o a la preservación en la grasa del animal, aunque la última práctica es más común en zonas rurales más autosuficientes. Las verduras se tratan, en la mayoría de los casos, con técnicas de encurtido.
En el caso de la preservación de los restos de comida, una persona de 38 años, residente en Camagüey, explica:
«Con estos calores, la comida se corta y una no está como para botar las sobras. Yo lo que hago es un sellado al vacío. Meto los restos en una olla de presión, le doy un poquito de tiempo y cuando coge vapor le dejo el pistoncito puesto y la apago. Esa presión dentro permite que tire hasta la próxima vez que la abra en el día. Claro, esa no es una solución para todo y a veces se me quema un poco, pero hay que comerla igual».
El riesgo de cocinar con combustibles nocivos
Una de las principales consecuencias de la inseguridad energética en el contexto cubano es la ausencia de combustible para cocinar los víveres. En mayo de 2024, el Gobierno comenzó a vender en algunas provincias orientales, de forma racionada y controlada, una lata de carbón por núcleo familiar.
Algunas personas entrevistadas relataron, en ese momento, el alcance limitado de la medida.
«Solo están vendiendo una lata de carbón por libreta a 150 CUP. No permiten comprar más que eso. El precio del carbón que venden los particulares obviamente está subiendo (…). Calcula que un saco de carbón se llena con alrededor de tres latas. Con una lata solo se cocina unos días, cuestión que depende también de la calidad del carbón, pero normalmente dura menos de una semana», aseguraron a FMP.
Como los cortes de electricidad ocurren en los horarios de mayor demanda y los depósitos estatales de gas licuado presentan un déficit imprevisto, los cubanos no tienen más opción que recurrir a formas de cocción inseguras y tóxicas.
Tanto en las ciudades como en zonas rurales, aunque con mayor preeminencia en zonas periurbanas y en hogares de bajos ingresos, la población ha comenzado a utilizar combustibles sólidos —leña, carbón y residuos— para cocinar. La cocción se realiza en fogones abiertos e improvisados, en estufas que funcionan mal y sin los utensilios requeridos; a veces en patios de tierra o cimentados, a veces en vías públicas cercanas a la vivienda e, incluso, en espacios mal ventilados.
Durante la cocción con combustibles sólidos, la combustión incompleta libera partículas con componentes nocivos para la salud humana. Algunas de las complicaciones más comunes son latidos irregulares, función pulmonar reducida, asma agravada y síntomas respiratorios aumentados (irritación y dificultad al respirar). También puede acarrear riesgos como la muerte prematura en personas con enfermedades cardíacas o pulmonares e infartos de miocardio. La exposición a partículas nocivas tiende a afectar principalmente a los niños y adultos mayores y a las personas a cargo de los cuidados del hogar, en su mayoría mujeres.
La carga de cocinar aumenta si consideramos que las cubanas no solo se exponen a combustibles inflamables y tóxicos, sino que antes debieron asegurar qué cocinar y cómo. Al respecto, Food Monitor Program pudo recopilar testimonios en La Habana, donde resultan infructuosas las colas nocturnas para esperar el gas licuado.
«Una vecina me vino a preguntar si yo tenía palos para hacer una fogata. Ella lleva dos días cocinando en el patio de su casa porque no tiene gas y con estos apagones... Me dijo que no iba a “coger lucha”, que si no conseguía con qué cocinar, ella y sus hijos no comían y se acabó», relata una habanera de 37 años.
Por supuesto, la inseguridad energética y alimentaria extienden su impacto a ámbitos aparentemente desligados de estas, como el trabajo y el estudio. El ausentismo laboral y escolar se ha elevado, según los testimonios recabados. El 90 % de las madres con las que conversó FMP, dijo no enviar a sus hijos a la escuela al menos un día a la semana por no haber conseguido combustible para cocinar o haber pasado una noche en vela sin electricidad, con calor y mosquitos.
Otras personas aseguraron no asistir a los puestos de trabajo que requieren presencia física (algunos pueden optar por teletrabajo como parte de las medidas para ahorrar energía en centros laborales) porque deben encargarse de conseguir alimentos y combustible para cocinar. El tiempo empleado en las actividades puede ser aún mayor si cuando van a extraer el salario en los cajeros automáticos no hay fluido eléctrico.
La inseguridad energética no solo afecta el presente de los cubanos, también interviene directamente en su calidad de vida futura. Por una parte, está el impacto que puede tener el consumo de alimentos sin conservación segura en la salud de forma inmediata o a mediano plazo; por otro, la incapacidad de los sistemas alimentarios nacionales para producir o elaborar alimentos. Una muestra de la debacle es que —según un informe de la Oficina Nacional de Estadísticas e Información (ONEI)— en los últimos cinco años ha habido un retroceso de un 67 % de la producción nacional de alimentos. Uno de los impedimentos para la producción, junto a la falta de incentivos y de importación de materia prima, ha sido la escasez de energía eléctrica en los centros de elaboración y procesamiento.
Los pronósticos no son alentadores en medio de una temporada ciclónica que promete ser más activa de lo habitual, con la consabida afectación que los fenómenos naturales provocan en la infraestructura nacional.
La seguridad energética depende de los recursos naturales disponibles, de la situación económica nacional y también del sistema político y de que sus relaciones internacionales determinen un sistema de importación sustentable. Por lo tanto, no queda más que demandar una inversión a largo plazo destinada a recuperar el sistema eléctrico nacional sin parches temporales y con enfoque en el aseguramiento de una producción alimentaria sostenible para los cubanos.
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