Damel de la Vega: El Bad Bunny cubano que llevó la salsa a Buenos Aires

Foto: Ella Fernández

Damel de la Vega: El Bad Bunny cubano que llevó la salsa a Buenos Aires

10 / marzo / 2025

Damel de la Vega me dice que tiene 37 años y yo lo miro con duda. Si me preguntan, diría que está en el inicio de sus veinte, pero no le pedí el carné de identidad ni el documento nacional de identificación para comprobarlo.

Nacido en el capitalino barrio Santo Suárez, Damel es alto, de abundante pelo rizado y viste un pulóver rosa que, en el café con poca iluminación donde nos encontramos, resalta su rostro jovial y una sonrisa que no merma. Ahí está, sentado frente a mí, en pleno Palermo, barrio hípster de Buenos Aires: el mismísimo Bad Bunny cubano. El parecido está, existe, es real.

Estoy segura de que Damel no es Benito Antonio Martínez Ocasio. Lo delata su acento cubano, suave y pausado, casi como un dandi habanero; y los collares de la religión yoruba que sobresalen sutilmente sobre su atuendo. Y, sobre todo, su risa, una que nunca vi en el autor de Debí tirar más fotos

«Todo el tiempo la gente se me acerca y me dice: “Ay, como te pareces a Benito”», me cuenta.

El apodo de «Bad Bunny cubano» llegó a las redes sociales a inicios de 2025, cuando una amiga de Damel —DJ y colaboradora de la revista argentina Anfibia— lo entrevistó en un video en el que abordaron temas como la salsa y la migración. Y aquí otra diferencia entre Damel y el Conejo Malo puertorriqueño: Damel no canta trap (o, al menos, no hasta el momento). 

El recorrido musical del habanero lo ha llevado a explorar géneros tan diversos como la salsa, los boleros, la rumba y hasta el canto lírico. Con todo el amor que le profeso a Benito, quiero verlo intentar cantar «El manisero» en versión ópera.

Lo curioso de la historia de Damel es que su exploración de la música cubana ocurrió en tierras porteñas. En 2008 llegó a Buenos Aires con tan solo 18 años; su mamá y su hermana emigraron primero. Nunca había salido de la isla, y de La Habana, «contadas veces». El cambio fue drástico, un golpe directo.

Si bien creció con un padre que tocaba la guitarra y cantaba trova en reuniones familiares, su formación en Cuba no ocurrió en conservatorios, sino con profesores particulares que le enseñaron solfeo y teoría musical. Mayormente, repertorios europeos. Marta Gutiérrez fue una de sus docentes, quien lo acercó al canto lírico.

«¿Cómo se relaciona el canto lírico con la salsa?», le pregunto.

«No había ninguna relación», responde entre risas. «Marta cantaba música cubana con estilo lírico. Lo usaba como una manera de desarrollar el instrumento, la sonoridad. Cuando le dije que me iba a Argentina, me aconsejó: “Ve al Teatro Colón”».

Han pasado 17 años desde esa conversación y el Teatro Colón, una de las salas de ópera más importantes del mundo ubicada en el corazón de Buenos Aires, es aún una deuda pendiente para Damel. Sin embargo, el consejo de su profesora lo llevó al Conservatorio Superior de Música «Manuel de Falla», donde la música cubana volvió a cobrar protagonismo en su vida.

«Llegué a la salsa gracias a un compañero del conservatorio, un percusionista chileno. Quiso formar un proyecto de música cubana tradicional: son, guaracha, hasta changüí. Me preguntó si quería cantar. Le aclaré que nunca había explorado esos géneros. Me pasó los temas, muchos ya los conocía», recuerda.

Su primera presentación fue en un espacio cultural llamado «El taller de Jacinto», en el barrio porteño La Boca. 

«Estaba nerviosísimo. No conocía tanto los estilos ni la parte técnica musical. Fui aprendiendo. Fue una experiencia muy linda, aunque eso todavía no era salsa».

Poco después, otro compañero del conservatorio —también chileno— se acercó a Damel. Tocaba la guitarra y el bajo, dirigía una banda llamada El Nuevo Orden y buscaba incorporar a otros dos cantantes al proyecto. Damel tenía una imagen muy específica de los salseros: una masculinidad tradicional marcada tanto en los movimientos sobre el escenario como en los atuendos. No se sentía identificado. Por eso, nunca se había acercado al género.

«Cuando me llamó, le dije: “Tú sabes a quién estás llamando, ¿no?”. Y me respondió: “Sí, por eso te llamo”. Ahí fui y pude ser libre de expresarme porque yo me siento distinto».

Le pregunto a Damel de la Vega cómo ve el futuro. Me habla de seguir tocando música; no menciona planes específicos. Aspiraciones sin prisa, pero sin pausa. Da a entender que las cosas sucederán a su ritmo y en su momento. Lo único que tiene claro es querer terminar el profesorado en música, seguir aprendiendo y, algún día, presentarse en Cuba. 

Por ahora, interpreta la música que le gusta. Música que, intencionalmente o no, está impregnada de esa dualidad argento-cubana que lo define, junto con influencias de Colombia, Chile, Venezuela, Ecuador —por citar algunos ejemplos—. Me menciona a Benny Moré, Ernesto Lecuona, Interactivo, Habana Abierta y Daymé Arocena, con quien sueña colaborar. Pero también a Gardel.

«La música, la salsa, específicamente, reunió elementos de muchos lugares. Y creo que esa condición de migrante aporta algo distinto a la hora de interpretarla», explica. «No hay géneros intactos. Los géneros evolucionan y se convierten en algo mucho más grande».

Aunque Damel disfruta del mate, no deja el café. Aun con la mixtura de colores y culturas que lo conforman, lo cubano sigue muy presente. Los encuentros con su tradición han sido naturales y espontáneos. 

Así fue como entró en la escena de la rumba en Argentina, específicamente en Plaza Francia, un espacio verde en el barrio de Recoleta donde, desde hace más de tres décadas, uruguayos, cubanos y argentinos se reúnen para tocar candombe, rumba y otros géneros afrodescendientes marcados por el ritmo de los tambores, con nombres rioplatenses o antillanos.

«Llevo poco tiempo en la escena rumbera y hay cosas que todavía no me atrevo a hacer. Pero siempre que puedo, voy a algún toque abierto. La música viene acompañada de esa cultura comunitaria, de compartir en familia», dice.

La rumba, la salsa, el bolero y las pequeñas similitudes que encuentra entre el barrio San Telmo y La Habana Vieja le ayudan con la nostalgia. Buenos Aires es casa, pero le falta el mar. La cercanía al agua que, según él, transforma la energía de quienes habitan las ciudades.

«Yo extraño mucho que la ciudad tenga salida al mar. El malecón era mi lugar. [Buenos Aires], de alguna manera, está de espaldas al río».

Aunque Damel de la Vega no lo sepa —o quizá sí—, en cada una de sus presentaciones, ya sea en las Peñas Rumberas de Capital Federal con el sexteto Mambo Influenciado o incluso con el dúo de música de cámara Pampa Habana lleva un poco de ese mar a Buenos Aires. Y con su voz o su güiro desafía a un público que, por contexto político y social, está obligado a interactuar con los ritmos latinoamericanos que desde hace décadas impregnan la capital. Porque Argentina es Latinoamérica, aunque los más eurocéntricos opinen lo contrario.

Damel trae Cuba a Buenos Aires y lo hace desafiando los estándares más clásicos de la salsa y los ritmos tradicionales. 

Larga vida a nuestro Bad Bunny cubano, a quien tuve la suerte de haberle tirado muchas fotos

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