Algunos días de noviembre imposibles de evitar. Porque el pasado siempre nos persigue y a veces la única forma de librarse de él, es compartirlo con otros.
Por: Harold Cárdenas Lema ([email protected])
Meses más tarde, en casa reciben una postal suya para su hijo de tres años y se la leen. Tiene solo una oración donde le manda un beso pero el niño no entiende nada.
En la madrugada de Halloween un grupo de soldados entra al hospital América cargando un hombre herido en un accidente automovilístico. Una mina explotó dejando un cráter en la carretera lo suficientemente grande para tragarse el VW que llevaba un cubano dentro. Arturo es trasladado entonces al Hospital Militar con carácter urgente, el timón le ha provocado fuertes heridas que le provocan un paro respiratorio pero logra salir de este. Los próximos días serán en terapia intensiva con los médicos tratando de salvarle la vida.
Se mantiene dos días con ventilación artificial y bajo los efectos de los narcóticos. Un amigo estuvo todo el tiempo a su lado verificando que sus pupilas no estuvieran dilatadas y respondiera bien a los estímulos físicos. Al amanecer del sábado comienza a empeorar mientras transcurren las horas y el domingo en la mañana tiene un paro cardíaco. Los médicos solo se dan por vencidos después de 45 minutos de reanimación. El 3 de noviembre de 1989 a las 11:40 am declararon muerto a mi padre.
No se suponía que esa noche estuviera manejando de madrugada pero había ido a ver unos amigos cubanos con los que se sentía un poco más cerca de casa.
Tampoco se había informado que la carretera tenía peligro de minas explosivas. Era alérgico a la anestesia pero las personas con estas limitaciones eran usualmente alejadas de las misiones internacionalistas y el día del examen médico omitió su dolencia para no quedar como un cobarde.
Todas estas casualidades conspiraron en su contra pero la más trágica de todas era que solo le quedara una semana en aquel país.
Hace unos meses encontré una carta amarillenta donde aquel amigo del hospital contaba todo lo que había ocurrido. Desde entonces, estaba guardada en una gaveta hasta encontrar el momento de leerlo todo. Ahora es el aniversario de su despedida y acabo de cumplir 30 años, ya las heridas están lo suficientemente lejanas para disimular el dolor. Para que este no siga siendo un tema recurrente con peligro de convertirse en morbo, mejor escribirlo todo y exorcizar demonios. Los blogueros se supone que cuenten vivencias personales y digan lo que tienen en mente de forma honesta.
Hoy solo pienso en mi padre. Esta historia termina a las dos de la madrugada conmigo diciéndole adiós.
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