pareja con hijos en la playa

Foto: Rachel Pereda

El amor luego de ser padres: de lo real maravilloso

14 / febrero / 2023

Es domingo. Llueve. El día perfecto para acurrucarte con tu pareja, ver una película y descansar. El típico «lechoneo», como le llamaría una amiga. Dormir, comer pizza y no hacer nada. Recargar las pilas para el resto de la semana.

Pero cuando nos convertimos en padres, ese escenario cambia de una manera drástica. Es domingo. Llueve. Estoy despierta desde las seis de la mañana luego de una madrugada agotadora con Emma. Me asomo a la ventana con ella en mis brazos, mientras la camino por todo el cuarto. Daniel también se despierta temprano, y antes de las ocho de la mañana hace su primer berrinche.

Me preparo el café, cambio de ropa a los niños, intento despertarme con un poco de agua en la cara. Me cepillo los dientes apurada. «No parece domingo», me digo. Mi esposo hace el desayuno. Yo con una taza de café en la mano y Emma en el otro brazo. Daniel sentado en la meseta, ayudando a papá en la cocina. Ahora dice que será chef, ayer decía que piloto y mañana veremos qué se le ocurre.

Miro a mi esposo y me pongo a pensar en cuánto hemos cambiado desde que somos padres. En una competencia de ojeras seríamos los ganadores, me burlo para mis adentros. Sonrío y termino con el café. Él me mira y también sonríe con esa complicidad que solo nosotros entendemos. Se acerca y me da un beso de buenos días. Con el despertar agitado no tuvimos chance de nada.

El pequeño Daniel hace muecas e intenta separarnos, no quiere que papá le dé besos a mamá. «Mamá linda es mía», le reclama. Y me agarra la cara. Volvemos a reír, esta vez a carcajadas. No parece domingo, pero tampoco hace falta. Preparo la mesa para dibujar y también el repertorio de canciones infantiles. Así comienza nuestra jornada de domingo. Intensa, como todos los días desde que somos padres.

La llegada de Daniel: las mil y una noches sin dormir. Los cambios…

Cuando sabemos que un bebé viene en camino, comienza una etapa de muchas alegrías, preparativos y nervios intensos. En nuestro caso, fue un cambio rotundo de planes. Mi embarazo no fue planeado, aunque sí muy deseado. Nos fuimos haciendo a la idea poco a poco. Yo me fui enamorando de mi barriga de embarazada. Y mi esposo también. Tuvimos que reinventarnos y eso nos fortaleció, no solo como pareja, sino como familia.

Duramos muy poco tiempo siendo solo dos, enseguida llegaría Daniel a nuestras vidas. Luego se sumaría Emma. Para nadie es un secreto que la llegada de un bebé provoca cambios importantes en la dinámica del hogar, las rutinas, las prioridades, y también en la relación entre los nuevos padres.

El nuevo miembro de la familia se convierte en el centro de atención. Los roles cambian, nosotros cambiamos, es inevitable. Las preocupaciones, que antes estaban relacionadas con actividades compartidas y tareas del hogar, aumentan de un modo exagerado.

En medio del caos, la pareja parece que se pierde detrás del rol de «mamá y papá». El estrés, el desgaste físico, las malas noches pueden generar discusiones hasta por lo más simple. Para sobrellevar las circunstancias, a nosotros nos ha funcionado mantener una comunicación muy fuerte, dividir las tareas y trabajar en equipo.

Recuerdo que cuando Daniel estaba recién nacido, mi esposo todas las mañanas lo sacaba del cuarto un rato para la sala y así yo podía descansar algo, luego de noches interminables de cólicos, llantos y sillón. Noches en las que él tampoco dormía bien, y al día siguiente tenía que sentarse en la computadora a trabajar, pero sabía que yo lo necesitaba.

Él era quien le cambiaba el pañal al niño en el hospital, lo cambiaba de ropa, lo caminaba durante la madrugada. Desde ese instante en que lo sostuvo por primera vez en sus brazos, ejerció la paternidad de una manera sorprendente para un padre primerizo que antes no se atrevía ni a cargar un bebé.

En esos primeros meses me sentía agotada y al límite casi todo el tiempo, con muchísimas emociones que no sabía controlar la mayoría de las veces, e intentando tenerme paciencia y tenérsela a mi esposo que estaba viviendo también sus propios procesos.

A veces nos ganaba la ansiedad y la presión por no saber qué hacer y querer acertar todo el tiempo, porque teníamos un pequeño sunami llamado Daniel que dependía de nuestros cuidados.

En medio de tanto, sufrí varias parálisis faciales y llegaron algunas situaciones personales de mucho estrés. Eso nos unió al punto que a veces siento que nadie me conoce en el mundo mejor que él.

Cuando llega un nuevo bebé a la casa, toda la atención es para él y para la madre. Pero el padre también atraviesa cambios importantes en su vida. Cuando ingresé en el hospital con contracciones, mi esposo se quedó a mi lado todo el tiempo. Durmió en el piso del hospital, pasó fin de año acurrucado junto a mí en la pequeña camita y así esperamos el año nuevo.

Él bajó mucho de peso y se notaba preocupado aunque disimulaba para que yo no me sintiera peor. Fueron días agotadores, y luego llegó Daniel para demandar más fuerzas.

Cuando me hicieron la cesárea con Emma, mi esposo no pudo estar con nosotras en el hospital. En este caso fue mi mamá, porque se quedó en la casa cuidando a Daniel. Mientras trabajaba, atendía los quehaceres del hogar y nos mandaba lo que hiciera falta para el horario de visita.

Esa ha sido una de nuestras fortalezas: apoyarnos siempre uno en el otro. Somos un equipo que funciona de manera integrada, y ahora una familia que comparte las tareas y responsabilidades, pero nunca hemos olvidado que somos una pareja.

Complicidades en el insomnio: ojeras compartidas

La crisis que puede representar la llegada de un nuevo bebé ha sido nuestra oportunidad para reinventar nuestros vínculos y encontrar nuevos espacios para fortalecer el amor de pareja.

Dentro de lo posible, todas las noches que podemos nos quedamos un rato conversando cuando logramos dormir a los niños. Nos abrazamos, vemos cinco minutos de una película y volvemos a ser los jóvenes que se conocieron aquel viernes de febrero.

A veces, cuando salimos a comprar cosas para la casa —o culeros y leche—, aprovechamos y nos tomamos un café, hablamos de nuestros sueños y planes futuros. O en medio de ese domingo agitado, abrimos una botella de vino y brindamos juntos.

También pasamos tiempo de calidad como familia. Nos disfrazamos, jugamos con los niños, les celebramos cada «cumplemés» aunque sea con un dulce y soplamos las velitas junto a ellos, sabiendo que el principal deseo lo tenemos cumplido a nuestro alrededor.

En medio de la rutina y las responsabilidades cotidianas, es normal que se quiebren algunas cosas. Pero en lo personal, nosotros construimos un espacio sólido basado en la comunicación, la confianza y el amor, para atravesar el desafío inmenso de ser padres.

No siempre estamos de acuerdo en las maneras de criar y en otros temas en general. Hemos discutido, nos hemos molestado y luego nos hemos reconciliado como cualquier pareja. Solo que nosotros esperamos el tiempo a solas para ventilar los desacuerdos, en espacios más íntimos para que los niños no vean ninguna pelea.

Pero conversamos mucho y aprendimos a solucionar nuestros problemas desde una comunicación franca y clara.

Nuestra prueba de fuego como pareja fue la decisión tan dura de emigrar y hacer una travesía cruzando fronteras con dos niños pequeños para llegar a Estados Unidos. Esas semanas tuvimos que apoyarnos uno en el otro con más fuerza que nunca y sostenernos con esa complicidad necesaria para intentar estar bien hasta en los peores momentos.

El viaje nos demostró todo lo que somos capaces de hacer juntos y que los niños han sido nuestro impulso más poderoso. Ellos nos han obligado a evolucionar, a crecer y a constituir nuestros propios pactos privados para desarrollar los nuevos roles que hemos asumido.

La intimidad en la pareja: más allá de ser padres

La llegada de un hijo también cambia la intimidad y la vida sexual de la pareja. Ya no se tiene el mismo tiempo de antes para estar a solas. El cansancio, la rutina, el estrés son factores que pueden atentar contra la relación.

También la mayoría de las noches dormirás con una personita pequeña, en nuestro caso dos, que demandan cuidados incluso en la madrugada y que impiden ese abrazo apasionado o dormir en modo «cucharita» como antes.

Sin embargo, la relación también puede cambiar para mejor. Para nosotros ha sido así. En medio de tanta locura que vivimos a diario, no faltan los detalles, los mensajes tiernos por WhatsApp, las notas graciosas pasadas por debajo de la puerta del baño, las flores, la alegría.

A veces parecemos dos adolescentes, procurando un momento a solas, dándonos besos fugaces y escondidos, inventando sorpresas en medio de la rutina y luchando contra el tiempo que se empeña en no alcanzar. De algún modo, eso ha mantenido la llama encendida como si fuera el principio.

Además de compartir el afecto que sentimos el uno por el otro, ahora sumamos ese amor tan fuerte hacia nuestros hijos. A la vez, compartir ese cariño también ha sido nuestra fortaleza.

Lo mejor que podemos hacer por nuestros hijos es cuidar la relación de pareja. Padres felices, hijos felices. Para que crezcan en un ambiente de felicidad plena. Como toda energía, el amor se transforma con la llegada de un bebé. Cuando se suma el segundo, no solo se reinventa, sino que se multiplica.

La pareja y los hijos ocupan lugares diferentes en nuestras vidas. Uno no viene a llenar el vacío del otro, sino que se complementan. Por las dinámicas propias del día a día —el trabajo, los niños, el hogar—, una pareja no puede estar todo el tiempo junta, y tampoco creo sea lo más saludable.

Cada uno con su espacio, construyen uno en común para cuidar de sus pequeños, mientras también se ocupan de otras responsabilidades. La relación no se trata entonces de pasar determinada cantidad de tiempo juntos, sino de la calidad de esos ratos.

De esta manera, la «mapaternidad» se construye de una manera saludable cuando mamá y papá se encuentran en la misma sintonía, y el diálogo, el consenso y las nuevas rutinas se basan en el respeto, el vínculo afectivo y los sueños en común.

Es domingo. Llueve. No podemos quedarnos en cama todo el día sin hacer nada. Tenemos dos pequeños remolinos que nos obligan a disfrutar la lluvia de otra manera. Cuando sean un poco más grandes, espero podamos bañarnos juntos en algún aguacero y ver una película todos acurrucados en la cama.

Porque luego de convertirnos en padres, no somos los mismos, los domingos muchas veces parecen lunes. Pero el amor se renueva de una manera maravillosa si sabemos sostenerlo junto al mejor de sus frutos, nuestros hijos.

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Sanson

No se desgasten. Dejen ese pais, ese regimen y sobretodo esos farsantes que llegaron hace sesenta y pico de annos diciendo que no eran comunistas y al poca tiempo cambiaron diciendo que siemppre habian sido Marxistas Leninistas y ahoora, sin decirlo, van a cambiar al capitalismo de Putin. Para que cambiar el capitalismo que comerciaba con los EEUU por el que es un esclavo de los rusos?.
Sanson

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