El verdadero hombre del hielo no era Ötzi en su glaciar de los Alpes italianos; ni Bobby Drake, el inestable mutante de los X-Men. El verdadero hombre de hielo es este jovencito delgado y sonriente que vende hielo y agua refinada en Pure Ice, un floreciente negocio situado en el número 58 de la calle Prolongación de Colón, en la ciudad cubana de Santa Clara.
El verdadero hombre del hielo no es, como uno pudiera pensar, un sujeto frío, calculador y traicionero, sino un modesto vendedor que combate con frialdad el agobiante clima de los trópicos.
Se llama Yasiel Hernández. No es alto, no es fuerte, no tiene una voz ni una cara llamativa. No es una persona que uno recordaría demasiado, a no ser por la hermosa transparencia de su hielo.
Cuando la gente camina por ahí y lo ven afanándose en Pure Ice, comentan: “Ya se vende cualquier cosa, hasta el agua y el hielo”.
En una época a Yasiel tampoco le entraba en la cabeza que alguien pudiera tener un negocio para vender hielo, pero ahora está seguro de que no hay mejor negocio que este.
La idea surgió el día en que el empresario cubanoamericano Pável Gil visitó un bar estatal y, al solicitar un poco de hielo para su trago, el bartender tuvo que poner a congelar agua de Ciego Montero en una tartarita, un molde casero.
“Entonces me di cuenta de que esa podía ser una buena inversión, porque aquí es difícil encontrar hielo de alta calidad”, se explica ahora este ex entrenador de judo, de origen santaclareño, que viviendo fuera de Cuba obtuvo un doctorado en Ciencias de la Comunicación y una visión muy particular de cómo hacer negocios en su Isla.
El hielo purificado es su producto estrella y también la causa por la que Pure Ice esté clasificado como un “centro procesador de alimentos ligeros”. Ese, hay que aclararlo, es el nombre del permiso bajo el cual operan las cafeterías en Cuba. Según Pável Gil en un inicio ellos intentaron inscribirse como “aguadores”, otra de las categorías existentes, pero les dijeron que no:
—Para ser aguadores deben distribuir el agua en pomos —afirmó el funcionario que los estaba atendiendo.
—El agua existe en tres formas naturales, sólida, gaseosa, líquida —ripostó Pável—, yo quiero distribuirla en forma sólida, ¿cuál es el problema?
—No, no se puede —fue la respuesta que recibió—, porque deja de ser agua.
Al verdadero hombre de hielo le gusta pasar tiempo con su familia, conocer personas interesantes y emprendedoras, y beber agua purificada.
El hielo que vende este hombre posee cualidades que rondan lo maravilloso: es transparente, fuerte, compacto y cada cubito pesa como promedio unos 10 gramos. “Además, no puede ser quebradizo ni tener cavidades”, aclara con el tono de quien está explicando lo obvio a un alumno de kindergarten.
En un principio tuvo pocos clientes, pero se han ido incrementando exponencialmente, no solo porque vende hielo, sino porque el precio de su agua hiperfiltrada es entre un 30 y un 50 % inferior al de la disponible en la red estatal de tiendas.
¿Y de dónde obtienen el agua?, es la duda razonable del lector que conozca Santa Clara, una ciudad azotada por una persistente sequía y por las roturas de sus líneas de abastecimiento.
La intención original del creador de Pure Ice fue cavar un pozo tan profundo que se pudiera obtener líquido de cierta calidad, libre de la contaminación que generalmente afecta los reservorios hídricos bajo los centros urbanos. Pero no, una de las condicionantes para poder abrir su negocio fue que tenía que trabajar con el agua del acueducto que abastece Santa Clara.
—Comenzamos con cinco filtros, pero actualmente estamos utilizando 26 —explica Pável—, un sistema de punta que importamos a un costo cercano a los 180 mil dólares (USD).
—Las ventas de Pure Ice, ¿amortizarán esa inversión?
—Nuestros clientes son en su mayoría los dueños de otros negocios privados (restaurantes, casas de hospedaje), también personas que están enfermas o que tienen familiares hospitalizados, o sea, que por ahora no paga la inversión. Pero…
El Dr. Pável Gil se rasca la cabeza:
—Los negocios tienen tres pasos: fijación, crecimiento y desarrollo. Nosotros aún estamos en el primer paso, dando a conocer Pure Ice y demostrando que se puede hacer hielo de alta calidad a partir del agua de Santa Clara.
—¿No tienen clientes estatales?
—Tenemos uno, el Instituto Nacional de Deportes y Recreación (Inder), que compra todo su hielo aquí. Hay otras empresas estatales interesadas, pero existen trabas que no les permiten acceder a nuestros servicios. Trabas que, en mi opinión, van a desaparecer pronto.
Cuando el hombre del hielo explica a sus amigos en qué trabaja, los amigos le responden: “Eres un bicho, seguro que ahí te pasas el tiempo sin hacer nada”.
Pero nuestro hombre del hielo siempre está tremendamente ocupado: él mismo hace de dependiente, atiende la puerta, responde llamadas y, por supuesto, fabrica el hielo. El suyo es un oficio limpio, no tiene que alternar con borrachos, ni comida, ni ensuciarse con nada, a no ser con un poco de agua. Pero solo un poco, porque cuando manipula el producto, usa gorro, bata de nylon y guantes quirúrgicos.
Antes trabajaba en una empresa estatal que fabrica sacos, pero lo dejó porque no soportaba pasar malas noches.
Cuando uno le pregunta cómo le gustaría que fuera su futuro, sonríe de medio lado y contesta que ojalá pueda seguir ahí. Contrario a Ötzi y Bobby Drake y Richard Kuklinski, el verdadero hombre de hielo no ha hecho Historia, está fuera de ella. Quizá le teme un poco al frío extremo y, como a la mayoría de las personas, le gusta la comida caliente.
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David