En la segunda edición de la revista La Edad de Oro, publicada en Nueva York en agosto de 1889, José Martí incluyó un interesante trabajo sobre las diferentes etapas de la humanidad a partir de las viviendas que habitaron diferentes grupos sociales. El relato se llamó «La historia del hombre, contada por sus casas». En 2023, las viviendas cubanas tienen, asimismo, mucho para contar, secretos que develar y lutos que vivir.
«Ahora la gente vive en casas grandes, con puertas y ventanas, y patios enlosados, y portales de columnas: pero hace muchos miles de años los hombres no vivían así, ni había países de sesenta millones de habitantes, como hay hoy. En aquellos tiempos no había libros que contasen las cosas: las piedras, los huesos, las conchas, los instrumentos de trabajar son los que enseñan cómo vivían los hombres de antes»*.
El rostro de una villa grisácea, en la que se encuentran confinadas las ganas de ser parte y las ganas de dejar de serlo. Muchos venden su alma, su conciencia y su hogar; otros, viven como pueden, sobreviven como se les permite. En estos tiempos hay libros y ciencia para conocer la historia y mil maneras para construir una vivienda digna. En estos tiempos hay un país de 11 millones de habitantes de diversísima complejidad, tanto arquitectónica como social.
«En América no parece que vivían así los hombres de aquel tiempo, sino que andaban juntos en pueblos, y no en familias sueltas: todavía se ven las ruinas de los que llaman los “terrapleneros”, porque fabricaban con tierra unos paredones en figura de círculo, o de triángulo, o de cuadrado, o de cuatro círculos unos dentro de otros: otros indios vivían en casas de piedra que eran como pueblos, y las llamaban las casas-pueblos, porque allí hubo hasta mil familias a la vez, que no entraban a la casa por puertas, como nosotros, sino por el techo».
«La vivienda no es solo un bien inmobiliario, es también una forma de consolidación espiritual», dijo Mario Benedetti. El arraigo a un sitio depende de muchos factores, pero la posibilidad de tener algo «tuyo» es lo más común. Mi casa, tu casa, la casa de nuestra familia…el hacinamiento. El número de habitantes, insalubridad y pobreza se multiplica en las zonas más afectadas por la crisis económica y sobre todo por el deterioro del fondo habitacional.
Un solar habanero en 2023 solamente pudiera ser comparado con el experimento Universo 25. Muchas viviendas emplazadas en el espacio donde en tiempos de la colonia era solo una. Condiciones insalubres, antihigiénicas. El sistema de cableado eléctrico sin protección; el suministro de agua potable casi inexistente. Varios derrumbes en los últimos años, familias laceradas por la negligencia de las administraciones. No valen de mucho los «experimentos» cuando está en juego la vida, la salud y la dignidad de las personas.
«[...] Los que van a abrir el país viven en covachas, con techos de ramas, como en la edad neolítica: en las orillas del Orinoco, en la América del Sur, los indios viven en ciudades lacustres, lo mismo que las que había hace cientos de siglos en los lagos de Suiza»
Se levanta, observa la cámara, ríe y entra rápidamente. Detesta las fotos, aunque su sonrisa es bella. Una anciana de 70 y tantos años con la dentadura intacta. Se escabulló, pero dejó un testigo de su soledad: una casa separada de los vecinos por un brevísimo puente manufacturado con planchas de acero. Un puente para cruzar el río que hace más de medio siglo se secó. Una casa lacustre sin agua y un río que alguien evaporó sin permiso.
«Hay pueblos que viven, como Francia ahora, en lo más hermoso de la edad de hierro, con su torre de Eiffel que se entra por las nubes: y otros pueblos que viven en la edad de piedra, como el indio que fabrica su casa en las ramas de los árboles, y con su lanza de pedernal sale a matar los pájaros del bosque y a ensartar en el aire los peces voladores del río».
Hay analogía entre quienes desean firmeza para los cimientos de su hogar. Una base sólida equivaldría para ellos a la tranquilidad de posponer el futuro inmediato el mayor tiempo posible. Sin embargo, procrastinar es la opción más halagüeña para quien no quiere un techo así sobre su cabeza. Tanto en la Francia aristocrática como en la jungla más precolombina, los carteles de SE VENDE, afean la fachada.
«Por aquellas tierras vivían los asirios, que fueron pueblo guerreador, que les ponía a sus casas torres, como para ver más de lejos al enemigo, y las torres eran de almenas, como para disparar el arco desde seguro. No tenían ventanas, sino que les venía la luz del techo. Sobre las puertas ponían a veces piedras talladas con alguna figura misteriosa, como un toro con cabeza de hombre, o una cabeza con alas».
Es común sentirse hostigado. La razón no entiende de hermandades cuando una vivienda está en medio y no hay testamento hológrafo. Se podrán notar dos puertas principales en una sola casa. No se arreglarán desperfectos que beneficien al otro. La sangre no siempre une. Una sola torre habitada diariamente por los enemigos que se turnan para hacer el bochornoso papel de víctima o victimario.
«Ahora todos los pueblos del mundo se conocen mejor y se visitan: y en cada pueblo hay su modo de fabricar, según haya frío o calor, o sean de una raza o de otra; pero lo que parece nuevo en las ciudades no es su manera de hacer casas, sino que en cada ciudad hay casas moras, y griegas, y góticas, y bizantinas, y japonesas, como si empezara el tiempo feliz en que los hombres se tratan como amigos, y se van juntando».
El hombre es tanto carne como mente. Desea el cielo más puro sobre su cabeza y la paz y la dignidad para vivir. La casa, el hogar, el pedazo materializado de posesión hacen también al individuo un ser digno. A veces, solo a veces, es llave y cerradura. Cuando el apóstol alegaba por la libertad de los cubanos nunca pensó que liberarse de los prejuicios y miedos fuese la labor más compleja.
*Las citas pertenecen a «La historia del hombre, contada por sus casas», La Edad de Oro, 1889.
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