Foto: Free Malaysia Today
El mapa geopolítico tras la caída de Bashar al-Assad en Siria
14 / diciembre / 2024
En la mañana del domingo 8 de diciembre de 2024 el mundo amaneció con la noticia de la caída del dictador sirio Bashar al-Assad tras 50 años de tiranía dinástica. Su régimen fue precedido por el ascenso al poder en 1971 de su padre Háfez al-Assad.
Con Háfez al-Assad, el Partido Baaz Árabe Socialista tomó las riendas del país. Con la caída de su hijo, se cerró un ciclo dictatorial marcado por el autoritarismo, la represión sistemática de las disidencias políticas y el alineamiento con otros regímenes autocráticos como los Gobiernos de Irán, Rusia, China, Cuba y Venezuela.
La «Primavera Árabe» (2010-2012) puede considerarse uno de los puntos de inflexión en la estabilidad del régimen sirio. Durante esos años, se produjeron en la región una serie de protestas populares masivas, en su mayoría pacíficas, que pedían reformas democráticas y descentralizadoras.
El Gobierno sirio reaccionó a las protestas con una violenta represión contra la población, encarceló a miles de prisioneros políticos y emprendió una feroz persecución que derivó en el estallido de una guerra civil entre las facciones del oficialismo y distintos grupos armados. El conflicto, hasta diciembre de 2024, contabilizada más de 11 millones de desplazados (según cifras de Acnur), al menos 7.2 millones de ellos al interior del país, y entre 300 000 y 600 000 fallecidos.
Durante esa etapa de beligerancia, el régimen de Assad cometió crímenes de lesa humanidad para enfrentar a sus enemigos, incluido el uso de armas químicas contra sectores de la población. Los crímenes fueron denunciados en reiteradas ocasiones por organizaciones internacionales, como Naciones Unidas, que condenaron también las violaciones sistemáticas a los derechos humanos y la falta de garantías en materia de libertades civiles. Manifestarse contra el régimen costaba la vida o largas penas de prisión, acompañadas de tortura y tratos crueles o degradantes en cárceles de máxima seguridad como el penal de Saydnaya.
La intensificación del conflicto desde 2015
En 2015, el presidente Bashar al-Assad solicitó ayuda externa al mandatario ruso Vladímir Putin cuando gran parte del territorio árabe se encontraba ocupado por tropas rebeldes. La entrada de la fuerza aérea rusa fue un duro golpe para las facciones insurgentes, que se vieron obligadas a un repliegue táctico en gran parte de sus posiciones. Lo anterior significó el retorno de la Administración de Assad en decenas de ciudades importantes del país.
Sin embargo, el desgaste y las bajas militares causadas por tantos años de lucha, la corrupción institucionalizada en el Gobierno y el debilitamiento de los principales aliados en la esfera internacional (como Irán, Líbano y Rusia, involucrados en sus propios conflictos bélicos) mermaron la capacidad de resistencia de la armada oficialista. Ello condujo al despliegue de una ofensiva de las tropas de la organización armada Hayat Tahrir al-Sham (HTS), antiguo frente Al Nusra, que se desligó en 2016 del grupo extremista islámico Al Qaeda.
La agrupación insurgente HTS, dirigida por Ahmed Huseín al-Charaa, conocido por su nombre de guerra Abu Mohammad al-Golani, tiene un acentuado signo conservador y fundamentalista que impuso la sharia (sistema legal islámico) en los territorios bajo su control, con severas implicaciones para las mujeres, niñas y personas LGBTIQ+. No obstante, es importante destacar que las facciones contrarias al régimen dictatorial no solo están constituidas por HTS, considerada terrorista por organismos multilaterales y países occidentales. Resalta el protagonismo de las brigadas de resistencia kurda que ocupan una amplia extensión al nordeste del territorio sirio, conformando administraciones de gestión autónoma fuertemente combatidas por Turquía. Entre el resto de las milicias que destacan por su relevancia se encuentra el Ejército Nacional Sirio (ENS) y las Fuerzas Democráticas Sirias (FDS).
Los caminos posibles de una transición política en Siria
La caída del dictador ha sido acompañada por imágenes del pueblo sirio festejando, la destrucción de estatuas, imágenes e íconos del partido baazista, y su sustitución por nuevos estandartes como la bandera de la oposición en el exilio, izada en plazas y lugares públicos. La liberación de miles de presos políticos sometidos a torturas, como muestran las terribles imágenes tomadas desde la prisión Saydnaya (considerada el matadero de Assad), reaviva el sentimiento de liberación. De igual modo, el retorno de miles de desplazados que se encontraban en territorios limítrofes desde el estallido del conflicto en 2011 constituye otra muestra de la sensación colectiva de autodeterminación.
Si bien la organización Hayat Tahrir al-Sham, de corte islamista extremo, fue el grupo armado que encabezó la ofensiva final que puso fin al largo mandato de Bashar al-Assad, por el momento los reportes indican que predomina un ambiente de conciliación y negociaciones entre todos los sectores de la oposición, lo cual incluye a funcionarios del Gobierno, para diseñar un plan de transición pacífica que desemboque en elecciones generales. Así lo manifestó Mohamed al-Bashir, quien es ingeniero y jefe de una rama civil de HTS, nombrado primer ministro interino al frente de la transición política en el país. Bashir prometió colaborar con todos los grupos políticos, «excepto con aquellos cuyas manos están manchadas de sangre».
¿Qué implicaciones tiene la caída de Bashar al-Assad para Medio Oriente y otros países del mundo occidental?
En el nuevo esquema regional es evidente que la capacidad de maniobra rusa se encuentra disminuida y ello se debe en gran medida a las sanciones externas y el desgaste del conflicto en Ucrania; aunque según Galia Ackerman, historiadora y especialista en Rusia, resulta «impensable que Putin renuncie al objetivo estratégico de un acceso de su país a los mares calientes, como siempre llamaron al Mediterráneo».
Aún resta por evaluar el efecto que los acontecimientos en Oriente Medio pudieran desencadenar en un próximo escenario de negociaciones en el contexto de la guerra en Ucrania, dado el deseo del mandatario electo Donald Trump de ponerle fin a la contienda en el este euroasiático. La llegada de Trump al poder el 20 de enero de 2025 podría suponer el fin del apoyo financiero y armamentista estadounidense que resulta fundamental en la resistencia ucraniana contra la agresión rusa.
Joe Biden, al frente de la actual Administración estadounidense, expresó que la caída de Assad se trata de un «acto fundamental de justicia», pero también «un momento de riesgo e incertidumbre para la región». Para evitar una nueva escalada del conflicto, la potencia mundial lanzó intensos ataques aéreos en Siria contra 75 objetivos militares del Daesh o ISIS, que se refugian en la zona desértica. Las incursiones pretenden impedir que los extremistas del Estado Islámico se aprovechen del caos desatado tras la caída de Damasco; a pesar de que altos funcionarios de Washington afirman no tener intereses ocupacionistas en medio de la crisis.
Mientras Turquía mantiene tropas al norte, en sus permanentes incursiones contra el pueblo kurdo, Israel decidió avanzar hacia los Altos del Golán y colocar efectivos de su ejército regular en la zona fronteriza entre ambos países, bajo el argumento de preservar su territorio ante la toma del poder por las fuerzas rebeldes. Así lo manifestó el primer ministro Benjamin Netanyahu desde ese sitio, como parte de una ocupación que varios Gobiernos consideran arbitraria e ilegal.
La potencia rusa pierde terreno en el tablero geopolítico ante la reconfiguración de las fuerzas encabezadas por Estados Unidos, la OTAN y el resto de sus aliados occidentales. La nación euroasiática, que había sido el aliado principal del líder derrocado, se limitó a expresar que no participa en los procesos de negociaciones entre los sectores de la oposición que conducen la transición. Sin embargo, le concedió asilo político al presidente depuesto y su círculo cercano de familiares.
La República Islámica de Irán se muestra débil ante el efecto de las sanciones occidentales, los ataques israelíes y la pérdida reciente de Hezbolá, uno de sus principales aliados estratégicos en el suministro de ayuda militar a la resistencia palestina. El territorio árabe sirio fungía como uno de los principales corredores de material bélico iraní en apoyo a Hezbolá, aliado del grupo islámico Hamás, en medio de la escalada del conflicto israelí-palestino.
El debilitamiento de Rusia lanza un mensaje indirecto a sus aliados autocráticos en América Latina y el Caribe (Venezuela, Nicaragua y Cuba), que afrontan escenarios de crisis complejos y consideran al gigante de Oriente como un puntal importante en su sostenimiento. Dichos regímenes no solo tienen simpatías ideológicas, vínculos comerciales y militares, sino que además comparten un sentimiento contrario al expansionismo estadounidense, pero que termina por validar lo que algunos expertos denominan «antiimperialismo selectivo».
La caída del dictador sirio constituye una terrible noticia para los gobernantes de estos regímenes autoritarios, quienes veían en Assad un aliado y un símbolo de la «resistencia antiimperialista» contra los poderes hegemónicos occidentales. Ante la inminente toma de posesión de una nueva Administración republicana en Estados Unidos, el Departamento de Estado renueva sus narrativas contra quienes promueven una ideología antidemocrática en la región, como parte de su agenda exterior hacia América Latina y el Caribe.
La crisis en el país árabe que puso fin a la tiranía de los Assad transparenta la debilidad de Rusia como aliado de confianza para los regímenes autocráticos de Cuba, Venezuela y Nicaragua. Evidencia, además, la vulnerabilidad de las instituciones represivas cuando el despotismo se vuelve insostenible frente al anhelo de libertad de los pueblos y su deseo de recuperar la dignidad.
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