Las nubes de humo negro que matizan el alba de la periferia citadina, son un buen presagio en Placetas, esta pequeña ciudad en el centro de la Isla. Anuncian que ha prendido el fuego de los rústicos hornos de reverberación donde el calor infernal derrite el aluminio y crea un nuevo producto para la vida de alguien.
En este viejo pueblo cientos de jóvenes invierten casi toda su energía en las mini-industrias de las fundiciones locales.
A cambio del bregar intenso en condiciones laborales severas, los jóvenes fundidores reciben una paga de 100 a 120 pesos diarios que les permiten una vida poco más holgada, pero todavía distante del confort y el desahogo económico al que aspira la mayoría en Cuba.
Casi todas las fundiciones en Placetas trabajan dos turnos de lunes a viernes. Uno comienza a las 4:00 a.m. y otro termina sobre las seis de la tarde. El trabajo es fuerte. “Hay mucho calor y tienes que tener cuidado porque puedes quemarte aunque te protejas con guantes. Debes estar centrado y dejar la bobería, pues en esos momentos ocurren los accidentes”, dice José Magdiel Luzardo, uno de los trabajadores.
“Entras a una fundición por un solo motivo, el dinero. Nadie puede amar un trabajo que te destruye, es como una máquina de moler gente, no creo aguantar aquí más de tres años. La idea es guardar unos pesos para después emprender algún negocito propio,” asegura Yuniel Rodríguez, joven de 27 años.
En Placetas existen tres tipos de fundiciones: las asociadas al Fondo de Bienes Culturales, los artesanos a domicilio adjuntos a la empresa estatal de Confecciones Metálicas (METALCONF) y los trabajadores por cuenta propia. Los primeros realizan artesanías en forma de farolas, cestos, bancos de parques y columpios coloniales, mientras que los artesanos a domicilio y los cuentapropistas se especializan en utensilios de cocina, y en artículos relacionados con la carpintería de aluminio como puertas y ventanas.
Cumplidos los 16 años, algunos deciden terminar la adolescencia en la dura confección de puertas, ventanas, muebles y otros útiles de aluminio. Empiezan por actividades menos peligrosas como el ensamblaje de los artículos y de a poco ganan habilidad para desempeñar otras tareas mejor remuneradas… pero más intensas.
“Llegué a este mundo por mi primo. Siempre lo veía con dinero, tomando y de fiesta. Yo no lo podía hacer, así que me animó a insertarme en este negocio. No lo dudé y me fui con él. Empecé como ayudante. Tenía 16 años y estudiaba el técnico medio en la Economía. Después de graduarme dejé todo y seguí con la fundición. No me arrepiento”; insiste Magdiel Luzardo.
Rolando Santana, copropietario de una fundición, señala que “en la etapa vacacional muchachos universitarios se acercan pidiendo contrato por dos meses hasta que empiecen las clases y así buscarse un dinerito”.
El mejor salario entre los obreros de la fundición lo recibe el hornero debido a la alta exposición a altas temperaturas y vapores tóxicos.
El desgaste físico y el cansancio perenne que supone la sacrificada jornada laboral son solo señales de los perjuicios a largo plazo. Estos jóvenes son más vulnerables a complicaciones respiratorias por aspirar sustancias tóxicas y exponerse a cambios bruscos de temperatura. Además pueden padecer de la columna y las piernas porque permanecen horas en posturas inclinadas. En menor medida corren el riesgo de intoxicación con plomo.
“Cada dos meses nosotros nos hacemos análisis de orina y de sangre. Se lo exigen a nuestros jefes y ellos a nosotros. Hasta ahora no he visto a nadie con problemas, a pesar de que casi nunca nos cuidamos”, afirma José Magdiel Luzardo.
Detrás de la imagen próspera, las fundiciones de aluminio en Placetas cargan también tiene un rostro de deterioro humano y medioambiental. Sin embargo, nada parece detenerlas. Estos pequeños y precarios infiernos del aluminio, que dan forma a tantos productos necesarios para hogares y empresas, siempre encuentran manos jóvenes dispuestas a procurarse un “futuro mejor”.
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