Entrevista exclusiva con Albertico Pujol: Los pájaros siguen tirándole a la escopeta

Foto: Cortesía del entrevistado
Albertico Pujol tararea bajito: «¿Y qué tú crees? Los pájaros no respetan, tirándole a la escopeta»… Se ríe solo, como quien se reencuentra con un viejo amigo que le recuerda quién es y de dónde viene. Han pasado cuatro décadas desde aquella película que se convirtió en un clásico, y, sin embargo, el coro de Juan Formell sigue con la misma frescura en su vida.
Dicen que las segundas partes nunca fueron buenas. Pero, para Pujol, volver a Los pájaros tirándole a la escopeta fue mucho más que retomar un personaje: fue revivir recuerdos, emociones y una identidad que se aferra, aunque cambien los escenarios o los calendarios.
«Fue un premio de la vida, un privilegio enorme», dice en entrevista exclusiva para elTOQUE, con ese tono de quien sabe que ha tenido un golpe de suerte que no todos viven dos veces.
El proyecto cobró fuerza a finales de 2024, cuando la obra teatral inspirada en la icónica película cubana se estrenó en diciembre, en el Teatro Trail (3715 SW 8th Street, Coral Gables, Miami), como homenaje al 40 aniversario del filme.
Permaneció allí casi seis meses, con más de 50 funciones a sala llena y más de 20 000 espectadores, llenando de nostalgias compartidas cada función. Incluso, en marzo de 2025, la pieza viajó hasta el Centro Asturiano de Tampa, llevando consigo una historia que tanto identifica —y sacude— a la diáspora cubana.
Hoy, con la obra ya fuera de cartelera, Pujol repasa lo vivido con una mezcla de orgullo tranquilo y gratitud. Porque hay historias que se quedan cantando bajito, aunque baje el telón.
«¡Qué cosas tiene la vida, señores!...» La película que lo cambió todo
Albertico no duda en calificar su participación en la película original como un regalo inesperado. «Tener la suerte de participar, en ese momento, en esa película fue un premio», confiesa. Era apenas el inicio de su carrera, y de pronto se vio envuelto en un proyecto que se volvería emblemático para la cultura popular cubana.
«Fue una de las emociones y de las respuestas más grandes que puede recibir una persona que está comenzando. Fue una prebenda de la vida muy grande poder estar dentro de ese elenco, con esa historia genuinamente cubana y maravillosa, rodeado de artistas tan icónicos como Consuelito Vidal y Reinaldo Miravalles», recuerda.
El efecto que tuvo la película en el público lo sigue deslumbrando. En la Cuba de los años 80, el estreno de Los pájaros tirándole a la escopeta fue un verdadero suceso popular. «Nunca nos imaginamos que esa película que habíamos hecho podría tener esa respuesta. Los cines se abarrotaron, los cristales se cayeron. Fue algo tremendo, se fue por encima de todas las posibilidades imaginables», cuenta como quien aún se maravilla al narrarlo.
Albertico reflexiona también sobre cómo, en aquel momento, no todos dimensionaron el valor de lo que estaban haciendo. Había miradas desde el Instituto Cubano del Arte e Industria Cinematográficos (ICAIC) que subestimaban las comedias costumbristas, menospreciándolas frente a la tradición épica o más política del cine cubano.
«Había una parte que pensaba que esto era cine menor, nunca se llegó a aceptar totalmente este tipo de películas de corte más popular, como La permuta, Plaf o Los pájaros tirándole a la escopeta», explica.

Foto: Cortesía del entrevistado
Pero el tiempo puso las cosas en su lugar: «Hoy me doy cuenta que de menor no tenía nada. Es una película que se convirtió en un patrimonio nacional. Es una historia que representa al cubano, cómo somos, cómo nos proyectamos…».
Entre tanto, el recuerdo más entrañable que Albertico guarda de aquella filmación en Cuba no tiene que ver con premios ni multitudes, sino con lo humano. «Lo más grande fue precisamente el final de la película, cuando esa familia que habíamos creado llegó a su último día. Fue aprender a desprendernos de tanto amor filial porque sabíamos que al otro día ya no nos íbamos a ver de manera cotidiana otra vez».
Lo dice con la nostalgia del que sabe que hay instantes irrepetibles, únicos. «La gente del staff no nos veía como Alberto Pujol o Reinaldo Miravalles; éramos Felo, Hilda, Magdalena. Eso fue lo más lindo que nos quedó».
Luego de Los pájaros tirándole a la escopeta llegaron nuevas propuestas, otros logros y compromisos profesionales más sólidos. Para Albertico Pujol, la película significó un antes y un después: a sus 23 años recibió el Premio a la Mejor Actuación Masculina en el Festival Internacional de Cine de Cartagena de Indias de 1984, un reconocimiento que —según confiesa— le costó creer cuando le dieron la noticia.
«Nos llenamos de ilusiones y sueños gracias a lo que alcanzó la película. A mí me dio una base muy sólida para enfrentar el cine, para querer seguir haciéndolo, para disfrutar la gran pantalla. Fue la plataforma que nos lanzó como si fuéramos un cohete».
No fue el único caso. Para Beatriz Valdés, compañera de reparto, el filme también fue un trampolín: «Para hacer La Bella del Alhambra primero tuvo que pasar por Los pájaros tirándole a la escopeta. Esa película nos marcó el camino», dice Albertico, con la claridad de quien sabe reconocer los puntos de giro que cambian la vida.
«Si pudiera hablarle a Emilito (el personaje que encarna en la película) le diría que dio vueltas por gusto para al final regresar a su esencia. Le diría que, con 64 años, volvió a defender esa historia, ahora en otra piel, en otro personaje. A veces creo que Consuelo y Miravalles nos miraban a través de las cortinas para ver ese regreso épico en forma de obra de teatro».
De Cuba a Miami: 40 años después…
La versión teatral, que décadas después se presentó en Miami, logró provocar emociones semejantes, esta vez en un público marcado por la experiencia del exilio. Para Pujol, ese fue el verdadero milagro: ver cómo la historia seguía tocando las fibras de la gente, a pesar del tiempo y la distancia.
«Acá en Miami, esta historia despertó un sentimiento de pertenencia, de cubanía, de melancolía, de añoranza. En momentos importantes de la obra, las personas lloraron de emoción. Creo que ese es el gran mérito: la gente está mirando algo que es suyo, que los representa», dice.
No fue un camino directo. El propio Rolando Díaz —director de la película— soñó con llevar la historia al teatro cuando emigró a España, y llegó a proponerlo en Estados Unidos.
«Estábamos muy inmersos en eso, pero quizá no logramos del todo trasladar la película al teatro. No estaba contextualizada», admite Pujol. Sería Yusnel Suárez quien, años más tarde, rescataría la idea, dándole una vuelta brillante: situar la historia en la Cuba actual. «En eso, Yusnel tiene un mérito fundamental. Supo conducir esto a una situación diferente, hacer que la historia estuviera ocurriendo ahora mismo».
No obstante, el camino para llevarla a escena no fue sencillo. «Los retos fueron muchos. La edición para el cine tiene una estética completamente distinta. Tuvimos que sustituir escenas, buscar recursos. Uno de los grandes problemas fue la famosa escena debajo de la cama, no sabíamos cómo resolverla en el escenario. O la secuencia del columpio, tan icónica en la película. Pero Yusnel supo insertar esos momentos importantes y darles un antes y un después con otras historias que ayudaban a que caminaran dentro de la obra».
Según cuenta Albertico, fue muy difícil también recrear el sueño de Emilito que es parte importante del filme. «Tuvimos que filmar en video algunas situaciones e integrarlas. Y la historia de las fiestas, los bailes, requería más gente; no podíamos ser solo los actores principales».
Para eso, contaron con el apoyo de una escuela de actuación asociada al Teatro Trail, cuyos alumnos no solo ayudaron con los cambios escenográficos, sino que participaron como personajes secundarios que llenaron de vida el montaje.
Aunque las funciones ya terminaron, la obra dejó una huella profunda entre quienes pudieron verla en Miami y Tampa. Para Pujol, la clave estuvo en cómo lograron calar en la esencia del cubano, esa fibra común que sobrevive al tiempo y a la distancia.
«Se funde perfectamente acá en la Florida, cuando el público la hace suya, cuando se ve reflejado ahí. Casi todos los cubanos que fueron a verla han pasado por situaciones similares de alguna manera».
Los problemas, las carencias, las complicidades familiares que se abordaron en la puesta en escena, de alguna manera formaron y forman parte de la cotidianidad del público. «Por eso la obra tuvo ese éxito. Porque, de forma desenfadada, puso sobre el escenario todo lo que pasa normalmente en una familia cubana. La respuesta fue muy sincera, desbordante. Ahí están las pruebas: los aplausos, las lágrimas, la alegría, la forma en que interactuaron con nosotros. Fue fascinante lo que sucedió entre el público, la puesta en escena y los actores».
Para él y para Beatriz Valdés —compañera en la película y en el reencuentro teatral—, significó algo profundo, casi indescriptible. «Fue muy emocionante saber que esta historia que cargamos en la mochila podía despertar otra vez un interés tan tremendo. Fue como regresar a La Habana sin haber estado allí».
Rememora la última escena, cuando la familia finalmente se reencuentra, se reconcilia, respira aliviada tras tantos enredos. «Mientras hacíamos ese final, en mi cabeza estaba la sensación de que volvía a esa época en que filmamos la película. Es algo de mucha emoción interna, como si me montara en una máquina del tiempo y pudiera vivirlo de nuevo».
Cine cubano actual
«Hoy el cine cubano, sobre todo el independiente, sigue intentando salvar nuestra esencia. Sigue tratando de tocar nuestros problemas, de mostrarnos tal como somos, aunque no siempre lo dejen. Porque sabemos bien lo que implica la censura en Cuba, pero aún así ahí está el empeño, el deseo de decir, de abrir puertas», reflexiona.
Se detiene un momento, casi midiendo sus palabras, y agrega: «Ha evolucionado mucho, no solo desde el punto de vista tecnológico —hoy es todo digital, hay un avance enorme en la edición—, sino también en las historias que cuenta. Los guionistas, los directores, se las ingenian para exponer la realidad cubana con toda su crudeza y belleza. Si Los pájaros tirándole a la escopeta retrató un momento auténtico de nuestra sociedad, ese mismo impulso sigue vivo en muchos cineastas actuales».
Por eso, Pujol lanza una invitación directa a los más jóvenes: «Me gustaría decirles que miren el cine cubano, que se acerquen a esas películas porque en ellas está parte de su ADN. En esas imágenes encontrarán comportamientos, expresiones, maneras de ver la vida que tal vez ahora les parezcan raras, pero que vienen de ahí, de cómo somos. Es una forma de entender por qué sus padres son de cierta manera, por qué nosotros reaccionamos como reaccionamos».
«Al final, el cine es una biblioteca audiovisual. Guarda en imágenes todas esas etapas diferentes que hemos tenido que vivir como pueblo. Es la memoria de los cubanos, rodada y editada, para que no olvidemos lo que fuimos ni lo que seguimos siendo».
La historia sigue viva
Ahora que la obra ya se despidió de los escenarios, Albertico Pujol mira hacia adelante, pero con la certeza de haber revivido algo inmenso. La historia de Los pájaros tirándole a la escopeta se ha transformado en un hilo que lo conecta con su propia juventud, con un público que se reconoce en las mismas bromas, y con una Cuba que aunque duela —o precisamente por eso— siempre regresa, ya sea en forma de película, de teatro o de aplausos contenidos en medio de la nostalgia.
La puesta en escena terminó convirtiéndose en algo más que un reencuentro personal: fue un pequeño fenómeno cultural para la diáspora cubana.
Lo interesante, agrega el actor, fue ver cómo la historia se extendió más allá del escenario. Muchos espectadores, al enterarse de la obra, buscaron la película original para entender de dónde venía todo. Otros salieron comentando que había sido un verdadero acontecimiento teatral, destacando la forma en que el guion se ajustó a los tiempos sin perder el sello cubano.
«Para algunos, que llegaron a Miami después del furor del filme, la obra fue la puerta de entrada a un clásico que no habían vivido. Para quienes ya conocían la película, fue casi una sacudida emocional, un recordatorio vívido de lo que dejaron atrás. Porque cuando algo es genuino, se hace grande. Y esta historia sigue siendo de todos los cubanos, sin importar dónde estén».
Al final, basta con recordar aquel viejo enredo cantado —«Mi madre será la madrastra de mi mujer, mi suegro será mi padrastro…»— para que la nostalgia y la risa se den la mano, y uno vuelva a sentirse, aunque sea por un momento, en casa.


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