«Cuber», una de las más recientes aplicaciones cubanas que conecta a los choferes de taxis con pasajeros en la capital. Foto: Belo PCruz (Yucabyte)

«Cuber», una de las más recientes aplicaciones cubanas que conecta a los choferes de taxis con pasajeros en la capital. Foto: Belo PCruz (Yucabyte)

Juego de apps: la batalla por los taxis

21 / agosto / 2019

Hace cuatro años, cuando Rancel Ruana viajó por primera vez fuera de Cuba, no le sorprendieron los altos edificios de Ciudad Panamá, ni las cadenas de comida rápida en cada esquina, ni la ropa barata o las pantallas gigantescas en plena calle. Durante su estancia en el istmo centroamericano no hizo más que pensar en ese instante en que, recién salido del aeropuerto de Tocumen, unos amigos le recriminaron haber pagado de más por un taxi en vez de pedir un Uber. En cuestión de segundos el asunto quedó olvidado por todos menos por Rancel. Aquellos dólares malgastados tomarían de a poco la forma de una obsesión que volvería con él a Cuba para convertirse en un proyecto.

Por: Darío Alemán Cañizares (Yucabyte)

Por su formación como ingeniero informático y su trabajo a tiempo parcial como botero en La Habana, conocía vagamente de la existencia de Uber. Las asignaturas de la carrera, las incontables horas de programación frente a una computadora, incluso, su título de graduado con honores le supieron hasta entonces a pura teoría, ensoñaciones de ceros y unos incapaces de trascender del universo virtual.

Yo no estaba preparado para eso. Fue algo simple pero mágico el descargar y usar Uber. Ni siquiera en mis años en la UCI (Universidad de las Ciencias Informáticas) tuve aquella experiencia. Era la primera vez que tocaba algo en el teléfono y pasaba algo en la vida real, y cuando regresé a Cuba, todavía tenía esa sensación en la cabeza.

La idea de desarrollar una app para mejorar el transporte en la isla parecía en el 2015 poco menos que imposible. Algunos se habían aventurado pero sin grandes resultados, limitándose, en la mayoría de los casos, a solo un servicio informativo referente a las paradas del transporte público o las rutas de los almendrones en la capital.

La apertura de las zonas wifi por parte del Estado representó una oportunidad que Rancel terminó por desechar. Su aplicación, fuese cual fuese, no podía depender de la fluctuante conectividad de estos parques, ni debía ceñirse solo a ciertos puntos de La Habana. La paciencia, y eso bien lo sabe este joven de 28 años, es la principal virtud del emprendedor. Para diciembre del 2018, cuando anunciaron la llegada de la tecnología 3G para los cubanos, entendió que era el momento.

Desarrollar una app basada en las prestaciones de Uber no resultó tan complicado, al menos no tanto como encontrarle un nombre. Para Rancel la identidad es parte esencial del producto, es la marca, la bandera, el estandarte. Escribió entonces decenas de opciones en un pizarrón, cuantas le venían a la mente, pero ninguna resultaba lo suficientemente atractiva. Por varios días le dio vueltas al asunto sin éxito. Agregaba o quitaba alguna, pedía consejos, leía libros de marketing, todo en vano.

Cierta vez uno de sus amigos, al ver el atiborrado pizarrón, le sugirió: “¿Y si le pones Bajanda? Ya sabes, como la canción de Chocolate”. La idea no fue de su agrado. Rancel creció escuchando rock y limitaba su exposición al género urbano a los lugares donde era imposible evitarlo como, por ejemplo, un taxi.

Tiempo después noté que la gente se reía o me criticaba cuando les hablaba de la posibilidad de ponerle así a la aplicación. Eso me gustó, que nadie quedara indiferente. Me da igual que lo amen o lo odien, la cuestión es que despierte algo en los demás, que no pase por pasar. Así nació Bajanda. ¡Y que nadie se preocupe! Chocolate MC, técnicamente, jamás me hará una demanda.

***

En uno de esos escasos días en que los viejos amigos deciden pasar un tiempo juntos y conversar de cuanto les ha pasado desde la última vez que se vieron, Darién dijo de pronto: “Yo tengo un mapa digital y sé hacer aplicaciones. Entonces ¿qué hacemos?

Claudia y Damián lo miraron asombrados. Recordaron quizás aquella época en que eran tres inseparables compañeros del preuniversitario y prometieron hacer entre todos algo importante, o en los años de universidad que hicieron de Darién un programador, de Damián un diseñador gráfico y de Claudia una licenciada en Turismo. Revivieron también, entre risas, cómo se las ingeniaba cada uno para trasladarse cada mañana desde el municipio de Habana del Este, en la periferia de la capital. El consenso surgió de manera espontánea y unánime: harían una aplicación para mejorar el transporte en Cuba.

A finales del 2018 pusieron manos a la obra. Darién se encargaría del soporte técnico, Damián de diseñar un logo y la interfaz de la app, y Claudia, como gestora, de buscar maneras de expandir el producto y buscar apoyo, empezando por sus propias familias.

Hasta entonces ninguno conocía de Uber ni de ninguna otra app similar en el resto del mundo. Su intención solo era reproducir las relaciones entre taxistas y pasajeros en un plano digital, lo cual les facilitó el trabajo de plantearse un nombre para la aplicación: Sube, un imperativo gramatical que en boca de un taxista cubano significa “Acepto llevarte”.

Al principio hice una serie de encuestas y salí a la calle a preguntarle a taxistas y pasajeros de sus inconformidades y de qué les parecía una app como Sube. Los choferes de taxis de alto confort estuvieron de acuerdo, pero otros me decían que no tenía sentido, que al final ellos entregarían sus licencias en señal de protesta porque entonces acababan de implementar nuevas regulaciones para los taxistas en La Habana. Al final las aguas retomaron su cauce y pude saber que todos querían tener la libertad de negociar los precios directamente con los pasajeros y que no fuese el Estado quien pusiera las tarifas. Y eso lo volvimos el sello de nuestro servicio.– dice Claudia Cuevas mientras ultima algunos pendientes en el trabajo. A veces le resulta difícil sobrellevar sus tareas en Sube con las de profesora de la Facultad de Turismo de la Universidad de La Habana. Ahora, como casi todos los días a las 5:00 pm, buscará la manera de tomar un taxi que la transporte del Vedado a Alamar.

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Excepto los fines de semana, justo a la hora de almuerzo, solía reunirse un grupo amigos para luego volver todos a sus labores en la empresa estatal de desarrollo de softwares en la que trabajaban. Durante aquella hora de recreo y digestión aprovechaban para hablar de cualquier cosa, incluso de proyectos ilusorios que algún día harían juntos. En una de esas conversaciones surgió la idea de crear una plataforma tecnológica para gestionar los viajes turísticos en taxis particulares. Al principio el proyecto fue recibido con entusiasmo, pero después cada uno lo fue abandonando, excepto Martín Proenza.

Con YoTeLlevo, nombre con el que bautizó su proyecto, Martín participó en el Startups Weekend Havana y logró convencer a muchos de las posibilidades de crear un emprendimiento exitoso basado en la programación de reservas de rutas turísticas dentro de Cuba para extranjeros, es decir, una suerte de intermediario entre el chofer y el pasajero.

– Cuando se dio a conocer lo llamaron “el Uber cubano”, todo a partir de un escrito mío del cual The Huffington Post hizo un artículo. Eso ayudó en la publicidad. Pero realmente yo no lo veo como Uber, sino parecido a AirBnB, porque Uber gestiona casi siempre al momento y YoTeLlevo contacta a los choferes únicamente para planificar el servicio con tiempo de antelación. cuenta Martín.

YoTeLlevo establece contactos entre pasajeros y taxistas mediante correo electrónico, una alternativa eficiente en el 2014, cuando los correos Nauta comenzaban a adoptarse en la Isla. Sin embargo, localizar choferes que usaran con frecuencia sus emails y estuvieran dispuestos a aventurarse con este servicio fue todo un reto, más aún cuando Martín vive en Bayamo, muy lejos de los destinos turísticos más populares del país.

Aunque quizás Martín no fue el primero en idear un servicio tecnológico enfocado en el transporte, sí fue de los primeros en materializarlo. Sin embargo, en el mundo de los negocios dar el primer paso resulta apenas un mérito fácilmente despreciado. Cuba no es la misma de cinco años atrás, de hecho, quizás en ese tiempo haya experimentado más cambios significativos que en períodos anteriores. El viejo sistema de correos electrónicos y la cobertura exclusiva de un servicio específico no garantizan el éxito en medio de un boom de aplicaciones móviles y emprendimientos similares. Martín lo sabe y para ello buscará competir con su propia app.

***

Seis años después de su fundación, Pyxel es lo más parecido a una miniempresa o a una cooperativa entre todos los emprendimientos cubanos de desarrollo de softwares. Nació de la iniciativa de cinco amigos y hoy lo conforman cerca de 30 trabajadores. Desde sus inicios, notaron que la cuestión de la emigración de sus miembros sería una constante en el tiempo, incompatible con los protagonismos. Tal vez por eso este negocio aparenta funcionar por sí mismo, como una serie de engranajes bien colocados, una especie de autómata que no deja de crear proyectos.

Entre sus productos cuenta con servicios de ferias virtuales y otros de tipo tecnológico usados en las últimas ediciones de FIAT y FITCUBA, así como con una curiosa aplicación de música cubana realizada en colaboración con el sello discográfico EGREM. Sería imprudente deducir cuánto influye el vínculo con las instituciones estatales en su desarrollo, pero lo cierto es que su eficiencia y alcance destaca sobre sus competidores.

Nosotros buscamos complementar ese compromiso de las instituciones estatales desde otro esquema de trabajo, desde otra visión del proceso. Cada producto nuestro tiene una correspondencia con un área puntual, con un cliente puntual del Estado cubano. No es que estamos en el sector cuentapropista mejorando los servicios del sector cuentapropista. Aunque suene grandilocuente, el compromiso de Pyxel es con el Estado cubano. explica Alain José Peña, uno de sus fundadores.

Recientemente, otro de sus grandes proyectos tomó, al fin, algo de forma. Se trata de DTaxi, una app que reproduce los mismos servicios y prestaciones de Uber para los autos de la empresa estatal Taxis Cuba. Alain lo llama “una alianza entre el sector estatal y el sector no estatal” en la cual Pyxel gestiona las cuestiones tecnológicas y Taxis Cuba, como cliente, el contenido.

La idea de DTaxi nació hace años, cuando hablar de datos móviles en Cuba sonaba quizás a ciencia ficción. En un inicio pensaron basar su funcionamiento en la comunicación vía SMS, después mediante la conexión a Internet a la que la población podía acceder en las zonas wifi. Sin embargo, no se atrevieron a terminar el producto hasta la llegada de la tecnología 3G al país.

DTaxi suma ya otro éxito para Pyxel porque sus responsabilidades con la aplicación se ciñen solo a esporádicas actualizaciones. La cuestión de su aceptación, de su uso y los estudios de mercado (si es que existen) corren a cargo de Taxis Cuba. No obstante, este emprendimiento aspira a que en algún momento todos los choferes con licencia de taxistas puedan sumarse a su aplicación. Pero no es el único.

El campo de batalla

Cuando el Estado cubano permite el trabajo por cuenta propia, los más conservadores políticamente comenzaron a temer, como si la apertura a la iniciativa privada significase abrir la jaula de un león hambriento en un circo plagado de niños inocentes. Otros, sin embargo, creen haber visto una oportunidad para sus sueños de emprendedor, para jugar al capitalista neófito, asegurar terrenos y educarse en los ademanes del mercado, o al menos coquetear con ellos. Surge entonces un conflicto de intereses y aspiraciones que se mueve, por una parte, al vaivén de los constantes cambios de las leyes, y por otra, ante las necesidades de impulsar un modelo económico medianamente acorde a los tiempos que corren.

En Cuba el uso de la palabra “emprendedor” se debate entre una negación estética del término cuentapropista y el intento de llamar a las cosas por su nombre. En un país que “recientemente” se abrió a la iniciativa privada es natural que los dueños de negocios no solo lo sean, sino que también quieran aparentarlo.

Hay diferencias claras entre lo que el Estado llama “cuentapropismo” y el emprendimiento. Los emprendedores, por ejemplo, parecen ser los que piensan en grande, quienes intentan establecer un modelo de negocios propio que tiende siempre a la expansión. Pudiera decirse que el cuentapropista encuentra sus límites en el servicio que brinda, mientras el emprendedor piensa en terminologías de mercado.

Los emprendedores suelen usar una jerga idealista, soñadora, casi poética. Hablan de proyectos, sueños, voluntad. Es la mística del camino del triunfo. Saben que no hay conquista verdadera sin épica y que el éxito no es tal sin un relato apologético de las dificultades. No obstante, hacer de los obstáculos todo un recurso dramático no significa que no existan.

Los negocios privados de desarrollo de softwares en Cuba parecen seguir la popular narrativa de las incubadoras de ideas de Silicon Valley; casi siempre un espíritu visionario o un grupo de amigos sin nada que perder, enfrascados en crear algo novedoso, sencillo, útil y rentable. En su esencia, no es más que un readaptado viejo cuento de la Cenicienta, extraordinario solo por suceder en un país tan atípico como Cuba.

Al menos en el caso de los desarrolladores de apps para taxis, todos reconocen inspirarse en modelos extranjeros para ofrecer servicios adecuados a las características de la Isla, de ahí que no sobren quienes cataloguen indistintamente a cada uno de estos productos como “el Uber cubano”. Sin embargo, de “cubano” solo tienen la dificultad que es vivir en un país desfasado en materia tecnológica y el tener que hacer más con menos para una población que apenas comienza a descubrir que Internet va mucho más allá de las redes sociales.

Educar tecnológicamente a la sociedad no es cosa que se resuelva con un pizarrón y unas tizas, o con un curso de Universidad para Todos donde Díaz-Canel repita una y otra vez el objetivo de la clase sin pasar al contenido. Puede ser una política estatal, como todo cuanto se pretende en Cuba, pero al Estado solo le corresponde, porque él mismo se ha adjudicado ese papel, facilitar las garantías legales. Una sociedad se informatiza con un acceso decoroso a las tecnologías de la información y las comunicaciones. La iniciativa de sus ciudadanos hará entonces el resto. El uso social de las tecnologías es, irónicamente, una máquina de producción en serie: basta encenderla y echará a andar.

De todas formas, en vísperas de una continua aparición de mercados y la consecuente competencia que ello desencadenará, es necesario advertir que estos emprendimientos basados en la informatización de los servicios asumen un triple reto: el riesgo propio de todo negocio emergente, el de enfrentar un contexto sociotecnológico atrasado, y la dependencia a los caprichos regulatorios del gobierno.

Maniobras y estrategias

La aparición de un mercado es como el descubrimiento de nuevas tierras plagadas de riquezas, desata una lucha colonizadora, encarnizada, es el reparto de un nuevo mundo donde todos quieren la mayor tajada. En términos bélicos sería conquista, desde un punto de vista económico, competencia.

BajandaSubeDTaxiYoTeLlevo, incluso, la reciente Cuber, se disputan un mismo mercado que, realmente, ni siquiera  está afianzado como tal en Cuba. Aunque cada uno defiende las particularidades de sus servicios como forma de distinguirse entre ellos, todos son conscientes de la competencia.

A diferencia de las demás aplicaciones para taxis desarrolladas en la Isla, Bajanda no surgió por la comunión de ideas de un grupo de amigos. Rancel Ruana se presenta como el emprendedor solitario, un todo en uno, una especie de Steve Jobs caribeño, un estratega de West Point en las finanzas que cuenta también con la experiencia de otros proyectos como Braimix, una pequeña empresa dedicada a la contratación de profesionales cubanos freelancers mediante el pago en bitcoins.

Cuando de marketing se trata, Bajanda reúne a su consejo de guerra de un hombre. Rancel planea cada movimiento con la frialdad de un jugador de ajedrez contenida en la sonrisa infantil de un joven soñador. La guerra, cree, ha de desarrollarse en los terrenos pantanosos de la publicidad, por eso pasa el tiempo buscando alianzas dondequiera que puede (incluyendo marcas como Johnny Walker y eventos de todo tipo), aprendiendo de las redes sociales, creándose una especie de avatar que se muestra más extrovertido en el ciberespacio de lo que en realidad es. A veces da la impresión de un animal de mercado. Sabe adaptarse, asumir otras pieles. Aspira a expandir su aplicación al resto de las provincias, sin embargo, aún no se atreve a salir de La Habana. Su estrategia es contundente: ganar terreno palmo a palmo, lento, pero bien ganado. Prefiere un feudo seguro a un imperio endeble.

Los muchachos de Sube dicen ver la competencia como algo sano, bueno y, en realidad, no parece preocuparles demasiado. Están convencidos de la calidad de su producto y no le temen a la rivalidad. Hay cierta ingenuidad en Sube, aunque quizás sea la idea de que, al menos por el momento, Cuba no es campo de batalla mercantil para emprendedores y no hay más guerra a librar que contra los problemas del transporte.

Por su parte, Martín Proenza ha desarrollado hasta el momento su negocio sin temor al enfrentamiento con sus iguales. En el 2014, cuando creó YoTeLlevo, el mercado de taxis en Cuba no era nada competitivo, además de que él se restringía a la planificación de recorridos turísticos. Sin embargo, ahora siente que es tiempo de expandirse y hacerse de una app, de aumentar su presencia en las redes sociales “con más agresividad”, implementar campañas de marketing y garantizar sus dominios en el servicio de taxis a extranjeros.

De todos, Pyxel es quien demuestra mayor seguridad en la victoria, que en cuestiones como esta significa su permanencia o liderato en el mercado de taxis cubanos. Cuentan con la ventaja del respaldo estatal y la consecuente mayor disponibilidad de autos en circulación. Para DTaxi, el apoyo institucional es su escuadra hoplita, su escudo y su lanza, es el terreno alto y propició que busca todo estratega. Más autos, en términos bélicos, equivale a decir más hombres, y un ejército numeroso siempre es peso suficiente para inclinar la balanza.

Cada cual trata de imprimirle una marca a su producto, de asegurarse una exclusividad o ser la solución a un problema dentro del problema. De tal forma, Bajanda vende el glamour caro de las noches habaneras, Sube, la garantía de un acuerdo de precios directo y virtual entre chofer y usuario, además de la gratuidad de su servicio, YoTeLlevo ofrece la antelación y planificación detallada de los viajes turísticos, y DTaxi la posibilidad de reportar objetos perdidos en un auto, a lo que sumarán la próxima implementación de una especie de factura o ticket de viaje. Aun así, todos son conscientes de que la mayoría de estos negocios, a mediano o largo plazo, perecerán.

Sin embargo, a veces la suerte parece sonreírles con noticias gratas, como es el reciente lanzamiento de la plataforma digital de pagos EnZona. Con este nuevo sistema podría impulsarse el desarrollo de estos negocios y dejar a un lado improvisados mecanismos de pago en efectivo que solo retrasan otras funciones más enfocadas al servicio. De alguna forma, desfasada y desesperante a veces, los emprendimientos cubanos comienzan a parecerse a sus homólogos foráneos.

En Cuba, como en el resto del mundo, la lucha por un mercado es un juego mitad azar mitad estrategia. No hay cálculo probabilístico que ayude, a no ser, tal vez, el hecho de que en un país tan pequeño como Cuba solo dos de estas aplicaciones consigan afianzarse. La expansión, la paciencia, o las alianzas son algunas de las maniobras que hasta el momento han desplegado, pero es demasiado pronto como para aventurarse a declarar un ganador. Quizás, al final todo sea cuestión de suerte y voluntad.

In a game of apps or you win or you die.

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