¿La dignidad termina con la vida? ¿Hasta dónde llegamos para mostrar la tragedia?

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Foto: Freepik.

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La imagen de un bebé recién nacido, muerto y abandonado en un basurero de Santo Suárez, en La Habana, se viralizó rápidamente en diciembre de 2025 en redes sociales. 

Una semana atrás, también recorrió las pantallas de miles de usuarios un video de una persona fallecida sentada en un taburete, en plena vía pública. El cuerpo permaneció expuesto durante horas, visible ante transeúntes y policías, sin que nadie lo cubriera ni lo retirara.

Antes, han aparecido frente a nuestros ojos a través de Internet: imágenes de mujeres víctimas de feminicidio; cuerpos tendidos en el suelo, seres humanos que decidieron acabar con sus vidas y fueron hallados por alguien más. También se han publicado fotografías de accidentes, de muertes en el lugar de los hechos, en hospitales y en funerarias.

En medio del dolor de vivir en la Cuba de hoy, esa Cuba rota, desierta, enferma, agonizante y en manos de un poder represivo y mordaz, puede predominar el impulso de evidenciar el desastre a través de imágenes crudas. Es una forma de mostrar, de sacar a la luz lo que el Estado oculta, de dar rostro a un dolor que parece no tener fin.

Sin embargo, como sociedad, es importante que nos preguntemos si la dignidad termina con la muerte. Una persona que ha fallecido, ya sea por causas naturales o como consecuencia de una violencia extrema, no deja de tener una historia detrás. Las víctimas de cualquier tragedia, sus familiares y amigos, merecen respeto.

Las redes sociales tienen una enorme capacidad para captar la atención, y la tragedia suele ser un tema de alto impacto. Pero hay una fina línea entre exponer una situación para generar conciencia social y el morbo. Publicar una imagen de una víctima sin despixelar el cuerpo, el rostro, partes ensangrentadas… no ofrecer contexto ni promover una reflexión sobre lo que ocurrió, o sin cuestionar el sistema que permite que estas tragedias ocurran, no hace más que alimentar una cultura del click que no produce cambios reales. 

Al compartir imágenes explícitas o descontextualizadas, se corre el riesgo de reducir a esa persona a un simple objeto visual. Y lo peor de todo: ese objeto visual no se presenta como parte de una narrativa de conciencia social, sino como un estímulo para el escándalo.

Lo anterior despoja a las víctimas de su dignidad y elimina el espacio para una reflexión profunda sobre las causas de su sufrimiento y la necesidad de cambios.

También es necesario poner en el centro de esta discusión a las familias y seres queridos de las víctimas. Mientras los usuarios de redes sociales comentan, reaccionan o simplemente se desplazan por las imágenes, los familiares de los fallecidos viven un dolor invisible, que se incrementa por la exposición pública de la tragedia. Imagina lo que debe significar para una madre, un hermano o una hija, ver cómo la imagen de un ser querido que acaba de fallecer es compartida sin ningún tipo de contexto, sin ningún tipo de cuidado por la intimidad o el sufrimiento de la familia.

No se trata solo de un acto de desconsideración. En muchos casos, estas imágenes pueden reavivar el dolor de la pérdida y exponer a las personas al juicio público sin la posibilidad de defender la memoria de sus seres queridos. El respeto a la intimidad y la privacidad de las personas es un principio fundamental que debe prevalecer, independientemente de la naturaleza de la tragedia.

Empatizar no solo significa sentir compasión por el dolor de la víctima, sino entender el sufrimiento de quienes sobreviven. 

***

Promover este tipo de debates dentro de la sociedad civil cubana es esencial. Sin embargo, es necesario advertir cuando el llamado de atención busca desmovilizar. La denuncia siempre será pertinente, más cuando la empatía e indignación ciudadana ha logrado interpelar a los responsables de la precariedad en la que se reproducen la mayoría de estas imágenes.

¿Podríamos comprometernos con la empatía y la búsqueda de soluciones a las causas que nos llevan a estas situaciones?

En este contexto, es imprescindible encontrar maneras de compartir la denuncia sin deshumanizar a las víctimas. Una alternativa puede ser despixelar las imágenes, trabajarlas visualmente: mostrar la realidad sin recurrir a la violencia explícita.

Despixelar una imagen significa desenfocar o difuminar ciertas partes de la foto para proteger la identidad y dignidad de las personas involucradas, especialmente cuando se trata de tragedias o situaciones extremas. Se puede hacer de forma muy sencilla utilizando herramientas de edición, de manera que la imagen siga transmitiendo el mensaje pero sin violar la intimidad de las víctimas.

Aquí hay algunos ejemplos prácticos de cómo hacerlo:

  1. Usar herramientas de edición en línea: sitios como Foto Efectos, Pixlr o Fotor permiten desenfocar imágenes de manera sencilla. Solo hay que cargar la imagen, seleccionar el área a difuminar y listo. Es rápido y no se necesita experiencia en diseño.
  2. Aplicaciones para smartphones: si prefieres hacerlo desde tu teléfono, aplicaciones como Snapseed o Blur Photo Editor permiten aplicar un desenfoque selectivo a la imagen.

Si quieres aprender a hacerlo con más detalles, aquí te dejo algunos tutoriales que pueden ayudarte a entender el proceso de forma visual:

Otra de las formas más responsables de compartir una denuncia es recurrir a fotografías del entorno, mostrando la zona donde ocurrió el hecho, sin incurrir en lo explícito. En lugar de enfocar la tragedia en la figura del fallecido, la imagen puede resaltar el contexto social y ambiental. 

También se pueden emplear imágenes genéricas que sugieran la magnitud de lo ocurrido sin necesidad de mostrar cuerpos o rostros de las víctimas. 

Además es útil añadir datos confirmados sobre el lugar de los hechos, la hora en qué ocurrieron o se documentaron… información que aporta a los medios de comunicación a la hora de amplificar la denuncia.

                                                            ***

¿Cómo nos afecta el espectáculo del sufrimiento ajeno? ¿Nos hemos acostumbrado a la crueldad?, se preguntó la escritora, cineasta e intelectual estadounidense Susan Sontag en Ante el dolor de los demás, un ensayo sobre la representación documental e iconográfica del dolor. 

«El dolor del otro, convenientemente enfocado, puede servir para unir o para separar personas, para curar o para herir. La conclusión final revierte en qué queremos que sea para nosotros», señaló la autora. «No debería suponerse un “nosotros” cuando el tema es la mirada al dolor de los demás», añadió una de las voces más relevantes de la filosofía del siglo XX.

El problema no es, según Sontag, que seamos capaces de conmocionarnos ante el dolor de los demás. Eso es humano y un impulso que tiene que servir de motor para el cambio. El problema es que la sociedad lo utilice solamente desde una ubicación morbosa y sensacionalista, para atraer más audiencia o más likes en publicaciones de redes sociales.

Sontag alertaba, además, que el bombardeo continuo de imágenes dramáticas podría anestesiar moralmente a los sujetos, en vez de producir el ansia de transformar el mundo y eliminar las causas de esos dramas.

Es posible evidenciar la tragedia sin caer en la indiferencia. Cada vez que decidimos qué compartir, tenemos la oportunidad de hacerlo con conciencia, sabiendo que lo que hacemos puede construir un camino hacia la resiliencia o reforzar el ciclo de indiferencia y dolor.


 

 

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