La intelectualidad cubana parece estar cada vez más marginada, con un pasado complejo y un presente marcado por las desigualdades y desventajas que enfrenta el sector, ¿podemos decir que nuestros intelectuales son elitistas?
Nuestro contexto es preocupante, desde hace algún tiempo soy testigo de esta avalancha de mal reguetón y una cultura adolescente que parece conducir a la “idiocracia” a los adultos e impedir la madurez en los jóvenes. Desde hace tiempo veo como la educación, la cultura y el pensamiento van siendo marginados y, con ellos, la intelectualidad cubana.
No es la primera vez que los intelectuales quedan descolocados en su sociedad, cuando la Revolución Cubana triunfó en el año 1959, con el temor de que estos fueran elitistas llegamos al extremo de crear una nueva intelectualidad “surgida de la masa obrero-campesina”. Quizás sea por eso que el escritor Antón Arrufat, al recibir el Premio Nacional de Literatura en el año 2000, agregara que “en cualquier momento de la historia la relación inevitable del artista con el Estado o el Poder no ha sido suave ni placentera” (Arrufat, A., “Un Exámen de Medianoche”, 2001). Arrufat lo sabía más que nadie, durante los años del Quinquenio Gris estuvo condenado a permanecer en la biblioteca de Marianao, sin poder recibir visitas ni llamadas telefónicas.
Muchos intelectuales se han marchado del país buscando mejores condiciones de vida
Esta idea ignoraba el papel de destacados pensadores que desde el interior o el exilio habían luchado y se habían expresado contra la dictadura (Pogolotti, G. “Polémicas Culturales de los 60”, 2006)
Sin embargo, se consideró que la mayor parte de estos intelectuales, por estar formados bajo los moldes de la vieja sociedad, serían una carga para la Revolución. El Realismo Socialista había llegado para instalarse en Cuba.
La vestimenta se exigió que fuera sobria, el desinterés material era un rasgo imprescindible, mientras el arte y la literatura debían ser relacionadas a la lucha revolucionaria. La noción del arte por el arte era aborrecida, se pedía una creación que resaltara “los vicios y defectos del pasado, y los beneficios y virtudes del futuro”.
Esta necesidad de vincular a los intelectuales y artistas al pueblo, estuvo marcada por interpretaciones ingenuas que exigían aferrarse a temáticas revolucionarias. Irónicamente, en la actualidad nos hemos ido al otro extremo y, prácticamente, hemos proscrito la temática revolucionaria, al menos en creaciones de calidad.
Fue un pasado de integración al proyecto político nacional pero de marginación en cuanto a la libertad artística y creativa, pero el contexto actual también tiene sus desafíos. Ahora, lo habitual es la música que en otros tiempos habríamos calificado de marginal, los códigos de vestuario y costumbres que se asumen son cada vez más occidentales o típicos de la marginalidad latinoamericana, lo que en otros tiempos era visto como buen gusto ahora resulta feo ante la vista de la mayoría.
Pareciera que la mayoría ahora son los otros y los marginales son los profesionales, los intelectuales, los que se arriesgan a cultivarse en un país, donde la calle todos los días trata de convencerte que hay más y mejores formas de ganarse la vida que a través del estudio o la reflexión.
Por eso me pregunto: ¿acaso nuestra intelectualidad o nuestros artistas se sienten superiores al resto? ¿Pueden sentirse así en un país donde los profesionales, por lo general, cobran menos que muchas personas del sector de servicios?
Recuerdo a Osvaldo Doimeadiós contarme las ocasiones en que ha tenido que bajarse del transporte público por los comentarios de las personas que se sorprenden de verlo compartir las precariedades urbanas y desconocen que la vida íntima de algunas personalidades en Cuba es muy parecida o igual a la del resto.
¿Alguien desconoce que Varadero está lleno de maleteros y camareros en hoteles que tienen sus títulos universitarios engavetados en casa? Son las contradicciones que implica tener una pirámide económica invertida, que por estar ya acostumbrados, no significa que sea menos doloroso para este sector.
Muchos intelectuales se han marchado del país buscando mejores condiciones de vida, aquellos que han decidido permanecer acá, debido a la chatarra cultural extranjera que invade el país y esos códigos (marginales) que adopta la sociedad, comienzan a parecer seres extraños.
Aquellos que a inicios de los 60 buscaban proletarizar a la intelectualidad cubana deben estar de plácemes ahora que profesores universitarios, artistas, escritores, etc., cada día sufren más algunas características que asume nuestra cultura, sin que las autoridades pertinentes puedan hacer mucho al respecto. Decía Jean Paul Sartre que un intelectual es quien se mete donde no le importa, ¿cuánto le toca a la intelectualidad cubana “meterse” con su realidad cuando existe el peligro de quedar marginada? Creo que mucho.
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