Todo lo que está mal en el fútbol cubano

Foto: captura de pantalla / Canal Caribe.

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Esta semana se concretó el final aburrido (por repetitivo) del fútbol cubano con o sin legionarios. Se quedaron sin Mundial ante la «poderosísima» Bermuda, sí, ese país con nombre de ropa.

Cuando muchos pensaban que el fútbol cubano ya había alcanzado su punto más bajo, que no quedaban más sótanos por explorar y que con legionarios habría un lavado de rostro para el más universal en la isla, apareció Bermuda para demostrarnos que Cuba siempre puede ir a peor (y no solo hablo de fútbol).

No hay fondo que resista el peso de la desorganización, la mediocridad institucional y el desprecio al talento dentro de los mandamases del deporte cubano y, en especial, del fútbol —juego en el que la corrupción campea sin que la FIFA detecte el tufo—.

En enero de 2024, muchos pensaron que el grupo clasificatorio que le había tocado a la isla era una oportunidad de oro. Un grupo asequible, decían. Una clasificación casi servida, auguraban.

Cuatro años atrás, la llegada de los «legionarios» prometía revolucionar a los Leones del Caribe. Hoy, a mitad de 2025, la promesa terminó en fiasco.

La derrota contra Bermuda no fue un accidente, sino el resultado lógico de una cadena de malas decisiones que comenzó mucho antes del pitazo inicial en la cancha del «Antonio Maceo» de Santiago de Cuba.

El equipo cubano necesitaba solo un empate en casa para mantener vivo el sueño mundialista y llegar a la instancia final de la clasificación, algo que ocurrió por última vez rumbo al Mundial de España de 1982.

Ni siquiera una victoria se necesitaba: un empate. Y aun así, consiguieron perder 2-1 en la cancha oriental. No contra México. No contra Costa Rica. Contra Bermuda, un equipo que, sin figuras rutilantes, jugó con orden y coherencia táctica.

El primer gol de Bermuda llegó por una desatención defensiva que remató el rival con una tranquilidad insultante. Pero Cuba consiguió empatar y parecía que, por milagro o inercia, conseguiría el pase.

Pero el DT Yunielis Castillo decidió replegarse y mandar a bolina aquello de que «la mejor defensa es un ataque».

Con el partido igualado, el técnico renunció a la victoria y sacó a los jugadores más incisivos. Le cedió la iniciativa al rival como quien ofrece un café en una sala de espera.

Resultado: segundo gol bermudeño, defensa en ruinas y un equipo que, sin recursos ni dirección, se fue diluyendo hasta morir, una vez más, en la orilla.

¿Y la culpa? Bien repartida. Culpar exclusivamente al técnico sería demasiado cómodo. Castillo es, sin duda, un síntoma del problema, pero no el único culpable. ¿Está de más en el banquillo? Sí, desde hace meses.

La verdadera patología vive en las oficinas del Pedro Marrero y en la cúpula que dirige el deporte cubano con la eficiencia de un tren descarrilado. Sabían desde hace meses —años, incluso— que el proyecto no funcionaba. Pero nada. Ni una reacción. Ni una autocrítica.

No es una cuestión que solo sucede en el fútbol, es un cáncer perenne que tiene a todos los deportes de la isla en jaque: el béisbol, el boxeo, el atletismo... Pero con el fútbol la inquina parece personal.

¿Y qué hay de la infraestructura? El «Antonio Maceo» santiaguero, escenario del papelón, tiene grama artificial (lo cual ya es un sacrilegio para la FIFA), y un horario de partido digno de novela colombiana de verano: las cuatro de la tarde. ¿Les huele a crisis energética?

Lo anterior para no mencionar la alicaída Liga Nacional de Fútbol, que más que liga es liguilla y más que fútbol parece un «sal para afuera» de potrero.

Durante años seguí en la cuna del fútbol cubano, Zulueta, los campeonatos nacionales y siempre pensé que las condiciones técnicas y logísticas eran lamentables. Y que a esos chicos había que colocarles una medalla en el pecho por exponerse a lesiones serias, de por vida, en canchas sin condiciones mínimas.

En este ciclo rumbo al Mundial de 2026, la Concacaf disponía de ocho cupos potenciales: seis directos y dos en repechaje. Era el ahora o nunca del fútbol nacional y dejaron escapar el sueño ante Bermuda, ese país que tiene más turistas anuales que habitantes.

El costo de esta derrota no es solo simbólico. Clasificar al Mundial de 2026 significaba entre 10 y 120 millones de dólares en ingresos para la federación. Cuba, país de recursos limitados, regaló esa chance.

El fútbol cubano fracasó estrepitosamente. Otra vez. Y no por falta de talento, sino por exceso de improvisación, falta de visión y decisiones dignas de un manual de lo que no debe hacerse en el deporte de alto rendimiento.

El sueño mundialista del fútbol cubano murió esta semana bajo el sol infernal de Santiago, pero lo habían enterrado desde hacía rato desde los despachos.

Ahora toca esperar a 2030, si para ese entonces todavía hay balón, estadio, corriente y, con suerte, una idea clara de lo que significa competir.


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