Aunque escribir su nombre en mi teclado ya se siente un poco extraño, desacostumbrado a teclearlo desde hace varios años, no deja de tener impacto. Podría creer que soy una persona afortunada, he conocido y convivido en dos plazas donde sus oradores se empeñan en describir la inmensidad de las diferencias, pero en realidad les abruma el peso de las semejanzas.
Como observador político he intentado comprender las pasiones que levanta su figura incluso después de muerto. Veo que quienes le lloran, piensan en el fundador de la Revolución Cubana, la que elevó los índices de educación, salud y deportes a niveles del G7, al mismo tiempo que renunció a un capitalismo periférico para Cuba. Lloran al que contribuyó al fin del colonialismo en Asia y el apartheid en África; y al David que puso en boca de todos, el nombre de un trozo de tierra en el mar.
Quienes sonríen con su muerte, piensan en la persona cuyas políticas obligó a cientos de miles a un exilio por tierras desconocidas, cual hijos de Abraham. Piensan en los ahogados del Mar Caribe y los disidentes acosados. Piensan en las propiedades confiscadas y en el sistema donde las libertades individuales quedan sujetas al principio del centralismo democrático.
Debo admitir que en ambos lados se puede encontrar un poco de razón. Las pasiones de unos no tienen más derechos que otros, ni son precisamente mejores. No todos los que emigraron por razones políticas eran herederos de un imperio azucarero levantado sobre la miseria ajena ni esbirros de la tiranía. En su exilio, he conocido a muchos que fueron objeto de excesos y nunca apoyaron la violencia contra inocentes ni la perpetuación del odio.
Sin embargo, creo que las reacciones encontradas de hoy son tristes desde cualquier perspectiva que se les mire. Unos lloran al líder y otros ríen y danzan en su propia derrota que es, paradójicamente, la muerte natural del enemigo al que tantas veces se intentó eliminar. Más triste es que la gran mayoría de los danzantes no tuvieron el valor de alzarse por los principios que creen.
Fidel encabezó logros para el país que fueron reconocidos incluso por sus adversarios, pero su principal desacierto al construir una nueva sociedad fue dejar suprimido el margen de maniobra para quienes no compartían sus criterios. El tan célebre “conmigo o contra mí” de George W. Bush, ya el Mariel lo había conocido con un “no los queremos, no los necesitamos”. Cuba es de todos, y las verdaderas democracias se construyen con las decisiones de la mayoría, pero respetando los derechos de las minorías.
De cualquier manera, que este día y los que siguen, sirvan para recordar que la historia sólo nos sirve para saber quiénes somos y qué futuro queremos. Creo en que la historia debe ser una guía y no una enferma obsesión que cercena el porvenir. Quiero para mi país un futuro en el que todo cubano honesto quepa, independientemente si ayer enlutó por el fin de una era o celebró el comienzo de otra. La vida nos da el derecho a escoger nuestros héroes.
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Gladys Cañizares
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