Jany e Ignacio tenían dos opciones, quedarse en Cuba hasta que apareciera una vía por la que la pareja, junto a su hijo Aaron, pudieran emigrar seguros; o que saliera él primero con la promesa de hacer lo posible e imposible para reunirse luego con su familia en España. Ambos son ingenieros informáticos, aunque Jany se dedicaba a la fotografía y administraba su propio negocio en la isla. Ambos aplicaron a una beca de maestría. Solo Ignacio fue aprobado. Pese a la difícil decisión, la pareja apostó por la separación temporal.
Dos días antes del viaje Jany le pidió a su esposo que no se fuera, pero el pasaje estaba comprado. «Quedarme sola en Cuba con un niño de cinco años que quiere tener a su padre es complicado, pero no me arrepiento de nada». Estimaban dos años de lejanía como máximo. «Al principio te parece que sí lo vas a conseguir, pero va pasando el tiempo. Ves que toda tu familia y amigos se están yendo y eso psicológicamente afecta», recuerda Jany.
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Si a un cubano le preguntas «qué hace» y te responde «en la lucha o en la luchita», puede entenderse como que anda haciendo algo ilegal para buscar dinero. Un salario «legal» consume en la precariedad a cualquier familia. Los «luchadores» cargan el riesgo de ser sorprendidos por el Estado y el temor de perder los bienes construidos; incluso existe la posibilidad de terminar en la cárcel. Ignacio trabajaba sin licencia como informático para empresas extranjeras con la preocupación de tener problemas legales y no poder desempeñar lo que estudió. «Si trabajaba de forma estatal iba a tener que recurrir a “la lucha”», afirma.
Las manifestaciones del 11 de julio de 2021 fueron un punto de giro en la vida de la pareja. Él se sentía inconforme y quería un cambio en Cuba. Tenía la certeza de que la mayoría de los cubanos pensaban igual. Esta idea se derrumbó cuando vio la cantidad de personas que, por las razones que fueran, salieron a reprimir con palos a los manifestantes.
«En ese momento lo tuve claro, Cuba es un país donde la mayoría de las personas apoyan el “socialismo” o lo que sea que tienen implantado allá por tan disruptivo que parezca y no es como quiero vivir. La vida es una y no la voy a malvivir luchando por lograr el tan esperado cambio. Decidí irme», cuenta Ignacio.
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Para Cuba no existe el robo de cerebros, ellos se fugan. Muchos jóvenes profesionales solicitan becas de estudios con el objetivo de migrar y luego sacar a sus familias. En septiembre de 2021, Ignacio y Jany comenzaron a buscar la forma de salir de Cuba por estudios. La antigua jefa de él le comentó el caso de otros cubanos que lo habían logrado por esa vía y lo puso en contacto con ellos.
«La escuela la encontramos en una semana o dos. La muchacha que hacía el proceso de captación era cubana. Había salido por esa misma vía hacía poco tiempo y nos llevó de la mano durante todo el papeleo. En la embajada a mí me fue bien, pero a mi esposa e hijo los denegaron por lo que tuve que venir primero para no perder la oportunidad. Cosa que fue bastante difícil. No tenía a nadie aquí y los dejaba a ellos allá».
Los padres de Ignacio habían estado con anterioridad en España y le habían hecho saber a su hijo que «los españoles eran unos explotadores». Sin embargo, desde su llegada el 21 de enero de 2022, para él la experiencia ha sido diferente.
«A lo mejor he tenido suerte, pero yo me he encontrado con que la atención al cliente y la hospitalidad, ya sea de funcionarios al hacer papeles, policías o cualquier persona a la que le preguntes algo en la calle, es muy buena», dice.
Ignacio tenía la tranquilidad de haber llegado a España con trabajo. El costo de la comida, aunque se ha encarecido un poco, tampoco fue un gran problema. Lo complicado en el país ibérico es conseguir renta. Te piden todo tipo de papeles, más si eres extranjero, nómina, seguros de impago, fianzas de uno o dos meses para verificar que puedas pagar el piso y no vayas a ser un futuro okupa (personas que ocupan de forma ilegal una vivienda). Además, las inmobiliarias cobran una alta comisión por la gestión. Por otra parte, en ciudades como Madrid o Barcelona los precios aumentan casi por día.
Idealista es una de las páginas más usadas para buscar vivienda o habitaciones en pisos compartidos. Rentar una habitación es la opción que tiene la mayoría de los recién llegados. Por esa vía no piden tantos requisitos y son más baratas a costa de la privacidad. De esta manera, Ignacio compartió piso con un italiano y un filipino en los primeros meses.
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Cuando Ignacio se fue, la pareja llevaba 12 años de relación. Los dos estaban claros de que habían hecho lo mejor para su futuro y el de su hijo, pero la desesperación era inevitable. Él pensaba que una vez en España podía cambiar su visado por ser hijo de un ciudadano español, lo cual fue imposible. Su condición de estudiante tampoco le permitía reclamar a su familia. Investigando supo que con un contrato de trabajo como profesional altamente cualificado podía reclamar a su familia más rápido.
«Yo venía con trabajo desde Cuba. Hice entrevistas desde allá, pero al tratar de buscar el visado de profesional altamente cualificado, el contrato y la empresa tenían que cumplir ciertos requisitos y estar dispuesta a hacerlo por lo que tuve que ponerme a buscar por otro lado».
Realizó alrededor de treinta entrevistas. Durante el proceso fue entrevistado por personas de recursos humanos, después por el equipo técnico, a veces eran consultores, y al final se entrevistaba con el cliente.
«Cuando logré encontrar la empresa que estuvo de acuerdo en hacer todo el trámite, a las instituciones pertinentes les tomó alrededor de tres meses procesarlo todo. Tenía miedo de que por la demora la empresa desistiera, pero al final todo salió bien», recuerda.
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Antes de que a Jany y a Aaron les aprobaran las visas para España, ella había logrado obtener visado para Uruguay. Había tomado la decisión de irse para donde fuera. Le dijo a su esposo que «si sus papeles no estaban, ella se iba para el país suramericano y se reunían ahí». Tras ocho meses de espera Cuba pesaba cada vez más, aunque contara con la ayuda de sus padres.
«Me sentía estancada, que no iba a conseguir ver más allá de Cuba. Quería salir para tener un futuro mejor para mí, para mi hijo y poder sacar a mi familia. Otra de las cosas fue el tema de la medicina. No culpo a los médicos, pero la falta de medicamentos me aterraba. Aún me aterra porque tengo a mis padres allá, pero en ese momento temía por mi hijo».
El 6 de julio de 2022 la familia se reunió por fin. Ignacio encontró un piso al norte de Madrid, en Alcobendas, para esperar a su esposa e hijo con el mayor confort posible. Jany pensaba encontrar empleo como fotógrafa, aunque no pierde las esperanzas de lograrlo, decidió buscar otras opciones, «porque hay que trabajar y eso no es cuestionable».
Durante un tiempo vendió seguros de salud y después fue dependiente en una tienda. Alrededor de las nueve de la noche cerraba el local. Un día antes de retornar a su casa, los dueños del establecimiento le informaron que su contrato había terminado. «No hubo explicación ni nada. Simplemente tenían que prescindir de un empleado y como yo fui la última que llegó, ahí terminó mi trabajo. Después lo fui entendiendo, pero en ese momento me chocó un poco». Actualmente, busca la posibilidad de ampliar sus estudios informáticos dado el amplio campo de oportunidades que le abriría.
La familia se siente a gusto en el país que los acoge. Ven oportunidades de trabajo y progreso que no tenían en Cuba. Por primera vez no perciben un techo que limite sus aspiraciones. Aunque Jany extraña la cercanía del mar y a sus padres con quienes piensan reunirse pronto.
El sistema educacional y el servicio de salud pública es otro motivo de tranquilidad y paz para la pareja. Aunque el Gobierno cubano ha promovido como parte de su propaganda la supuesta singularidad de la isla en materia de salud y educación, otros países como España también cuentan con sistemas públicos costeados por los impuestos ciudadanos.
Los niños comienzan la escuela a los tres años. Aaron llegó con cinco años. Sus padres tuvieron que hacerle un intensivo de estudio en casa para que lograra llegar al nivel del resto, pero enseguida cogió el ritmo. Al pequeño le gusta la escuela, lo que aprende de Historia, Geografía y de Inglés como segundo idioma.
«Siempre están inventando algo para mantener a los alumnos motivados. Los profesores son muy preocupados y están pendientes a detalles que a veces ni uno mismo se da cuenta y te van dando feedback de cómo ir corrigiendo las cosas negativas. Con seis años sabe leer, escribir, sumar, restar», cuenta el padre.
Ignacio tiene la tranquilidad de saber que su hijo no se va a criar con las limitaciones que tuvieron ellos en Cuba. «No solo por el dinero, sino por la falta de libertad de expresión y la poca tolerancia al pensamiento diferente».
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Robert Franc
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