—«En Cuba el socialismo es irrevocable», recuerda el Granma del 26 de junio.
—¿Y?
—No hago más que pensar que cuando hace veinte años la frase tomó forma de acápite constitucional, ni siquiera se sabía cuánto iba a durar esto.
—¿«Esto» qué es?
—La pregunta que se hace todo el mundo. Nada comparable con la que formularán nuestros compatriotas cuando solo queden unos días para que se cumplan los sesentaidós mil milenios que los más pesimistas le auguran a la Revolución. Y decir «Revolución» es decir «socialismo», ¿te queda claro?
—Tan claro como que se hizo por los humildes, con los humildes y para los humildes, y cada vez nos acercamos más a la humildad extrema.
—¿Te imaginas qué clase de situación para los cubanos del año 62 002 024? Pon tú que no quieran saber más de socialismo, pero la carta magna les grita que cuidadito con eso.
—Pobres parientes, no quisiera estar en sus pellejos. Pero ¿por qué pensar en negativo? Entre visitas gubernamentales, controles parlamentarios, recorridos de dirigentes y celebraciones múltiples, cada provincia debe albergar cada año no menos de cinco mil personas en hoteles y casas de visitas. Si multiplicas esa cantidad de asesores por sesentaidós millones de vueltas de sol, es de esperar que de aquí a allá algún problema se resuelva.
—No es tan sencillo. Ni el propio Comandante fue tan optimista. Ten en cuenta que solo un año después de esa camisa de fuerza constitucional de cuyo beneplácito fue el principal impulsor, declaró que la Revolución podía ser destruida por nosotros mismos.
—¿Así sin más? ¿A contrapelo de la Constitución?
—Como oyes.
—Qué bárbaro. Quién iba a decirle que el presagio se cumpliría tan rápido.
—¿Cómo iba a saberlo si «lo tenían engañado»? Fíjate que en ese mismo discurso de 2005 en el Aula Magna, y a tenor con lo impuesto por la carta magna, expresó que «la libreta tiene que desaparecer; los que trabajan y producen recibirán más, comprarán más cosas; los que trabajaron durante décadas recibirán más y tendrán más cosas».
—¿Cuándo habló de «los que trabajaron durante décadas», esos que «recibirán más y tendrán más cosas», se refirió en específico a algún año de jubilación?
—Dejó el final abierto, como en las buenas películas de suspenso. Confío en que mis tataranietos se retiren con cien pesos más que yo y puedan pagarse la «mesa repleta de exquisiteces» que sin pretenderlo evoca nostálgicamente el periodista del órgano oficial del PCC al endosársela al expresidente George W. Bush.
—Superaremos ese banquete algún día.
—Por supuesto. «Vamos a pasar de un país idiota a dejar detrás a todos los demás», apuntó el Comandante hace dos décadas.
—Que me perdone, pero no hay razón de nombrarnos «país idiota» por declarar el socialismo inapelable, definitivo, inexorable…
—Se refería más bien a los tiempos previos a que Cuba se convirtiera en el primer país del mundo en descubrir «el disparate de la concepción errónea que había sobre el desarrollo del sistema eléctrico». Fueron años muy fuertes. «Cuando se apaga, o le cae un rayo, como le cayó hace algunas semanas a la Guiteras, el apagón, el apagón y el apagón golpea con fuerza a la población y la economía», decía en el 2005.
—«Entre los muchos errores que hemos cometido, el más importante era creer que alguien sabía de socialismo, o que alguien sabía de cómo se construye el socialismo», remató.
—Hay que preguntarse por qué, si tenía esa convicción, se cogió para sí todas las obras, sin dejar que otros proyectistas diversificaran las opciones.
—No podía hacerlo. Capaz de que alguien le viniera con el cuento de que el consumo popular dependería en el futuro de tiendas con moneda del enemigo.
—Un trasnochado que auguraría que en este mes de 2024 solo recibiríamos arroz y frijoles por la bodega.
—Para que el mes próximo nos informen que el azúcar de junio es irrevocable.
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EL BOBO DE LA YUCA