El artista viene del más humilde de los barrios y hará todo lo posible por no olvidar su compromiso con la gente de Cuba.
Por: Harold Cárdenas Lema ([email protected])
Es junio de 1989 y un muchacho está pegado al televisor Caribe viendo el juicio del general Arnaldo Ochoa que terminará en fusilamiento. Tiene 16 años, no entiende mucho lo que ocurre pero se siente atraído por los sucesos, será su primer acercamiento a la política. Nació en un barrio humilde de Guantánamo en una casa que tiene menos de cinco metros de ancho. Su nombre es Israel Rojas Fiel.
A San Justo le dicen eufemísticamente “barrio periférico”, que suena elegante pero es una zona precaria que no tiene siquiera acueducto. Si el niño Israel quiere salir a jugar debe saltar las dos zanjas abiertas con aguas albañales que tiene frente a su puerta. En esa casa pequeña viven nueve personas, casi menos porque él y los otros niños se suben a la mata de ciruela en el patio y nunca saben cómo bajar. La inspiración de escribir canciones vendrá después, ahora son tiempos de una humildad muy digna.
Su niñez transcurre tan tranquila como puede ser en un barrio así pero no está exenta de lecciones. Frente a su casa vive un chico llamado Orestes que es hijo de una maestra y ha entrenado su perro para que sea fiero. Un día los muchachos de la calle molestan a la mascota y sale Orestes a la calle con machete en mano. Se lanza sobre uno de ellos decidido a cortarle la cabeza y ese lo evita a tiempo, pero no lo suficiente para evitar que el machete le agarre varios dedos que vuelan por los aires. La vida no vale demasiado en las calles de San Justo.
A unos metros está un Israel de escuela primaria mirando todo eso, sin saber que un ser humano podía ser tan atroz por tan poco.
Es un alumno desastroso, nunca lo escogen para representar a sus compañeros de clase, dedica buena parte de su tiempo a pugnar con los demás. Es habitual escucharlo decir: “nos vemos allá afuera” y verlo agarrado a trompadas en la calle, pero son tiempos en los que los golpes no duelen demasiado. La verdadera pelea es llegar a la casa con la camisa rota, esa nunca la gana. Recibir golpes y devolverlos con la misma velocidad, será una habilidad necesaria para su futuro de artista orgánico, de alguien que no teme hablar de política.
Aprende a cantar a los 13 años en la enseñanza secundaria. Utiliza la música como herramienta para enamorar a las muchachas con resultados dudosos, su versión de We are the World en una jerigonza que no es inglés, sería algo memorable. Los años pasan rápido y llega a un preuniversitario en el campo que no es poca cosa. Hay que estar en forma y en guardia siempre porque el bullying es cosa cotidiana.
Un día contrasta sus charlas en el pre con la de sus antiguos compañeros de escuela que estudian ahora en la escuela vocacional. Mientras aquellos hablan de estudios, matemáticas e inglés, en el ambiente que se mueve Israel hay que hablar de guapería. Comienza a estudiar con un grupo de amigos, a los 16 años se está leyendo El Capital y le comienza una vocación por entender las cosas.
Su entrada al mundo de la política será con la Perestroika, a través de las revistas Sputnik y las noticias que llegan a Cuba. Tiene muchas ganas de irse a luchar a Angola pero llega tarde y al graduarse se acaban la URSS, la guerra y todo.
Había pasado los exámenes de contrainteligencia pensando estudiar con los soviéticos pero ese sueño también se viene abajo. El muchacho indisciplinado del barrio de San Justo termina en una escuela militar de Santiago de Cuba, ahí terminará su formación.
De regreso en Guantánamo le asignan el sector cultural y es entonces que su dialéctica choca con la ortodoxia. El pensamiento esquemático y las contradicciones lo inundan. El resultado de esto son experiencias muy fuertes en lo personal, de las que todavía no habla. Aun así, es delegado en la Asamblea provincial por segunda vez, la primera fue cuando lo seleccionaron por su escuela y fue el representante público más joven de la provincia, con 15 años.
Un día Israel Rojas se encierra en la oficina, se sienta en el buró y escribe las razones de su renuncia al cargo. Un rayo de luz le había indicado seguir lo único que siempre le había apasionado: escribir canciones. La tarde que los superiores aceptaron su solicitud y salió a la calle sin trabajo ni un futuro concreto, sigue siendo la mejor de su vida.
Es el primer minuto del resto de su existencia para hacer con ella lo que quiere.
Un día está ofreciendo sus canciones a un grupo musical cuando un muchacho más joven le propone que las cante con él, su nombre es Yoel. Viajan juntos a Cienfuegos y la experiencia es una pesadilla de problemas estomacales y nervios. En su mochila está la libreta de composiciones, el día que ensayan un tema los trovadores se ríen de ellos en tono de burla. La canción se llama “No juegues con mi soledad” y será de las más escuchadas en Cuba los próximos años.
Falta poco para que Israel Rojas sorprenda también con canciones vinculadas a la política del país, que están en la libreta esperando su turno, desde el primer minuto. Los próximos años serán de éxito profesional pero el hijo de Guantánamo seguirá viviendo en una humildad que los demás ignoran, no verá una langosta en un plato hasta que tiene 30 años, y hará todo lo posible para que el éxito no lo cambie. Pero eso ya es la próxima historia.
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Yandy Rodríguez Cueto
anon
Jose Antonio Tamayo
Harold
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Harold
Pedro Antonio Duany Fernandez
Reinier