—¿Viste? se insubordinó el regimiento que custodia el Palacio de la Revolución.
—Na.
—Lo colijo del hecho de que no hubiera disponibles dos soldados para realizar una pincha que finalmente hicieron cuatrocientas personas en el placer colindante con la oficina del Presidente: barrer y echar en camiones henchidos de combustible un total de cincuenta y dos hojas de framboyán, veintinueve bellotas de encina y tres troncos no grabados por niñas henchidas de placer.
—Debe ser el principal acuerdo firmado con el presidente de Gabón, excelentísimo señor Brice Clotaire Oligui Nguema, en su visita al Consejo de Estado. Habrá reparado en lo cochino que estaba el jardín de Palacio, en contraste con los alrededores de El Laguito.
—Tampoco hay que pensar que la solución a nuestros problemas tiene que venir del extranjero. Seguramente, antes de que el mandatario gabonés aterrizara en Boyeros, ya Canel tenía en su agenda una reunión con «dirigentes de todas las organizaciones, instituciones y entidades a quienes concierne dar solución a los principales problemas que hoy tiene La Habana».
—Y que seguramente no existen en Libreville, la capital de ese país de la costa oeste de África central.
—Allá tienen una situación económica más difícil.
—¿Puede ser posible?
—No lo dudes. Si organizan un trabajo voluntario en el Palacio del Mar, la residencia oficial de Oligui Nguema, ten por seguro de que la merienda estaría más flojita.
—Es innegable de que en La Habana, además de la basura, «se han ido acumulando desafíos pendientes de solucionar». Menos mal que «con entusiasmo y responsabilidad se rompió la inercia».
—Algo tiene que romperse con tanta gente guataca en mano, fajadas en un pedazo de jardín con presidencial maleza.
—El mandatario invitó a «sacar las mejores experiencias de este ejercicio. La vida nos está diciendo que estas horas dejarán como fruto una mayor capacidad para ordenar los modos en que se funciona».
—¿La cosa no estará precisamente en que nada funciona?
—Negativo. En el encuentro convocado por el primer secretario, «sin medias tintas, muy expedito», quedó claro que el problema de los desperdicios nada tiene que ver con la Empresa de Comunales, sino con «múltiples irregularidades en entidades del sector estatal y no estatal, en instituciones sociales, en puntos de servicio y en otros lugares públicos donde impera la basura, la yerba, la desidia urbanística y otros males que dicen mucho de la responsabilidad social y el deber hacer que tienen centros estatales y privados, y no los asumen, bajo el concepto de limpiar, ordenar y embellecer con buen gusto, y eso puede hacerse sin tantos recursos, con lo que tenemos en cada lugar. Hace falta mucha gente haciendo, transformando las situaciones». Todo se resuelve «no cerrando calles u otros espacios que son de todos: hay que hacerlo de manera decente, civilizada, sin importunar».
—Con buldóceres rompiendo decente y civilizadamente las aceras.
—Te equivocas de nuevo. Comunales abre cráteres en busca del agua que solucione el déficit que afecta (oye qué dato más exacto) a «156 725 ciudadanos».
—«Hay que recuperar la disciplina ciudadana». No se cumplen «los horarios en que las personas deben sacar la basura hacia las áreas y depósitos creados para eso en los barrios».
—A pesar de que se les quita la corriente para que no tengan otra cosa que hacer.
—Dice Trabajadores que «Si bien estas acciones no resuelven todos los desafíos de higienización que enfrenta la ciudad, marcan un punto de partida. Cada pala, rastrillo y bolsa de escombros recogida es un gesto que suma. Y es que la transformación de nuestro entorno comienza con cambios de conductas y decisiones aparentemente pequeñas. Hay días que desde el amanecer debían clonarse sin importar las nubes grises, ni las ojeras de noches oscuras, ni el pan del desayuno, ni la marca del vehículo que nos pasa por el lado o el café que nunca coló. El “sí se puede” pasó a los corazones, a los puños unidos de la mayoría de un lado al otro de la capital. ¿Y si nos unimos? Incluso, ¿si lo pensamos dos veces para verter nuestra propia basura? Entonces en La Habana, y en toda Cuba, le damos una bofetada al Aedes, que es hacerlo a favor de la salud». Mi salud mental no puede ante escritos semejantes.
—Podrá menos ante el post que publicó el Consejo de la Administración del municipio Plaza: «Atención, vecinooo…: si tu estrategia para deshacerte de la basura es lanzarla a la calle esperando que el duende de la limpieza la haga desaparecer… tenemos malas noticias: ¡el duende no existe! Existen personas que trabajan recogiéndola, pero su esfuerzo se duplica cuando no cooperamos. La basura en la calle es de todos, pero la solución empieza por uno. ¡Deja de contribuir al problema y sé parte de la solución!».
—Mira que decir que no existe el duende. ¡¿Quién si no es Canel?!
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