—Agradezco esta reunión para discutir sobre las prioridades del día en que desaparezca el asedio económico de Estados Unidos. Hay que poner por delante aquellos problemas de más alta sensibilidad y que más aprisa podamos resolver. No lo tomen como egoísmo de mi parte, pero siempre hemos dicho que la Salud es lo primero. Las estadísticas son contundentes: con diez minutos que restemos al bloqueo, se garantiza el financiamiento para almohadillas sanitarias, una urgencia por la que el país menstrua decenas de millones cada año.
—Medular la intervención del representante del Ministerio de Salud Pública. Con diecisiete minutos se cubre el costo de adquisición de los componentes del Kaoenterín, un medicamento que debíamos producir de nuevo y que nos está haciendo falta a todos los reunidos aquí. Aunque mi sector está muy deprimido (cuál no), no llego a este cónclave a exigir se tome en cuenta que con una cifra ridícula de dólares no faltaría el plástico para confeccionar más contenedores de basura, ya sabemos que calles y porquería se han convertido en sinónimos. Alcanzaría para tirarle un cabo a las industrias locales en la confección de palitos de tendedera, a ver si agradecen que Comunales es su principal suministrador de materia prima.
—Coincido con quien me antecedió en la palabra. Pudiera enumerar el tiempo que hace que no se rellenan baches, ya es más fácil eliminar las capas de asfalto y emparejar la cosa. Acabo de leer un dato conmovedor: sin diecinueve minutos de bloqueo tendríamos a mano las sillas de ruedas que necesita el país. Solo acoto que, de resolverlas, no me queda claro sobre qué pavimento rodarían.
—Nos ponemos a enumerar las carencias y nos volvemos locos. Precisamente, si restamos dos horas de acoso de la Casa Blanca, se adquirirían los medicamentos para psiquiatría, neurología y cardiología. Sería la garantía para que los futuros dirigentes lleguen con salud mental a reuniones como estas. Me abstengo de pedir para la Agricultura, a pesar de que no me han dicho nada de los panes con carne de puerco que les traje de merienda.
—Por favor, un poco más de Educación, que si me pongo a enumerar la cantidad de gordo que le echaste al mío… En las escuelas adscritas a mi organismo, a falta de juguetes, les enseñamos a los muchachos que hay que jugar con la realidad y contentarse con lo que hay. Cinco horas (¡cinco horas, compañeros, mucho más de lo que se trabaja en las unidades presupuestadas de la Isla!) bastarían para comprar el universo lúdico y los medios didácticos que aseguren la formación ideológica de los párvulos en los círculos infantiles.
—No voy a meter ruido en beneficio del sistema electroenergético nacional, ya es corriente que no contemos con ídem. Me rindo a las incuestionables evidencias de que la cúspide de la espiral ascendente de desarrollo pasa por la satisfacción de los cada vez más exigentes reclamos de salud para la población. De ahí que desearía aportar, sin que ningún ministerio se insulte, que se hace insustituible insuflar insumos a la compra de la insulina, y absuélvanme si soy consecuente con el prefijo. Catorce horas bastarían para cubrir la demanda anual del país.
—Como dice Juventud Rebelde: «Todos los espacios posibles de comunicación serán muy válidos. Cualquier oportunidad para explicar, informar, para crear sinergias que lleven más rápido a las soluciones es relevante en la Cuba de hoy, porque, más allá de todas las circunstancias difíciles, siempre hay un umbral que tiene que ver con la voluntad». No sé qué rayos es la sinergia, pero he orientado a los voluntariosos científicos de mi ramo que busquen vías para producirla y exportarla. Tenemos, como acotó Granma, «la responsabilidad de mantener vivo ese método directo, hombre a hombre, mujer a mujer, casa a casa, hasta donde sea necesario, sin perder la ternura política». Ese flechazo de convicciones me lleva a informarles de la obsolescencia de nuestros recursos tecnológicos. Mas sin embargo, con veintiún horas de embargo los sustituiríamos en su totalidad.
—Me disculpan los funcionarios que me han antecedido. Todos, de una u otra manera, han defendido en esta misa la premisa de que hay que volcar la mayoría de los bienes en función de la salud pública, porque aquí lo más público que hay es lo huérfanas que están las farmacias. Ahora bien, ¿podemos estar ajenos a la situación del transporte? La noticia buena es que ha disminuido drásticamente el personal que de forma irresponsable se cuelga de las guaguas, no porque la demanda esté satisfecha, sino porque saben que, de hacerlo, pueden quedarse con la puerta en la mano de lo destartaladas que están. ¿Sería mucho pedir que se privilegien los dos días que hacen falta para la compra y mantenimiento anual del transporte público?
—Lo ha dicho Canel: «Algún día, habiendo superado estos momentos, podremos evocar los días amargos y las maneras en que fuimos venciendo». Mas no son las circunstancias, creo yo, para exigir que desaparezca el bloqueo yanqui. No me miren atravesado. Una simple suma matemática de las cifras manejadas lleva a concluir que en solo noventa horas (cual distancia de aquí a Miami) se resuelven gran parte de los atolladeros. Pónganse a pensar que, peligrosamente, su solución en poco menos de tres días la gente la agradecería sobre todo al Gobierno norteamericano.
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