Un comentario sobre los desafíos de la infancia y la juventud en Cuba. Una mirada matizada con experiencias de vida y nostalgias del pasado.
Por: Harold Cárdenas Lema ([email protected])
Hay historias que prefiero degustar a solas porque hacerlo en público sería demasiado embarazoso. Debo haber visto una docena de veces La lista de Schindler, pero siempre me saca más lágrimas de las que el machismo social permite admitir. Hoy será el pretexto para un texto reflexivo. Por alguna razón llevo días sin poder sacarme de la cabeza la escena en que el personaje del filme agrega los nombres a su listado y dice enfáticamente: “los niños, todos los niños…”. Gracias a eso el número de descendientes de su lista es actualmente mayor que el de los judíos que permanecen en Polonia.
Esta noción de que lo más importante es salvar a la juventud es un instinto básico de la naturaleza, el caso de los niños en la Segunda Guerra Mundial es bastante extremo pero nos da algo de perspectiva en el asunto. Si algo hemos hecho bien los cubanos en los últimos 50 años es apostar por la juventud. Mi madre tuvo una infancia y adolescencia con toda la dosis de fantasía y oportunidades necesarias para un niño, permite que le haga muy pocas críticas a décadas pasadas donde también hubo sus conflictos.
No estoy seguro de que muchos niños de ahora tengan el privilegio de la inocencia, a veces siento como si se les robara la ingenuidad de la edad a golpe de reguetón y malas palabras. En el caso de los adolescentes es más grave, nosotros solíamos alardear sobre conocimientos de sexo y pequeñas victorias con las chicas de la clase, ahora los muchachos hablan sobre posesiones y aspiraciones migratorias. El imaginario de la juventud ha ido cambiando más velozmente que nuestra posibilidad de satisfacer las necesidades sociales.
Según la UNESCO, Cuba es el país de América Latina con mayor índice en desarrollo en educación. Debemos serlo, porque nos gastamos el 13% de nuestro PIB en eso, pero no es suficiente. Quizás la mayor muestra de nuestra calidad educativa es que en este contexto agresivo en el que supongo hayamos perdido algún terreno respecto a décadas pasadas, sigamos siendo una potencia regional. Esto puede ser una trampa para la autocomplacencia o una alerta para promover estrategias que permitan alcanzar nuevas metas.
¿Qué significa entonces salvar a la juventud? De nada vale un buen sistema educativo si al llegar a casa la realidad contrasta con todos los valores aprendidos en el colegio, si la crudeza cotidiana derriba en un día los valores cimentados durante un mes. Podríamos empezar por crear condiciones que permitan a los jóvenes establecer sus proyectos de vida en Cuba, abrir oportunidades para proyectos alternativos donde el emprendimiento joven contribuya a la construcción del proyecto nacional.
Podría debatirse también sobre la mirada que existe hacia la juventud, hacia el futuro del país. ¿Paternalista, condescendiente o realista? Aunque a veces el discurso político transmita confianza en los jóvenes, hay dudas sobre su acceso a responsabilidades mayores. Basta con hacer un balance cuantitativo sobre el número de personas en ese rango de edad que asumen posiciones de verdadera importancia.
Cuba es un país que tiene mucho de que enorgullecerse, al igual que Schindler, insistió en salvar a los niños al darles salud y educación gratuita hasta el nivel universitario… ¿y después? Los próximos años deben ser enfocados en salvarnos todos, en pensar una Isla próspera y de esa forma alcanzar metas civilizatorias mayores.
Cinco adolescentes llorando a moco tendido no debía ser una escena muy digna de contar pero toca hacerlo, años después soy el único que permanece en Cuba. Soy a la vez el que se salvó del desarraigo y quien quedó solo en casa. No puedo evitar pensar en la construcción de un país donde quieran quedarse a vivir “todos, todos los niños…”.
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