pared, ladrillos, cemento, cartel, letras

Foto: elTOQUE.

La mejor fábrica del PCC

13 / enero / 2023

El régimen cubano se ha convertido en una fábrica prolija en la producción de anticomunistas. Si bien no es algo novedoso, la capacidad para producir opositores frontales en todos los sectores de la sociedad parece ser un fenómeno de los últimos años, siempre con altibajos. No solo ocurre dentro del exilio asentado en Miami, sino que se ha extendido a otras ciudades alrededor del mundo. Lo más sorprendente, sin embargo, es que el anticomunismo se abre paso dentro de Cuba.

La oposición al comunismo en Cuba puede tomar muchas formas y discursos. El anticomunismo puede ser profundamente democrático y también puede rozar el fascismo. Pero sin importar a cuál anticomunismo se haga referencia, cada vez es más evidente el rechazo transversal al régimen.

Durante mi más reciente visita a Cuba estuve en dos ciudades en las que encontré amigos y conocidos que habían transformado de forma sustantiva sus visiones políticas. En Santa Clara conversé con al menos una persona que abrazaba la corriente libertaria que está en auge en América Latina. Asimismo, me encontré con posturas del conservadurismo. Pero, sobre todo, encontré a muchos que se habían politizado. Coetáneos, a quienes antes no le interesaba la política, se mostraban de manera súbita interesados en discutir sobre el tema.

La politización que palpé venía marcada por un profundo rechazo al Gobierno y su gestión económica. En tal sentido, la precariedad económica aparecía casi siempre como el elemento clave en mis conversaciones con otros. La mayoría de mis interlocutores entraban al terreno político, principalmente, desde la esfera económica; asunto que no debe sorprender a nadie, desde luego. En cualquier régimen democrático el desempeño económico es uno de los principales elementos que determinan los resultados electorales. Los cubanos no podemos votar libremente en las urnas, pero sí nos formamos opiniones de manera similar al resto.

La politización que encontré en Cuba no siempre estuvo acompañada de un proceso de aprendizaje ciudadano y liberación personal. Al pasar de la crítica a la propuesta, mis interlocutores parecían ver sus destinos atados a la voluntad del Gobierno de Estados Unidos o a la del Partido Comunista. Pensaban, en concreto, en una nueva normalización de relaciones entre ambos países, una apertura milagrosa del actual Gobierno o una invasión militar como las únicas soluciones posibles a la tragedia cubana.

Por supuesto, las características del régimen político cubano explican la actitud. A estas alturas, casi todos los cubanos hemos nacido y crecido bajo un Gobierno paternalista y totalitario que decide por nosotros o que nos vigila si decidimos contradecirlo. La ausencia de libertades individuales elementales unida a la desarticulación sistemática de los tejidos sociales por parte de las fuerzas represivas han generado sujetos que muchas veces no encuentran herramientas para incidir en la vida de sus barrios, ciudades, provincias y país. Lo público está en manos de otros. «La luchita», el «resolver» o «el invento» nunca han estado destinados a abordar problemas de lo público, si no cuestiones individuales o privadas. La cosa pública no le compete al individuo cubano, sino que es el Estado u otra Administración extranjera quienes deben o pueden resolverla. Es una respuesta «natural» y práctica a un modelo que destruye la sociedad civil mediante la represión y la cooptación.

Es importante comprender que la actitud no se debe solo a la precariedad de la vida en Cuba. Si bien es cierto que cuando las necesidades básicas no están cubiertas resulta muy difícil preocuparse por problemas menos concretos como la libertad, la independencia de poderes o políticas públicas que no parecen incidir de manera directa en el día a día. Lo anterior no quiere decir que, si se resuelven problemas vitales como la alimentación, el vestir, la salud y el ocio, devendrán sujetos más preocupados por la cosa pública. A fin de cuentas, cuanto más se tiene —por poco que sea la mejora— más se tiene que perder. Sin importar el nivel de precariedad o bienestar, si cuando se intenta incidir en el ámbito público se es perseguido, encarcelado e incluso asesinado, pues es comprensible que se «tire la toalla» y se emplee todo esfuerzo en lo que concierne al ámbito privado. Sin embargo, esta renuncia a lo público contribuye también a perpetuar los problemas que afectan y competen a todos.

La renuncia a incidir sobre la cosa pública implica que lo público se torna en bien privado. Es decir, lo que hace el Estado totalitario, paradójicamente, es convertir la plaza pública en feudo privado. Asimismo, la «lucha» en la esfera pública se convierte mayormente en una lucha por extraer —directa o indirectamente— bienes públicos para fines particulares. Bajo el totalitarismo lo público ha desaparecido, y lo que predominan son micro «luchas» por llevarse una parte «a casa». En otras palabras, el anticomunismo que predomina en la Cuba actual no es uno que se preocupa por lo público, sino uno al que se llega principalmente por la incertidumbre y la miseria del ámbito privado de los sujetos.

La «privatización» de lo público también trae consigo que la lucha ideológica en Cuba contra el totalitarismo y el poder del Partido Comunista se torne personal. En un escenario en el que casi nada pertenece a todos, y en el que cada uno levanta su «guerra» por la supervivencia, el progreso individual y el de los suyos, resulta impensable que se pueda despersonificar lo que toma rostro cada día. El comunista del barrio, el chivato, el comecandela, el ministro corrupto, el presidente estúpido y el general canalla se tornan rostros demasiado claros como para hacernos olvidar que el problema no es el comunista de turno, sino un régimen político mucho más grande que él, ella y nosotros. Necesitamos retornar a la máxima martiana durante la guerra por la independencia; el Apóstol aclaraba que se luchaba contra el colonialismo, no contra los españoles.

Lo que he expresado arriba no es un regaño a quienes viven —o alguna vez vivieron— en Cuba. No estoy en posición de hacerlo ni creo que alguien lo esté. Tampoco intento exonerar a nadie de su cuota de responsabilidad si acaso la tuviese. Lo que he plasmado aquí es una breve reflexión en torno al problema cubano desde un punto de vista cívico.

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