hombre

Ilustración: Danilo / Matraca.

La noche de Padilla y aquella verdad de Portuondo

23 / mayo / 2023

La historia se conoce. Un poemario brillante y maldito. Un poeta encarcelado. Un hombre que se atrevió a cuestionar los cercos a la libertad con el filo de la poesía y pagó un altísimo precio. Heberto Padilla. Fuera del Juego. Cuba, 1968 y 1971.

La retractación pública del escritor, caricaturizada al extremo por este para trasmitir algo diferente a lo que hablaba, ha vuelto a estar en la palestra con El caso Padilla de Pavel Giroud, recientemente galardonado como Mejor Documental en los X Premios Platino de Cine Iberoamericano 2023. 

El fatigoso mea culpa de Padilla era conocido en texto —y en algunos fragmentos audiovisuales previamente develados—, pero faltaba la voz, los gestos, la indetenible sudoración; faltaban los rostros de sus colegas asistentes a la macabra puesta en escena. El video estuvo bajo siete llaves durante medio siglo hasta que alguien lo puso en manos de Giroud y de ahí devino pieza de arte a los ojos del mundo. 

Tres veces he visto el documental. Como quien se resiste, como quien no desea bajo ningún concepto aceptar una enfermedad. Del totalitarismo cubano y sus desmanes hay pruebas suficientes en más de 60 años. Menciónense las Unidades Militares de Apoyo a la Producción (UMAP), la Ofensiva Revolucionaria, las parametraciones y exclusiones; el acoso a minorías religiosas y homosexuales; el atropello sistemático a grupos opositores, condenados a vivir y a actuar en la ilegalidad; el destierro y la incomunicación como armas frecuentes del poder. Si alguien quería un epítome del abuso, la cruda represión del 11 de julio de 2021 mostró argumentos de antología. Ahora mismo, para no ir más lejos, la durísima vuelta de tuerca de los últimos meses: golpes y cárcel a quienes protestan en un contexto sin comida ni combustible ni alimento ni… ni… ni… pone un camión de sal en la herida.

Sin embargo, en algún lugar de la memoria afectiva quizá algunos guardaban una frase de autoconsuelo: la épica pasada fue dulce, el idealismo utópico fue hermoso, en los años iniciales la Revolución cobijó el sueño…

El resguardo sentimental —tercamente sostenido a pesar de muchas evidencias en contra— se destruye aún más después de ver El caso Padilla. Encierro y humillación por escribir poesía. Tortura psicológica (cuando no física), para purgar los pecados. Obligación de actuar, mentir, delatar, fingir, abjurar de convicciones por el solo hecho de dudar —con la palabra— en torno a si aquello que se construía era un juego limpio y valía la pena declararse dentro.

Todos mienten. Todos fingen. Todos temen. Salvo algunos que, por mucho valor (un Virgilio Piñera sentado en el piso con manos que se niegan a aplaudir cuando otros obedientemente lo hacen) o por mucha torpeza (un Armando Quesada que deja fluir su energúmeno interior para reprimir la supuesta ofensa a las Fuerzas Armadas) rompen con el guion de la obra disciplinaria.

El escritor, se ha señalado, imposta la oratoria de Fidel, destinatario ideal de la representación vomitiva. Los colegas simulan que le creen. Los funcionarios simulan que todo funciona como en una genuina asamblea de autocrítica. El Máximo Líder, puede intuirse, simularía ante su séquito, una vez visto el resultado, que se resolvió de manera conveniente el asunto. Juego de máscaras, en el que cada quien pone su más provechosa ficción para cuidarse el pellejo en la realidad. Instinto de conservación, por otra parte, tan lamentable como legítimo.

En el discurso íntegro del poeta se reitera una docena de veces la palabra «generosa» (o sus derivados), siempre para calificar la Revolución, que le había dado una «oportunidad» como aquella. Cada énfasis, cada modulación, la erre repetida (diríamos mejor, arrastrada) para explicar que los intelectuales que lo defendían fuera de la isla «deberían admitir que la Revolución cubana es superiorrrrr al hombre con el que se han solidarizado». Todo apunta a una mezcla vergonzosa de pavor, dramaturgia, mezquindad, astucia, bajeza, cálculo… qué sé yo. Algo, en cualquier caso, no edificante, no solidario que, quizá, era también la estocada más inteligente que se podía dar a los verdugos en tan asimétrica posición de poder.

¿Cuántos buches de diverso sabor habrán tragado quienes al final de la velada se acercan entre elogiosos compasivos y entusiastas a saludar/felicitar/abrazar al «autocrítico» orador y a su esposa? ¿Qué tiempo habrá durado en la psiquis de los participantes la repulsión de la pieza de terror ejemplarizante? 

¿Quiénes de ellos habrán pensado en escapar con su familia y no les habrá alcanzado el valor o los recursos materiales para hacerlo? De quienes se fueron, ¿cuántos habrán sentido, como Padilla, que estaban «desesperados por volver a Cuba»?

¿Qué basura de proceso político fue/es el que obliga a tales infamias, a semejantes temores, a destierros físicos y sentimentales tan traumáticos?

Después de más de tres horas y media de mutua contaminación en una sala que, imagino, habrán sentido más apretada que un puño aquel 27 de abril de 1971, el entonces vicepresidente de la Uneac, José Antonio Portuondo, comenta para cerrar: «Yo tengo la seguridad de que esta noche nos conoceremos mejor todos nosotros, conoceremos mejor a todos los compañeros que aquí se han expresado y conoceremos, sobre todo, mejor a la Revolución». 

Era cierto. Por desgracia.


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Maritza Herrera Soler

GRACIAS Es sumamente importante poder contar hoy con la historia verdadera Hasta hace muy poco solo un pequeño grupo sabía lo que pasaba, la gran mayoría vivíamos en un limbo con la esperanza de un futuro mejor que nunca llegó Hoy gracias a las redes podemos cotar con muchas noticias El periodismo independiente tiene la responsabilidad de mostrar la realidad GRACIAS aunque todavía no es suficiente Es necesario que llegue a las masas LA CONCIENCIA CÍVICA Los cubanos todo el tiempo nos quejamos pero somos ignorantes de nuestros derechos 🇨🇺🌻❤
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