Cuarenta kilos, el pelo negro y tupido sin teñir que la recorre hasta media espalda, unos dedos muy finos, el rostro salpicado de pubertad y los mismísimos ojos de Ana Belén, la cantante española. Yeni Turiño es una rareza en la trova cubana. Con solo nueve años comenzó a tocar guitarra hasta que, un día cualquiera, cuando acababa de cumplir los 15, se apareció en El Mejunje de Silverio «fusilando» cuatro o cinco temas conocidos de los cantautores locales.
“Yo sabía desde niña que iba a ser artista, aunque no sabía qué”, cuenta. “Primero pensé en ser maestra de guitarra, hasta que me puse también a escribir mi obra propia.”
En pocos días enseñó a los trovadores su primera canción, y luego vino otra, y otra, y nadie podía creer que aquella adolescente compusiera con tanta poética, que cantara con semejante fortaleza. Y, entonces, la bola comenzó a rodar por Cuba, y la gente vino al centro del país a conocerla. Hasta la compositora Marta Valdés la escuchó reconoció el encanto de “la niña de la trova santaclareña”.
Cuando aún cursaba el preuniversitario, Yeni pasaba las madrugadas tocando en los parques, para algunos “quemando etapas”, para otros, labrándose un futuro en la música cubana. Con el uniforme azul en la mochila y la guitarra a cuestas, supo sortear los responsos de sus padres y hasta cierta envidia de los compañeros de clases, que trataron de segregarla.
“A veces, era un poco discriminada, y no entendía por qué, quizá porque me veían rara. Pasé muchos disgustos, y ahora me saludan por la calle porque me han visto en los medios. Muchos de mis compañeros de clase no querían hacer trabajos conmigo en equipo y tenía que hacerlos sola. Un día salí del aula llorando. Nunca supe por qué, si era porque les caía mal, o porque me tenían envidia”.
“En mi escuela me criticaban la forma de vestir, no sé, tal vez porque lo que usaba muchos lo clasifican entre lo femenino y masculino, porque me ponía botas con sayas, por ejemplo, y no me pintaba tanto como las otras muchachas. Pero, es que no me gusta vestirme extravagante, ni el brillo, era un choque cultural en una misma generación que está acostumbrada a medirte por lo que te pones encima. Generalmente, todos pensaban diferente a mí”.
“Aún hoy, en la universidad, tengo que dividirme en dos. Es súper agotador para mí llevar la carrera de Sociocultural al mismo tiempo que la de músico. Para participar en festivales que me invitan tengo que pedir licencias culturales y estudiar en el viaje, y hacer los trabajos. Pero siempre supe que tenía que garantizar otra profesión además de la de músico”.
“Existe un estereotipo de trovadora. Por muy fina que sea una mujer, cuando coges una guitarra en la mano siempre te vas a ver más fuerte. Es inevitable que una persona de fuera no lo vea extraño. Una trovadora en zapatos altos se va a ver igualmente de fuerte que otra en chancletas de cuero. Yo quise ser trovadora sin importarme lo que los demás puedan o no pensar sobre mí. He aprovechado el tiempo, a lo mejor otros no lo han hecho. Si no hubiera comenzado a componer desde temprano, ahora nadie me conociera”.
A sus 19 años, Yeni comienza a abrazar la celebridad en su pequeña ciudad y su nombre empieza a ser reconocido en grandes plazas de trova. Con diez canciones en su repertorio ya se siente preparada para grabar su primer disco. Aunque aún no puede percibir remuneración por sus presentaciones es la trovadora más joven de Cuba, con una peña fija en El Mejunje.
El gran sueño de Yeni, como el de tantos otros jóvenes compositores que aún tocan “por amor al arte”, es llegar a la profesionalización. Solo de esta forma puede cobrar un salario como cantautora y ganarse la vida en un país donde, si bien se protege la nueva canción de autor, las tendencias actuales del consumo popular van por caminos menos líricos.
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