Intercambiar con Israel Rojas siempre resulta una cita pedagógica. Estuvo cuarenta y dos minutos exactamente contando anécdotas, proyectos, provocándome sobre si el socialismo era o no un designio de clases pudientes. Quería interrumpir su monólogo, con palmas además por su marcado tono teatral, creíble y apasionado, pero apenas pude. Es difícil opacar su dramaturgia y desviarlo de su ráfaga de pensamientos.
Me interesaba polemizar sobre varios temas: la renovación del grupo Buena Fe para 2016, el archidebatido -entre nosotras las mujeres- tema “Nalgas”, por su enfoque audiovisual machista, y deseaba conocer su opinión de la juventud cubana, las universidades y cómo valoraba el descompromiso en la más lozana generación de la Isla.
Tres interrupciones de llamadas al celular, al suyo por supuesto; mi preocupación por el aire del litoral que chocaba contra el micrófono y las personas que esperaban para el concierto, no me hicieron desistir:
–Israel ¿los jóvenes universitarios, esos que en su mayoría llenan las presentaciones de Buena Fe, ¿podrían garantizar una Cuba mejor?
“Las universidades se parecen a su tiempo, son un laboratorio social. Cada cinco años, anualmente, entran aguas limpias, salen personas formadas y entran otras con el signo de su generación. La Universidad de ahora no se parece a la que yo viví. Son muchachos de la generación de los profesores particulares, de los estratos sociales y padres que pudieron pagar esos profesores para garantizarles sus pruebas de ingreso.
Y me alarma mucho que hay carreras que comienzan a ser de los que no tienen dinero.
“Se parecen a su tiempo en cómo se proyectan, en cuanto al compromiso, con el país, con el planeta, la vida, el universo. Tienen más preguntas que convicciones. Eso está bien porque es la etapa de tener inquietudes y concebir la vida. Y ante una realidad económica que no siempre responde a sus intereses, hoy se habla en las universidades más de emigración que de pertenencia y proyectos perentorios a punto de graduarse.”
-¿Eso es una alarma encendida o apagada aún?
“Yo no estaría alarmado. Yo creo que sí es así, no absolutizo, pero hay un fuerte componente de eso. Lo contrario es engañarnos y entrar en la retórica de que todo está bien, de que aquí no ha cambiado nada. Malo es que no sepamos que cambian, que no sepamos cuáles son los síntomas para poner el tratamiento correcto.
Como cosa positiva veo entre los alumnos de la universidad a gente buena, de alma limpia, que no te engaña, sincera. Trasmiten sus inquietudes sin ponzoña, sino con ganas de encontrar repuestas que los ubiquen. No tienen “pose”, responden a menos compromisos preestablecidos. Sus posturas tienen más que ver con las dudas, que no son ni tan de ellos, sino transmitidas de sus padres: qué va a pasar contigo, con el país, cuál será tú ubicación, yo me sacrifiqué y no te pude dar lo que requería.”
– ¿Y qué les toca a ellos, según tú crees?
“Las universidades están para hacer ciencia, aprender, llenar vacíos de silencio o ignorancia. Yo digo que no son una escuela sino un estado del alma, esa manera de ver el mundo como un universo, por eso se llama universidad. En esa interrelación de muchos saberes se crece y entonces se está en mejores condiciones de tener los compromisos correctos, poder tener las convicciones correctas. En eso es lo que nuestra universidad todavía es fuerte, poderosa, en la capacidad de generar más luces que sombras. Pero hay mucho por hacer, sin deternos.”
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