Cineasta cubano Carlos Lechuga. Foto: Tomada de Facebook.

Cineasta cubano Carlos Lechuga. Foto: Tomada de Facebook.

Los pornógrafos

26 / agosto / 2019

Todo está filmado con una cámara de video de muy baja calidad, que al mismo tiempo le da una belleza distinta a la imagen. Un viejo carro ruso. Dos muchachas, una morena y otra mestiza, en el asiento trasero. Por la ventanilla pasa el campo cubano a alta velocidad. Manigua, manigua, matorral, matorral. El sonido es terrible, pero se escucha a lo lejos una canción de esas que sirven para llorar. Se intuyen dos hombres en los asientos delanteros, el chofer y el fotógrafo. Las muchachas miran en silencio. Parecen avergonzarse de algo. Un corte.

Ahora el carro está detenido. La puerta trasera del vehículo está abierta y la morena está afuera, agachada, orinando en la yerba. Una yerba amarillenta y seca. En el fondo aparece la mestiza, tiene un aire lejano, como si fuera una nativa de 1492. La mestiza comienza a hacer muecas y mueve la cintura. Otro corte.

Estamos en una especie de laguna o charca de aguas verdosas. Las muchachas ya no tienen ropa. La mestiza nada de un lado al otro con suavidad. La morena se acomoda con trabajo sobre una roca y con una cara de tragedia tremenda abre sus piernas flacas. Su sexo es prominente y está afeitado. La mestiza se acerca y empieza a pasarle la lengua por la entrepierna. La cámara se centra en la mamada y luego sube a la cara de la morena. Al parecer el fotógrafo le dice algo, que sonría.

Apenada, y sin hacerle mucha gracia, la morena sonríe. La mestiza la sigue trabajando con esmero. Un nuevo corte. Por primera vez aparece un hombre, mulato, fuerte, mucho mayor que las chicas. El hombre está con el agua al pecho, desnudo, con una lata de cerveza en la mano y parece que tiene el rabo parado. La mestiza se desliza suavemente por el agua, abre las piernas y se engancha sobre el hombre. Empiezan a moverse con placidez y constancia. Unas pequeñas olas se forman alrededor de la pareja. La cámara panea y la morena, aún en la roca, saca la lengua queriendo ser sexy. Pero no lo logra.

Todo está filmado con una distancia y un extrañamiento que como cineasta que soy me hace envidiar toda la puesta en escena. Ahora aparece un segundo hombre, más delgado, con los brazos tatuados, penetrando a la morena que con trabajo se ha ubicado en posición de gatica sobre las rocas. El flaco le da con fuerza y estira la boca como si estuviese soplando. La cámara enfoca al lado derecho y vemos a la mestiza recogerse el pelo. Sus axilas a medio afeitar. Nos mira a cámara. Nos retiene la mirada. Una mirada triste. La misma mirada que quizá tengan su madre o su padre. Padres que son campesinos. Campesinos con la piel curtida por el sol. Todo el video está lleno de pieles que no han podido ser cuidadas. Pieles que viven de sol a sol. Un cuadro azul. El agua se pixela. Los pixeles parecen formar un rostro. ¿El rostro de un héroe? A lo mejor es una especie de presagio. Quizá en estas mismas aguas hace siglos lavaron el cuerpo inerte de algún héroe de la patria.

Se reinicia la imagen y ahora vemos al mulato fuerte con la morena enganchada y la mestiza a su espalda abrazándolos. Los tres, como un flotador inflable, dejándose llevar por la corriente del agua. Corte. Las dos muchachas le hacen sexo oral al mulato. Sus bocas suben y bajan con suavidad por el miembro del tipo. A lo lejos, entre las cabecitas, vemos que el sol se está poniendo. El sol se pone y la imagen es rojiza. El reflejo naranja en el agua. Sin previo aviso se acaba el sexo. Oscurece en la laguna. Solo vemos el contorno de las dos muchachas y uno de los hombres. Nadan. Ese anochecer no solo tiene una fuerza en la naturaleza, por alguna razón sabemos que para estos seres anochece también.

El video acaba. Ya no hay más imagen ni sonido. Me pregunto qué pasa después. Seguro que se vuelven a montar en el viejo carro ruso y se retiran de regreso. A lo mejor se detienen en algún puestecito de la carretera para tomarse alguna que otra cerveza. Quizá no. Total. Ya lo que iban a hacer lo hicieron. Me imagino a las muchachas regresando a sus casas. Casas en algún pueblo del oriente (no sé por qué pienso que todo tiene lugar en un pueblo perdido). Las dos, ahora con el ánimo un poco más desinflado, de vuelta a la cotidianidad. No sé si los hombres les pagaron, o lo hicieron por diversión. Pero la diversión no se notaba en ningún momento. El documento parecía más una película del Discovery Channel sobre el apareamiento de ese animal que es el ser humano.

Me imagino el pueblo de la morena y la mestiza como la locación árida de un western. Un lugar como Banes. Donde el calor ahoga y los pocos pobladores que se atreven a salir se refugian en los portales. Un lugar donde no hay ni dónde comprarse un refresco. Esa zona ha dado mucha gente conocida y esto a veces merece un castigo. A lo mejor, al amanecer, la morena y la mestiza se refugian en un lugar abandonado y cubren las ventanas con cartones y viejos periódicos. Para evadirse, tomando ron malo y olvidando si es de día o de noche. Sin pensar si es lunes o viernes. A la espera. Esperando que llegue alguien de afuera. Alguien que les pueda contar cómo es la vida en otro lado. Una vieja amiga, que se casó con un extranjero, y ahora regresa cojeando, con una muleta.

Se me olvidó decir que, en un momento, en el agua de la laguna, en la oscuridad, se vio flotar una lata de cerveza. Esa lata, tirada con soberbia al agua, era lo único que probaba que habían estado allí. Esa laguna había visto cientos de millones de atardeceres y todavía le quedaban miles de millones de anocheceres más; y una lata era la única prueba de que esas personitas habían estado ahí.

A pesar de que este video es mucho más hermoso que muchas de las películas cubanas de los últimos tiempos, sospecho que quienes lo filmaron no tenían ninguna intención estética. Querían mostrar que se habían divertido. Que habían hecho algo diferente. A pesar de vivir en un país del tercer mundo, en crisis, estos seres querían demostrar que ellos también se divertían e incluso que vivían a una velocidad distinta al resto de la gente del pueblo. Ellos sí eran unos locos.

Pienso en la juventud cubana y cómo a veces mucha gente, con tal de pasar un rato, son capaces de lo que sea. Y no me interesa hacer ninguna anotación moral. La peliculita es bella por sí misma. Hace unos años, en una laguna como la del video, también en el oriente de la isla, coincidí con un muchacho, un guía autodidacta que, a escondidas de la policía, se dedicaba a cobrar para indicar a los turistas nacionales un camino más corto que llevaba a las cascadas. El muchacho nos brindó langosta, pescado, tostones. Él subía y bajaba al pueblo cuantas veces fuera necesario, para que los campistas pudieran disfrutar en calma. En un momento, después del almuerzo, le pregunté por su futuro. El muchacho me contó que la policía quería tirar una roca inmensa sobre la cascada para secar la laguna. Así acabarían con los jóvenes como él, que se ganaban unos pesos sirviendo de guía.

Aquello no me lo creía, cómo iban a acabar con el fluir de un agua clara y natural solamente para impedir que los vecinos de la zona se ganaran unos pesos. Pues es así, me dijo. Luego me contó que su madre estaba presa porque le había dado candela a su padrastro. Al parecer, la madre estaba viviendo con su marido en una cabaña en el medio del campo y se morían de aburrimiento. La señora sufría una especie de angustia que no la dejaba dormir bien. En una de esas noches en vela, la señora logró recuperar el sueño y entonces tuvo una pesadilla terrible en la que ella le daba candela a su marido. En la mañana, la madre del muchacho le contó al padrastro lo que había soñado, y el hombre, que se dedicaba a chapear la yerba de un centro de elaboración, le dijo que se iba a comprar un pomo de ron, porque si ella había soñado eso, él se iba a sentar en el portal del bohío a emborracharse hasta que ella lo quemara. Y así fue, él, tranquilo, empezó a tomar, y ella, como quien prende una luz, lo roció en luz brillante y le dio candela. Dice el muchacho que el padrastro ardía en llamas y no dejaba de mirar a la mujer. Lo tuve que parar, ese cuento no podía ser cierto, no era posible. No tenía sentido.

El guía me juró que sí, así había sido, el padrastro estaba tan caliente cuando lo montaron en el jeep para bajarlo al policlínico, que se hundió en el asiento de plástico negro. Todavía hoy hay un hueco negro en el asiento plástico del jeep. ¿Pero por qué se dejó quemar? El guía me respondió que a veces en esa zona el aburrimiento es tanto que, con tal de que pase algo, la gente hace lo que sea. Da igual si es bueno o malo. Lo importante es que acabe de pasar algo. La gente necesita un fin a tanto ahogo.

Ese cuentecito y la peliculita tienen algo en común, que ahora mismo no soy capaz de vislumbrar. Yo vivo en la ciudad, y aunque a veces me venza el pesimismo, sé que soy un privilegiado. Pero, así y todo, a veces me ahogo, y lo que hago es fumarme dos tabacos seguidos o voy al refrigerador y me lleno la boca de mil cosas asquerosas. Mastico y mastico y así trato de calmarme. Pero en algunas zonas y en situaciones puntuales, dramas individuales, debe ser difícil vencer la ansiedad. Si no hay tabaco, ni comida, no sé.

En mi barrio, en el medio del Vedado, los socios cuando llevan varios días sin sexo, necesitan meterse en problemas, fajarse un poco, dar un poco de golpes y así soltar lo que se tiene dentro. Todo no puede ser una olla de presión cerrada. Hay que sacar todo eso de alguna manera.

La música, los viajes, la lectura, el buen cine ayudan. Pero en un país en crisis todo esto a veces parece inalcanzable. Acá a veces la música de fondo, en las aglomeraciones multitudinarias, sirve para que se escape por allá una galleta, un tin más acá una puñalada. Accidentes de avión, choques de carro, fenómenos de la naturaleza que destruyen barrios enteros, parecen ser como señales de un más allá. Señales o simplemente una manera que tiene la naturaleza para liberar la presión. Una presión insoportable.

Por estos tiempos la gente ha perdido la ética con respecto a lo que se filma. Como cada persona tiene un celular, cada ser humano es un reportero. En el accidente del avión los que filmaban no ayudaban. En los choques de carros los que filman solo quieren subirlo a las redes, enseñarlo. Y a la gente le encanta ver esto. No sé por qué. Será que hemos estado aislados por tanto tiempo que esto es una manera de ser parte de algo. Hemos estado tan encerrados que las referencias que nos llegan vienen con un retraso y un error cíclico. En mi cuadra un día escuché este diálogo: «Asere, Braulio Boca Chula tiene ocho gigas de machetazos». Esto me llenó de dudas. ¿Cómo se llenan ocho gigas de fotos y videos de machetazos? Eso es mucho material. Eso es mucha sangre.

Yo no llego a tanto. Yo solo busco las fotos y los videos del porno cubano. El porno cubano tiene una naturalidad y una cultura propia a diferencia del porno profesional, bien cuidado e iluminado. Los actuantes tienen una verdad en el rostro. Una especie de ansiedad.

Una de mis fotos favoritas de un desnudo cubano es la de una mujer de unos treinta años que, completamente desnuda, en la sala de su casa, levanta un brazo y sonríe como diciendo: «Primo, lo máximo». En el fondo de la foto, encaramado en una silla, a punto de caerse, se ve un bebé. Es solo la captura de un momento. El momento antes de la caída.

Ni el fotógrafo, ni la modelo, ni yo, podemos salvar al niño.

 

Este texto fue publicado originalmente en El Estornudo. Se reproduce íntegramente en elToque con la intención de ofrecer contenidos e ideas variadas y desde diferentes perspectivas a nuestras audiencias. Lo que aquí se reproduce no es necesariamente la postura editorial de nuestro medio.

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Riki

Muy buen artículo,sigan así
Riki

Dunier

Me es placentero disfrutar de una buena lectura.. Excelente…
Dunier

KATRINA

Me gustó la lectura, trata de la realidad cubana con muchos detalles en ese aspecto.
KATRINA

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