A los seis años, el juego preferido de Lilian Madeleine consistía en pintarse los labios de carmín, encaramarse en los tacones de su madre e improvisar frente al espejo un baile andaluz.
Era apenas una chiquilla con dientes flojos, pañoleta azul y motonetas, cuando conoció al maestro Alden López, director de la compañía de ballet español Donaire.
Alden le enseñó a andar esbelta en las tablas, ayudó a soltar las palomas de sus manos livianas y le mostró la poesía de los cantaores. Ella aprendió a sacar música de su cuerpo, a repiquetear los tacones en la misma cadencia de sus compañeras de escena, a vibrar sobre las tablas. Y se volvió mujer en medio de tanto ensayo.
“En el año 2014 me fui a estudiar ingeniería geológica a la universidad de Pinar del Río. Un día hicieron en el teatro de la escuela un festival provincial de artistas aficionados. Yo bailé un flamenco muy sencillo pero gustó mucho. Después de la función, se me acercó un profesor de la facultad y me dijo que en la provincia nadie enseñaba ballet español. “¡Por qué no te embullas y creas tu propia compañía, muchacha!”, me incitó. Él me dio la dirección de la Casa de Cultura y emprendí las gestiones por mi cuenta”, relata Madeleine.
La noticia de la profesora habanera se extendió por la ciudad y las madres comenzaron a apuntar a sus niñas en el curso. Así nació la compañía flamenca infantil Danzare.
“Y empezaron los problemas: Primero fueron los zapatos. En todo Pinar del Río no encontramos un dichoso zapatero que supiera trabajar ese modelo cerrado, de tacón, típico del flamenco. Entonces contacté a un señor de La Habana que se dedicaba a fabricarlos. Hice un par de viajes a mi casa, me llevaba los números de calzado de las chicas y viraba cargada con un saco enorme.
“Tuvimos también algunos percances con los trajes. Las costureras del atelier desperdiciaron mucha tela aprendiendo a coser las sayas y las blusas; porque existe una forma especial de hacer los vuelos, los adornos, no es nada simple”.
Una vez concluido su primer año de estudios geológicos, Madeleine optó por cambiarse para la carrera de diseño, que solo se cursa en el Instituto de Diseño de la capital (ISDI). Por un momento las niñas pensaron que perderían para siempre a su joven instructora.
“Yo no podía dejar la compañía en el aire. Ahora me toca venir a Pinar en vacaciones, feriados, diciembres, fines de semana. En la guagua me pongo a revisar la bibliografía, a repasar las notas de clase. Mis padres se la pasan replicándome que pierdo tiempo, que desatiendo mis estudios, que voy a fracasar a ese ritmo, he tenido discusiones fuertes con ellos.
“Quiero ser una buena diseñadora pero mi pasión es el baile. Los amigos me ven por los pasillos de la escuela taconeando y dicen: “Allá va la loca aquella” y es así. El flamenco lo es todo para mí”, advierte.
Con Madeleine conversé en la platea del teatro vueltabajero José Jacinto Milanés minutos después de una gala por la celebración de los dos primeros años de su conjunto infantil Danzare. Parecía algo extenuada, pero supo disimularlo con una sonrisa, cuando algunos espectadores le pidieron posar para las fotos de recuerdo.
“Hoy corrí detrás de bambalinas más que las cuarenta niñas juntas, velando quién salía primero, quién después”, me confesó. “Les falta mucho por aprender, su técnica no está depurada, pero hicieron un buen trabajo hoy”.
“Por momentos ellas se quedaban mirándome raro, extrañadas de la metamorfosis. Es que en las clases boncheo, me río; pero arriba del escenario es diferente. Si tengo que gritarte te grito porque no vas ahí y hay toda una disciplina y un trabajo serio que mostrarle al público. Sobre las tablas tienes que dejar de ser la nenita de mami y papi para convertirte en toda una bailaora.”
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