Marisabidillas, un club de lectura para vencer el caos

Foto: IG Marisabidillas

Foto: IG Marisabidillas

En 1883 se produce un hecho trascendental en Cuba: por primera vez, una mujer se matricula en la entonces Real y Literaria Universidad de La Habana. Años después, le seguirán otras: mujeres blancas, de clase alta y media. No así de otras etnias, más precarizadas y hundidas bajo el peso de la colonia. El evento desató agrias críticas entre los sectores más conservadores, quienes temían que el exceso de trabajo intelectual convirtiera a estas mujeres en «mujeres-fenómenos», «marimachos», «marisabidillas».

París, 1871. Al otro extremo del mundo, tras la derrota francesa en la guerra franco-prusiana y la posterior abdicación de Napoleón III, 10 000 mujeres participaron activamente en las actividades de la Comuna de París. En sus demandas y reformas radicales exigieron, entre otras cuestiones, el derecho a la enseñanza: una enseñanza laica y racionalista. La prensa burguesa de la época las tildó de feas y marisabidillas por el simple hecho de saber leer.

«Marisabidilla» era una palabra que Elizabeth (Lisa) Quintana Lezcano escuchaba en su casa en El Cerro, La Habana. Sinónimo de sabionda, encarna a una mujer con opiniones. Opiniones no siempre solicitadas. Opiniones que nadie pidió, pero que ella sabe dar.

En junio de 2024, Elizabeth —una «marisabidilla» del siglo XXI, licenciada en Letras en la Universidad de La Habana— resignifica el término. Y con ello, nombra su club gratuito de lectura en La Habana. Un club que, mes a mes, reúne a unas treinta personas para leer un libro contemporáneo breve, escrito por una mujer y proveniente de otro país. Y que ha tomado por asalto las redes sociales por su estética whimsical (caprichosa, en español).

«Ya está la marisabidilla opinando sobre todo. Y más vale que se acostumbre», afirma Elizabeth

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Para Elizabeth, el confinamiento por la pandemia de COVID-19 marcó un antes y un después. En 2020, a raíz del encierro, empezó a interesarse más por el contenido de redes sociales, especialmente aquel vinculado con los libros. Fue en YouTube donde descubrió a Alejandra Arévalo, alias Soy Sputnik, una «mediadora» mexicana. Alejandra es la creadora de Libros Before Tipos, un proyecto virtual que reúne a mujeres alrededor de los libros escritos por autoras contemporáneas. 

Gracias a ese espacio, Elizabeth se acercó a escritoras como Mariana Enríquez, Mónica Ojeda, Fernanda Melchor y Samanta Schweblin. Todo un universo se desplegó ante ella.

Hasta entonces, en la Facultad de Artes y Letras de la Universidad de La Habana era habitual leer predominantemente a autores hombres. Esta práctica, sumada a su convicción de que el tiempo de lectura es finito y debe aprovecharse con criterio, la había llevado a enfocarse casi exclusivamente en lo «clásico» y «canónico», dejando de lado a autoras contemporáneas no siempre legitimadas por la crítica. Eso cambió en 2020.

«¿Por qué voy a privarme de leer a estas mujeres con las que me identifico tanto? Mujeres cercanas en el tiempo, que comparten nuestra realidad continental, que escriben de forma visceral y fuera de este mundo», se preguntó.

Gracias a Alejandra Arévalo, Elizabeth también escuchó por primera vez el término «mediadora de lectura»: aquella persona que facilita el encuentro entre libros y lectores, un puente entre la obra literaria y el público. Durante su carrera universitaria, las salidas laborales estaban enfocadas en la docencia, la crítica, la academia, o incluso la radio y la televisión. Pero nunca se contemplaba un trabajo más comunitario. Es decir, con personas no especializadas en literatura o fuera del mundo académico. 

«Me pareció un camino más auténtico para la persona en la que me estaba convirtiendo», explica Elizabeth en diálogo con elTOQUE

Elizabeth hizo su servicio social en Casa de las Américas. Durante tres años trabajó en el Programa de Estudios de la Mujer. Allí descubrió que en la década de los noventa, gracias a varias académicas mexicanas que visitaron La Habana, surgió la costumbre entre profesoras cubanas —de sociología, historia, psicología, entre otras— de escoger un ensayo dentro de los estudios de género y reunirse en Casa de las Américas para su posterior debate.

«Pensé: “Qué lindo sería no depender de programas ni currículos. Simplemente escoger un texto, vernos en cualquier espacio y debatir”. Me parecía algo tan fácil de conseguir, con pocos recursos. Solo era cuestión de interés y de crear comunidad», comenta.

«La verdad, quería un proyecto que fuera más mío. Que no tuviera que consultarse y pasar por tres niveles distintos para ser aprobado. Un proyecto con mi voz».

Ese deseo se materializó en marzo de 2024, cuando dejó Casa de las Américas en lo que describe como un acto de fe. Una tarde, mientras caminaba por La Habana Vieja con una amiga, se sentaron en la Casa de la Poesía. Elizabeth observó el lugar y pensó: «Qué sitio tan lindo. Qué bonito sería reunir un grupo aquí y hablar de libros».

Fue un pensamiento inesperado, quizás hasta intrusivo, pero actuó. Se levantó y habló con el director del lugar. Le presentó la idea que llevaba cuatro años gestando. Él le pidió que enviara el proyecto en PDF. Ella cumplió. Él nunca respondió.

«A veces no se cuentan los inicios, porque tendemos a idealizar todo y olvidamos esos primeros tropiezos. Al final, el primer encuentro no fue en la Casa de la Poesía. Pero no pasa nada. Fue especial, y aún es uno de mis favoritos», dice.

La primera reunión del club se realizó en junio, en Balcón Cero, con la lectura de la novela autobiográfica de la escritora francesa Annie Ernaux. Publicada en 2000, el libro narra su experiencia abortando clandestinamente en Francia en 1963, cuando la interrupción del embarazo era ilegal y socialmente tabú.

Ese día, quince personas se reunieron pese al mal clima, no solo para hablar del libro, sino también para desahogarse. Antes del debate, Elizabeth llevó una palangana con agua y una sonda pintada de rojo. Cada participante escribió en un papel un momento de su vida en que se sintió violentado. Los papeles se disolvieron en el agua, en completo anonimato.

Desde entonces, la metodología no ha cambiado mucho. Los libros elegidos son breves, intensos, escritos por autoras contemporáneas y centrados en la experiencia femenina. Elizabeth comprende que el tiempo de lectura es cada vez más limitado, por eso apuesta por obras que en pocas páginas generen diálogo. Libros que dejen «una espinita clavada».

Antes de cada encuentro, la mediadora prepara preguntas y posibles ejes de discusión. Pero deja espacio para lo inesperado. Las dudas sobre los rasgos estilísticos de la autora o la evolución de los personajes se entrelazan con anécdotas personales. Porque cada quien lee desde su experiencia. Y eso también es parte del propósito de Marisabidillas: ser un «tercer espacio».

Un lugar de realización y conocimiento donde personas diversas se reúnen para compartir un interés común. Un espacio que no es la casa, ni el trabajo, ni la escuela. Como las clases de teatro o los entrenamientos deportivos en la infancia, pero difíciles de encontrar en la adultez. Elizabeth siempre supo que el club debía devolver a sus participantes esa sensación de pertenencia. Más aún en la Cuba actual, marcada por migraciones constantes —el adiós a los amigos— y la precariedad de recursos y servicios básicos como la electricidad, que impactan la salud física y mental.

Eso predica Elizabeth: la lectura como forma de (re)conexión. Leer para sanar, para desarrollar empatía. Lecturas para reflexionar. Lecturas para enfrentar los apagones.

«Leer ha sido para muchos miembros del club una estrategia de supervivencia en medio del torbellino. Aunque sabemos que no todos tuvieron la calma o el ánimo para leer, para algunos fue un refugio necesario que los mantuvo a flote en la oscuridad», escribió Elizabeth en Instagram en octubre de 2024. 

Por eso, los libros del club se descargan de páginas piratas y se comparten por WhatsApp o Telegram.

«Sé que es un tema polémico», comenta Elizabeth a elTOQUE. «Conozco las implicaciones éticas de descargar libros ilegalmente. Pero en Cuba no tenemos acceso al mercado editorial internacional. Solo podemos comprar libros de editoriales cubanas o en tiendas de segunda mano. Y en estas, rara vez encuentras títulos recientes. A veces es aún más difícil encontrar libros escritos por mujeres. En cierta medida, nuestro contexto nos obliga a recurrir a esas plataformas».

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Marisabidillas cumplió un año en marzo de 2025. Durante el tiempo que ha durado el proyecto, Elizabeth, graduada de Letras, se ha convertido en community manager —algo que ya hacía antes—, diseñadora gráfica, guionista, gestora cultural, productora, realizadora audiovisual, editora y hasta un poco actriz para sostener la cuenta del club en Instagram y fomentar la comunidad. Lisa, la niña de diez años que tomaba clases de teatro, tuvo que superar a la adulta introvertida.

No obstante, agradece siempre el apoyo recibido de muchas, tantísimas personas en el camino. «Manos amigas». 

«A veces me duele decir que es autogestivo, porque realmente considero a mi madre como mi mano derecha», explica. «Mi mamá influye muchísimo en todas las decisiones, desde los captions de Instagram hasta los lugares donde nos reunimos. Me ha acompañado a hablar con directores o dueños de espacios. El proyecto sería muy distinto sin ella. Me gusta imaginarlo como un equipo de dos».

Aunque no requiere grandes recursos, como todo proyecto cultural en contextos adversos, sostenerlo implica esfuerzo, convicción y mucha entrega. Elizabeth lo dice sin rodeos: Marisabidillas no es su único trabajo, no genera ingresos y todo lo que lo sostiene es gratuito. Es, como lo define, un «proyecto pasional».

Y, sin embargo, en una Cuba que muchas veces se siente estéril, germinan espacios como este club de lectura, donde su mediadora busca contagiar el amor por los libros, no desde el deber, sino desde el deseo. Quitarle a la lectura ese peso de tarea titánica. 

Sentarse, aunque sea quince minutos. Dejarse llevar por una historia; reír o llorar intensamente, entrar en una especie de trance mental en el que, por un rato, podemos salir de nosotros mismos. «Para mí, leer es salirme de mí. Perder el control, dejarme llevar», reafirma Elizabeth.

Ese es su deseo, y también su legado: que otras personas, aún en medio del caos, puedan hacer de la lectura una forma de reencuentro consigo mismas. Su consejo es simple, pero certero para iniciar o retomar el hábito de lectura, vencer el bloqueo: elegir un libro breve y potente, escrito por mujeres contemporáneas de distintas partes del mundo.

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