carretilleros en Cuba, agricultura, aguacate, calles de la habana

Foto: Yandry Fernández.

Más exportaciones y siembras hogareñas, la apuesta de improbable éxito de la agricultura cubana

23 / noviembre / 2021

Cuando en diciembre de 2020 el entonces ministro de la Agricultura, Gustavo Rodríguez, rindió cuentas a la Asamblea Nacional del Poder Popular, los números de su informe parecían reflejar la realidad de un país diferente a Cuba. 

Sobre todo en programas como el de la agricultura urbana, suburbana y familiar. Según sus declaraciones, el 96 % de los más de 625 mil canteros existentes en organopónicos, huertos intensivos y cultivos semiprotegidos se hallaban sembrados; al igual que unos 800 mil patios y parcelas familiares (prácticamente uno por cada cinco de las viviendas existentes en el país). La escasez de fertilizantes y otros insumos, que limitaba los rendimientos, era compensada parcialmente por la extensión de las siembras, al punto de superar los ocho metros cuadrados por habitante en el caso de las hortalizas, como promedio nacional.

Traducidos al ámbito del consumo, esos esfuerzos debían equivaler a una oferta diversa y estable durante todo el año.

Como resulta habitual, aquel informe pasó el examen parlamentario sin discusiones de peso. Pero meses después, cuando la Oficina Nacional de Estadísticas e Información publicó su anuario de 2020 sobre indicadores agropecuarios y de la pesca, se perfiló un panorama menos optimista. Los datos revelaron que la cosecha de hortalizas en su conjunto se había contraído más de un 20 % respecto a los ya magros registros de 2019, y que en ramos como la cebolla y el tomate la caída alcanzaba el 25 %. Al descenso de las producciones domésticas se contraponía la prioridad otorgada por el Gobierno a la exportación de productos agropecuarios, que el jefe de Hortalizas y Cultivos Protegidos del Grupo Agrícola del Ministerio de la Agricultura (Minag), Juan Carlos Anzardo, defendía como un camino para «ganar en capacidad de liquidez»

«Continuamos abriéndonos paso en destinos como Europa y Canadá, y mientras el carbón vegetal sigue siendo el líder, el sector agrícola incursiona en otros productos potenciales. Todavía son volúmenes pequeños, pero existe un programa de desarrollo para incrementarlos», resaltaba. Al cierre del primer semestre, una veintena de empresas del Minag ya tenían permisos de importación y exportación, y 2 057 cooperativas se habían abierto cuentas bancarias para participar de esas operaciones.

Más exportación, menos importaciones y una política de precios llevada al extremo del voluntarismo fueron algunas de las variables detrás de la escasez redoblada de alimentos que sufrió la isla a comienzos del verano. Las tarimas vacías de los agromercados condicionaron las protestas del 11 de julio tanto como los apagones, las carencias del sistema de salud o las demandas políticas. Al punto de ser de las primeras en ser atendidas por el Gobierno, al menos de manera parcial. 

«¿Cuál artilugio mágico logró que, aun cuando el déficit de producción es grande, de pronto retornen los productos a los mercados?», ironizó el economista Juan Triana Cordoví a comienzos de agosto, poco después de que se restableciera el principio de oferta y demanda para el comercio no estatal de alimentos. «Si algo hemos tenido en Cuba, es múltiples oportunidades de aprender que el mercado es un fenómeno objetivo y que las leyes que lo rigen también lo son, así como sus efectos, que se harán sentir querámoslo o no».

Más que una «solución de pobres»

A mediados de octubre un usuario nombrado Pochi Najasa se congratulaba en su perfil de Facebook por la cosecha de boniatos que recién había obtenido junto a uno de sus vecinos, en una pequeña parcela de su barrio antes cubierta de basura. «Aquí no hubo reuniones ni planes, ni alguien dijo lo que había que sembrar, sino solo dos hombres dispuestos a producir», aseguró en una publicación que generó más de 400 reacciones en uno de los numerosos grupos dedicados a temas agropecuarios en esa red social.

Tal práctica ha sido defendida también por dirigentes como el coordinador nacional de los CDR, Gerardo Hernández. La campaña Cultiva tu Pedacito es desde hace meses uno de sus temas recurrentes, sobre todo cuando visita municipios rurales y comunidades periurbanas. 

A priori, no es una idea descabellada. La Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) ha llamado «a poner el foco en los agricultores familiares para cumplir los objetivos de desarrollo sostenible»; al punto de haber lanzado en 2019 la iniciativa del «decenio de la agricultura familiar», con el auspicio de la Asamblea General de la ONU. Un programa paralelo, la Agenda de la Alimentación Urbana, recuerda la estrecha vinculación entre los sistemas de abasto local y el sostenimiento de las ciudades. El «55 % de la población mundial vive en zonas urbanas y el 80 % de todos los alimentos producidos en el mundo se destina al consumo en espacios urbanos. La sostenibilidad social, económica y ambiental de los sistemas alimentarios y la evolución de las dietas urbanas dependerá principalmente de la gestión de los sistemas alimentarios en las zonas urbanas y periurbanas», concluyen los expertos de la organización. 

Con cerca del 76 % de su población ubicada en ciudades y pueblos de cierta extensión, y la presencia de dificultades endémicas en cuanto al transporte y los insumos tecnológicos necesarios para los cultivos y la ganadería comerciales, a Cuba esta modalidad productiva debiera resultarle particularmente atractiva. Mucho más si se tiene en cuenta que sus primeras experiencias se remontan a 1987, cuando Raúl Castro indicó la generalización del modelo de organopónicos que varios años antes había comenzado a funcionar al interior de las FAR. Un reporte presentado por Cuba a la FAO en 2014 aseguraba que durante ese cuarto de siglo el consumo promedio de vegetales se había quintuplicado, e incorporado a los hábitos alimentarios de todas las regiones de la isla.

Pero desde entonces esos indicadores entraron en una dinámica de estancamiento que en los últimos tres años se decantó hacia el retroceso. Así ocurrió en 2019, cuando se esperaba alcanzar una producción de «no menos de 1 200 000 toneladas de hortalizas, y avanzar en la recuperación de organopónicos, huertos intensivos y semiprotegidos». Sin embargo, la producción acumulada al finalizar noviembre (un millón 64 mil toneladas), y la tendencia seguida durante el año, hacían presuponer que los contratos apenas podrían cumplirse, y que la mayoría de las inversiones quedarían para el nuevo calendario.

La COVID-19 y sus secuelas económicas agudizaron las carencias de la red de organopónicos y granjas bajo propiedad estatal, y forzaron a las autoridades a centrar sus apuestas en los patios y pequeñas parcelas privados. Junto con algunas de las cooperativas de créditos y servicios de las franjas periurbanas, esos espacios constituyen la punta de lanza del proyecto de autoabastecimiento local promovido por el Gobierno. Pero la falta de recursos y los desajustes ocasionados por el Ordenamiento Monetario han puesto «palos a las ruedas» del proceso. 

Hace un mes el vicepresidente Salvador Valdés Mesa comprobó en Cienfuegos que, de un año a otro, la superficie de siembras con ese fin había disminuido en más de 4 mil hectáreas. Si con las plantaciones de 2020 el déficit de cosechas de la provincia rondaba las mil toneladas mensuales, en las nuevas y más adversas circunstancias la deuda con la canasta básica de los cienfuegueros se anticipa mayor. 

Aprovechar patios y terrenos baldíos es un buen primer paso, pero difícilmente baste para satisfacer la demanda insatisfecha.


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