Leonardo M. Fernández Otaño frente al ICRT, La Habana, Cuba.

Leonardo M. Fernández Otaño es agredido por trabajadores del ICRT. La Habana, 11 de julio de 2021. Foto: Facebook.

Mi celda, el camino a la Cuba futura

15 / julio / 2021

Escrito por: Leonardo Manuel Fernández Otaño

Queridos amigos:

Hoy quiero hablar sobre lo que he vivido en los últimos días. Cuando vi cómo el pueblo de San Antonio de los Baños plantaba cara al autoritarismo, sentí que no podía dejarlos solos. Salí de súbito a encontrarme con un grupo de amigos artistas, intelectuales y activistas. Lo que en un principio era un grupo de pocas personas, con nuestros temores y esperanzas en una Cuba libre de odios, se transformó en la materialización a pequeña escala de la nación. Me sería difícil narrar todos los hechos, por lo cual, apelando a mi buena memoria, trataré de compartir los recuerdos más importantes.

Solidaridad

Me dio tanta fuerza compartir con gente querida, personas que son parte de mi círculo de amigos, jóvenes llenos de talento y cubanía. Nos fuimos a las puertas del Instituto Cubano de Radio y Televisión (ICRT), allí comenzamos a exigir de modo pacífico el derecho a tener derechos: réplica televisiva, acceso a la verdad informativa, el cese de la represión y criminalización del pensamiento diferente, y solicitábamos 15 minutos para compartir con la ciudadanía estas ideas que nacían de nuestra diversidad. Debo precisar que en esa porción de Cuba convergíamos artistas, intelectuales, activistas LGTB, santeros, católicos y durakos; éramos como una Cuba con dolores de parto. Pero mi mayor grito fue la solidaridad con tantos inocentes en las cárceles (Hamlet Lavastida) con los desterrados (Karla M. Pérez), con los regulados, con los difamados, con los cubanos que en ese momento eran golpeados y despojados de su dignidad humana en las calles de mi país.

Pueden ser nuestros padres y madres, saben: la Virgen de la Caridad los mira

A la llegada de personas enviadas por la Seguridad del Estado comenzó el acto de repudio a nuestra voz respetuosa. Muchos amigos se sentaron, no sé qué me sucedió, solo sentí un impulso que nació de mi corazón y me movió a arrodillarme ante aquellos seres humanos, que seguro son excelentes padres, abuelos o tíos, muchos de los cuales han visto partir a sus familiares jóvenes de esta realidad tan difícil. De rodillas, solo pude decirles algo, no sé si alguno me escucho: «Pueden ser nuestros padres y madres, saben: la Virgen de la Caridad los mira». Esas fueron mis palabras y me encerré a rezar a Dios y a su Madre por mi país. En ese instante lo único que pude orar fue: «que nunca sea yo la víctima del odio».

Padre en tus manos encomiendo mi espíritu

Desde ese momento sentí que el camino solo comenzaba, los gritos se hacían más fuertes, las personas del acto de repudio se pasaron unas banderitas cubanas, pedí una y solo recibí un grito de negación, me paré y regresé con mis amigos que continuaban sentados. La presión se hacía cada vez más fuerte y las tropas de la Seguridad del Estado acordonaban el lugar, algunos sugirieron caminar hacia el Malecón. Me paré y caminé al ver la represión (aún me duele recordar cómo la policía golpeaba a tanta gente de bien). Me volví a arrodillar y a suplicarle a la Virgen. Pensaba en la cruz, en cómo su esperanza no es optimista, sino liberadora. Entonces llegó Verónica, una amiga muy querida, quien se puso a mi lado mientras me vociferaban todo tipo de improperio y hasta me golpeaban en las piernas. Un sacerdote me levantó e intentó sacarme de aquel lugar, pero al ver que los míos seguían sentados, regresé para compartir la misma suerte.

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Leonardo M. Fernández. La Habana, 11 de julio de 2021. Foto: Facebook.

¿Puede dormir tranquilo hoy?

De pronto, cinco oficiales de la Seguridad de Estado en un ejercicio sumamente violento me cargaron y lanzaron, como si fuera un animal, hacia un camión. Éramos seis personas quienes nos encontrábamos ahí. En ese momento uno de los policías agredió a Daniel Triana; yo, como católico, ante tanta impotencia lo único que atiné a decir fue que eso lo iba a saber la Santa Sede. Ese recurso hizo que se detuviera. En el camino todos le preguntamos muchas cosas a los oficiales, mis cuestionamientos fueron dos: ¿Dónde estaba este camión cuando a un campesino de Camagüey se le pudrió su cosecha de mangos? Oficial, ¿usted es padre, puede dormir tranquilo al pensar en toda la violencia que ha ejercido sobre nosotros, quienes perfectamente podemos ser sus hijos? Al final, el camión llegó a la estación del Vivac en el Cotorro.

Uno de los guardias le dio una bofetada (Jn. 18, 22)

Me tomo el atrevimiento de citar esta frase del Evangelio de San Juan porque es la mejor para describir el proceso de llegada a la estación. Cuando entramos, los policías destilaban mucho odio hacia nosotros, como si fuéramos criminales en serie y no ciudadanos de bien, que ejercemos nuestros derechos constitucionales de modo pacífico. Pero sin duda el peor momento fue cuando uno de los oficiales se ensañó con tanto odio en mi cruz (siempre llevo un cordón con una cruz y una medallita de San Francisco Javier); fue este signo que simboliza mi fe lo que más ira les causó. Todavía me pregunto cuánto remuerde la conciencia un Nazareno del Siglo I descartado por el poder. Como estudié Historia, sé de Derecho y le dije que en esa parte del proceso de detención era una violación a mi derecho religioso que me retiraran la cruz. Ante mi justa exigencia me lanzaron de manera violenta contra una pared y mientras rezaba el padre nuestro me quitaban mi pectoral. En ese instante mi amigo, el activista LGTB y actor Daniel Triana, los acusó de violar mis derechos de conciencia y religión, la respuesta del oficial 07869 fue una bofetada en su rostro, luego le dijo: «cállate, mierda». Sentí que Daniel y yo éramos libres de odiar, en cambio, el maltratador solo vivía preso de su odio. Esa noche recé por esos policías maltratadores. Gracias, Daniel. Ha sido un momento único en mi vida, un activista LGTB defendiendo al católico de misa dominical.

No hay patria sin virtud, ni virtud con impiedad

Al llegar a la prisión nos concentraron mientras esperábamos el interrogatorio. Llegó otro recluido semidesnudo, sin mascarilla y borracho, a todos nos generó temor su estado violento. Los policías lo provocaban para aumentar su enojo y perturbación, lo violentaban para que se vistiera. Como educador creo en la efectividad de la ternura: lo toqué por el hombro y con todo el cariño le dije que se vistiera y así hizo aquel buen hombre. Después nos llevaron a los interrogatorios, el mío fue largo (6 horas) y muy variado. El fiscal que me atendió fue empático, pues la brecha de edad era muy corta y en todo momento fue respetuoso. En cambio, uno de los altos oficiales que llegó después fue sumamente agresivo, me amenazó con expulsarme de mi trabajo y de mi doctorado. Mi respuesta fue: «Muchas gracias, oficial, sepa que allí donde sea vulnerada la dignidad del otro estaré siempre». Con el otro teniente coronel, al principio, fue tensa la relación, aunque luego el intercambio se tornó más respetuoso e inclusive hablamos de historia. Al negarme a firmar mi acta de acusación —pues lo grito ante el mundo: soy INOCENTE y se me acusa de alteración del orden público, cuando solo ejercí mi derecho constitucional al disenso y la manifestación—, me pidieron que escribiera en un papel qué me movía a estar ese día frente al ICRT, mi respuesta fue:

Creo en la solidaridad.

Creo en la reconciliación.

Creo en el disenso.

Creo en el libre albedrío.

Creo en la Casa Cuba.

Después continuó el interrogatorio y me pidieron que volviera a escribir otra idea a lo cual me negué, en su lugar escribí una máxima del padre Félix Varela: «No hay patria sin virtud, ni virtud con impiedad». Aclaro que cualquier otro documento que haga público la Seguridad del Estado con mi letra es una falsificación. Al terminar el interrogatorio retornamos a la celda y ahí nos encontramos con varios jóvenes detenidos, que nos contaron la magnitud de las manifestaciones. Quiero denunciar que una de las jóvenes detenidas era víctima de cáncer, me preocupa su estado de salud, así como la situación de un adolescente aún en minoría de edad. Luego fuimos a la celda, contrario a lo que muchos pueden pensar, ese reducido espacio fue el mejor ejercicio de libertad. Tras esas rejas estaba la Cuba del futuro formada por artistas, intelectuales, un joven guía turístico y tres durakos. Ellos crearon un ensayo de la nación posible. La noche fue larga, pero tan divertida, todo un caudal de carcajadas.

Al amanecer, llegaron los oficiales dando gritos, cual campo de concentración nacionalsocialista. Todavía me pregunto por qué tanto odio. A sus alaridos les dije que recordaran que éramos personas humanas y ellos oficiales públicos. A su regreso, volvieron los gritos y esta vez se ensañaron con el único menor de edad de la celda. Ante mi desacuerdo por aquella situación, que creía inadmisible, me esposaron por ser «cabecilla» y me llevaron a una celda de castigo. En ella permanecí esposado y bajo tres candados un aproximado de tres horas, pero confieso que no tuve ningún temor a pasar mi vida ahí, porque sentí, mediante la oración, la presencia de mi Dios. Al devolverme a la celda continuaron las conversaciones, los debates y las risas. Estos son los detalles que me llevo de esos dos días. Fueron dos jornadas difíciles, pero a la vez fue una experiencia de libertad, que me hizo reflexionar sobre la amistad social, sobre la justicia y sobre la crueldad del autoritarismo. Creo que el mejor antídoto para las mentes intolerantes es la libertad, la decencia, la nobleza y la coherencia. Muchas gracias a todos por leer mi largo testimonio y, más que todo, gracias a mis compañeros de travesía hacia la liberación.

La Habana, 14 de julio de 2021.


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