Los procónsules gobernaban las provincias romanas. Fue una magistratura que nació durante la República para representar el poder consular en las nuevas provincias. Muchos de los primeros procónsules habían compartido el consulado en Roma y al terminar su mandato el Senado los designaba para la nueva función.
Sobre las prerrogativas de los procónsules se extiende el Libro I del Digesto de Justiniano.
«Marciano, libro I de las Instituciones. Todos los procónsules luego que salen de la ciudad tienen jurisdicción; pero no contenciosa, sino voluntaria: de forma que ante ellos se pueden manumitir y adoptar los libres y los siervos».[1]
Más adelante en la obra de la compilación justinianea, otro fragmento brinda evidencias del alcance de la cultura patriarcal romana:
«Es mucho mejor que el procónsul parta a su destino sin su mujer; aunque bien puede llevarla, con tal que tenga presente que el Senado, siendo cónsules Colla y Messala, determinó que, si las mujeres de aquellos que salen de la ciudad empleados cometiesen algún exceso, sean responsables a todos sus maridos».[2]
Sobre las facultades de los procónsules continúa el Digesto:
«Debe visitar las casas sagradas y las obras públicas para ver si están firmes y reparadas, o necesitan algún reparo; y si hay algunas comenzadas, que se concluyan, según alcancen las facultades de aquella república: nombrar con toda formalidad quien cuide de ellas; y si fuese necesario, darles auxilio militar».
«§. 2. porque el procónsul tiene plenísima jurisdicción, y a él le pertenece el cuidado de todas las cosas que en Roma corresponden a los que ejercen jurisdicción, como magistrados ordinarios, o extraordinarios».[3]
Es evidente el gran poder que suponía el nombramiento en el cargo de procónsul y la enorme responsabilidad que se asumía frente a un territorio lejano, distinto y complejo.
Pero un fragmento del Digesto me llamó la atención por su sentido de control de las costumbres de algunos funcionarios romanos de recibir regalos relacionados con su trabajo público y caí en la cuenta de que no tenemos, en 2023, una norma tan clara como esta para guiar los ánimos avariciosos y «apretadores» de algunos de nuestros burócratas.
En Cuba nos hemos acostumbrado a dar y a recibir regalos para hacer que las cosas funcionen en la administración, al punto que hemos naturalizado el cohecho e incluso hemos llegado a «perdonar», de hecho, a los que compran y a los que se dejan comprar a cambio de servicios supuestamente públicos.
Veamos cómo lo veían los romanos de la antigüedad. Decía Ulpiano:
«No debe el procónsul abstenerse en un todo de los regalos, sino observar moderación; de tal suerte que no se abstenga fastidiosamente en un todo ni exceda con avaricia; lo cual los emperadores Severo y Antonino limitaron por una carta muy elegante; cuyas palabras son las siguientes: En cuanto pertenece a los regalos, oye nuestro parecer: Es proverbio antiguo que ni todos ni siempre ni de todos; porque es muy inhumano no recibir de alguno; vilísimo, recibir a cada paso; y avarísimo, admitirlo todo. Y lo que se contiene en los mandatos para que el procónsul, o el que estuviere en algún otro oficio, no reciba ni compre cosa alguna sino para el diario o cotidiano alimento, no se entiende con los regalillos, sino con aquellas cosas que exceden el uso de los manjares; antes bien estas cosas de comer no se han do reputar por regalos».[4]
La regla debía ser, entonces, que algunos regalos podían aceptarse, con moderación, para no ser descorteses con los que se desprenden de algo con buena intención. La guía que se propone a los procónsules para saber cómo comportarse frente a los regalos está en una carta de dos emperadores romanos.
Según Antonino y Severo, no se puede aceptar todo tipo de regalos porque algunos son excesivos de forma evidente; no se puede recibir en todo momento un regalo porque hay circunstancias que no pueden estar acompañadas de un premio porque harían sospechoso el servicio brindado; y, por último, no se puede recibir regalos de cualquier persona porque algunas se dirigen, con claridad, a lacerar la moral del funcionario o son proclives a la mala fe.
La carta de los emperadores lo explica mejor. Se puede recibir algún regalo porque es inhumano no aceptar alguno de alguna persona, como mismo sería muy vil recibir a cada paso uno y muy avaricioso admitirlos todos.
Es muy interesante que haya existido esta guía ética desde hace más de 2 000 años —mucho más cercana a la naturaleza humana— y que hoy se siga sin resolver el problema de la corrupción administrativa y de todos los tipos que nos rodean y nos ahogan.
Para colmo de vigencia, a los procónsules romanos se les dejaba claro (en la fuente de derecho citada) que las cosas de comer, que no fueran manjares, no se consideraban regalos. Con esto, nuestros médicos, juristas, personas dedicadas a la estomatología y profesionales de todos los servicios públicos cubanos no tendrían que sonrojarse por recibir, a veces, un racimo de plátano o un saco de yuca o un queso blanco de algún paciente o cliente, porque estos, según la sabiduría antigua latina, no eran más que regalillos.
[1] D.1.16.2, Cuerpo del Derecho Civil, o sea Digesto, Código, Novelas e Instituta, en castellano y latín, le publican, D Manuel Gómez Marín y D Pascual Gil y Gómez, Imprenta de Ramón Vicente, Cuesta de Santo Domingo, número 10, Tomo 1, Madrid, 1872, p. 64.
[2] D.1.16.4.2, Ibidem.
[3] D.I.16.7.1.2, Ibidem, p. 66.
[4] D.1.16.6.3, Ibidem, p. 65.
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