Un helicóptero rajó el cielo con anuncios de tsunami. Nunca antes Baracoa amaneció con pelos tan encrespados.
-Era 2010, el día después del terremoto de Haití –recuerda Dionny, que vivía en El Turey, un barrio periférico de la primera ciudad fundada en la isla-. Había pasado también el tsunami de Japón y el de Indonesia. El miedo estaba cebado.
La gente dejó todo para subir a las lomas. Perros amarrados, mercados abiertos, dinero en las cajas, bastones, sarcófagos y velorios que aún no terminaban.
-Cuando se regó la noticia hubo tres muertos por infartos.
-¿En serio?
-Bueno…tres y medio:
-¿Como es eso, Dionny?
-Una viejita sobrevivió a la primera alerta, pasó la noche y nada ocurrió. Al día siguiente la hija la llamó por teléfono diciéndole que decían que ahora sí venía, y ahí mismo quedó.
Ni la primera, ni la segunda ocasión el mar se tragó a la ciudad. Y la gente volvió con sus perros, puso llave a los mercados, arqueó las cajas intactas, lentamente recogió el bastón, lloró en rigor a sus muertos.
Baracoa era entonces sólo ciudad de los sustos. Y de tanto lobo anunciado hubo quien descreyó de Matthew. Este es el doble de Sandy, decían algunos, con los 11 cadáveres del 2012 en la cabeza. Sandy trastornó Santiago como ningún otro huracán en lo que va de siglo. Ahora lo hace Matthew con toda Baracoa.
Angélica es una rubita de apenas catorce años que ya ha vivido el horror de un desastre como este. No imaginaba que en las montañas de Yara, las cuevas la refugiarían a ella y a su familia como si fueran tainos.
Subieron cuando el ciclón era una promesa. Cocinaron ocultando las llamas del viento, y comieron la caldosa aguardando se acabaran los rugidos de la bestia.
Lo más duro no fue dormir sobre las rocas, la luz puntual de las linternas, el breve hacinamiento cavernario al que estuvo sometido parte de los yarenses del cuatro al cinco de octubre.
Lo más duro para Angélica fue el temporal calmado, la luz del sol asomando, y que nada revelara que aquel era su hogar, siquiera la casa de tablas en la que había crecido.
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Noelin