agua, cielo, bandera

Foto: Rachel.

Que nadie le robe el mes de abril a Rocío

5 / febrero / 2025

Rocío* vive cada día contando los meses que faltan para abril. Nunca había sentido un año tan corto y a la vez tan largo. Un año y un día que parecen una eternidad. Ese mes no solo marca la primavera, sino la fecha en que podrá solicitar la residencia bajo la Ley de Ajuste Cubano. Hasta entonces, su vida, la de su novio y la de su suegra de 65 años, transcurre en un delicado equilibrio entre la esperanza y el miedo.

«No puedes dejar de pensar en las redadas», confiesa. «Por mucho que intentes concentrarte en el trabajo o en los planes de futuro, siempre está ahí ese temor de que algo pueda pasar antes de que cumplamos el año acá». 

En un contexto de creciente incertidumbre migratoria, la situación para muchos cubanos se ha vuelto cada vez más tensa. El miedo a ser detenidos y deportados se ha intensificado, especialmente para aquellos como Rocío, que esperan alcanzar un estatus legal antes de que se cierre la ventana de oportunidades.

De la travesía a las citas de CBP One…

La travesía que los llevó hasta Estados Unidos fue larga, pero comparada con los relatos de otros migrantes, Rocío reconoce que tuvieron suerte. Salieron de Cuba con lo necesario para llegar a Tapachula, después de pagar un poco más de 800 dólares. Luego invirtieron otros 1 500 dólares por persona para hacer el recorrido hasta Ciudad de México, donde vivieron en el centro histórico durante seis meses.

Allí la espera se volvió rutina. Cada registro en la aplicación CBP One era un recordatorio de que su destino dependía prácticamente del azar. «En un inicio, hicimos el registro con una persona recomendada por una amistad que lo había hecho así y en 15 días le llegó. Para nosotros la suerte fue distinta. Luego, comenzamos a hacer los registros solos, pero nos desesperábamos y muchas veces hicimos uno nuevo en lugar de esperar, y quizás ahí estuvo el error. Al final, decidimos hacer un registro y esperar con ese sin seguir cambiando». 

En los seis largos meses de espera, Rocío trabajó en Ciudad de México en lo que apareciera, al igual que su novio. Fueron ayudantes de cocina, ella trabajó en un puesto vendiendo calcetines y luego billetes de lotería, aunque la lotería verdadera estaba en esa cita de CBP que tanto soñaba. 

Las jornadas eran largas, los pagos bajos, y la renta de 9 000 pesos mexicanos (alrededor de 438 dólares) al mes dejaba poco margen para cualquier imprevisto. A los dos meses de estar allá se la rebajaron a 7 500 pesos mexicanos, que igual representaba bastante dinero. «En México todo es por temporada. Cuando terminaba una, empezábamos otra vez desde cero a buscar trabajo».

Por suerte Rocío cuenta que la zona del Centro Histórico en la que vivían era bastante tranquila, con poca violencia, y eso les permitió respirar un poco de confianza en medio de la incertidumbre. «Es un lugar hermoso al que tengo que volver algún día, pero ya en otras condiciones, como turista». 

Finalmente, en marzo, una notificación les dio la esperanza que tanto habían esperado: su cita estaba programada para abril.

El día de la cita llegaron con el peso de todas las historias que habían escuchado sobre los cruces. Pagaron 8 000 pesos mexicanos para asegurar un traslado seguro hacia Hidalgo, Reynosa. «La seguridad cuesta», decía Rocío a su novio, mientras cargaban sus mochilas y subían al vehículo que los llevaría al puerto de entrada, considerado uno de los más peligrosos.

Llegada a Estados Unidos: parole, fecha de corte y comienzos

Horas más tarde, cuando finalmente cruzaron el puente internacional, les dieron el parole que tanto ansiaban. Pero la fecha de corte que apareció en el documento, apenas cuatro meses después de su entrada, les dejó un sabor amargo. «Ni disfruté cuando nos dijeron “Bienvenidos a Estados Unidos”. Solo podía pensar en la fecha de corte», admite Rocío.

Desde el primer día en Estados Unidos, Rocío no perdió el tiempo. Aplicó al permiso de trabajo en cuanto pudo, fue al «Children and Family», llenó formularios e hizo todas esas gestiones de recién llegados que al inicio parecen abrumadoras. Cuando finalmente tuvo sus documentos en regla y le llegó el permiso de trabajo, comenzó la búsqueda desesperada de un empleo.

«Empecé en un restaurante, pero las horas eran largas y las manos se me entumían de tanto picar pollo. Después conseguí trabajo en un Call Center. Es mejor, pero todavía no es suficiente». Mientras tanto, se adaptó a las guaguas, aprendió las rutas y enfrentó los desafíos cotidianos de ser inmigrante. «Al principio pasas mucho trabajo, pero todo lo haces con la esperanza de un futuro mejor».

Ahora, meses después, vive con una mezcla de fe y nerviosismo. La posibilidad de que se intensifiquen las deportaciones pesa sobre ella como una nube. «Espero que las medidas sean solo para quienes no tienen estatus, quienes no trabajan ni pagan impuestos, pero como están las cosas ahora, nunca se sabe».

A pesar de todo, Rocío se aferra a la esperanza. Cada día se despierta con la certeza de que haber llegado hasta aquí tiene un propósito. «No fue parte de mi sueño llegar a Estados Unidos, mucho menos de esta forma», admite. «Pero estoy aquí, y si lo estoy es porque hay algo que tengo que lograr».

La travesía de Rocío, su novio y su suegra no terminó al cruzar la frontera. Sigue cada día, en cada paso hacia una estabilidad que parece que está al alcance, pero que aún no es suya. Por eso, vive contando los días que faltan para que llegue abril.

*El nombre fue cambiado por seguridad de la entrevistada

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