Empecé a comer aguacates para inducir a mi hijo a comer vegetales. Me acogí a la licencia de paternidad para cuidar a mi hija. Les he pedido disculpas cuando he metido la pata, cuando mi madurez no fue suficiente. Le he arrebatado tiempo al egoísmo para acudir a sus juegos interminables. Me he sentido libre de no tener siempre la razón, de no tener el consejo exacto, de no tener la palabra concluyente. Me he sentido más cómodo acompañándoles en las preguntas que dictándoles las respuestas. Eso es, para mí, ser padre.
Me he permitido aceptar sus interrogantes incómodas, sus juicios, sentencias, críticas y reclamos. He comprendido que su presente y su futuro no son el espejo de mis deseos. He aprendido que sus gustos, comprensiones del mundo y elecciones no son mi responsabilidad inalienable. Eso es, para mí, ser padre.
He asumido el gusto y el compromiso de mostrarles lo que sé y creo, de procurarles un diapasón más amplio de opciones y perspectivas para que sus decisiones de vida sean todo lo libres y virtuosas posibles. He aprendido y asumido, además, que soy responsable, desde la autoridad, de educar y mostrar los límites sin violencia, y que amar, amar profundamente, no se riñe con cuidar de sus derechos y sus libertades, así como de los míos propios. Eso es, para mí, ser padre.
No me aferro a que sientan emoción o se animen a reflexionar con las canciones, los muñequitos y películas que son el telón audiovisual de mi vida. Pretendo que encuentren sus propias emociones y pensamientos en las canciones, los muñequitos y las películas que elijan. No insisto en que lleven el pelo, las ropas y las palabras como no pude hacerlo yo a su edad. Les sugiero, les propongo, les invito, les muestro, opino. Eso es, para mí, ser padre.
Serlo es un desafío a la libertad propia que se realiza, también, en la libertad de mis descendencias y de quienes abracé en el camino en similar condición. No podré abonar sus sentidos de libertad si no nos permito una relación de libertad. Ser libre es saber qué se siente, qué se desea, incluso saber qué no se quiere.
Ser libres es, sobre todo, comprender que esos sentires y deseos se viven en comunidad, en relación, en sociedad. De ahí que, ser libres es sentir y decidir el tipo de relación que esperan, también, con su papá. Tal y como papá siente, desea y procura un tipo de relación.
Asumir que la paternidad es un desafío emocional, ético, político y cultural, es la lección más importante en mi experiencia. Es una invitación al manejo de las emociones, es un sentido de vida, con valores y comprensiones del mundo, es un desafío a las estructuras históricas que castran las potencialidades liberadoras de la paternidad, es un hecho material, espiritual y relacional.
No existen manuales infalibles del «buen papá». Eso es cierto, pero sí hay un cúmulo de lecturas, propuestas y vivencias que empujan a una relación más natural de esa condición. Una relación sin las ataduras del machismo que sesga la comprensión y plenitud de este rol.
Este asunto es un desafío revolucionario que, en su hondura, tiene como meta los afectos. Desafío que pasa por las estructuras políticas, sociales, culturales, legales. En perspectiva paterna, la revolución liberadora está en redescubrir, recolocar, expandir las emociones, en sentir sin vergüenza y sin censuras. Revolución que no será completa si se reduce al mundo interior, a la opción personal, a la comodidad del egoísmo, incluso de ser y sentirse un «buen padre».
Ser padre es un tipo de relación social que desborda el vínculo exclusivo con las hijas y los hijos que son descendencia biológica; es decir, también entraña calidad en la relación con hijas e hijos biográficos.
Un dato más allá en el desafío político y afectivo de ser padre entraña que a aquel que vive una buena relación de familia, pero no respeta y protege la paternidad y maternidad de sus colegas en el espacio laboral, comunitario, eclesial u organizativo, le queda camino por recorrer. En igual sentido, ver, conocer, dialogar con experiencias de otros padres; ayuda a mirar nuestra propia condición, comprensión y actitud.
En este camino he conocido el juego y la risa que termina en un abrazo empapado de sudor con olor a carriola, también la plenitud de decir te quiero, y el placer definitivo de escucharlo, el estrés cotidiano y el temor de no hacer bien las cosas. He sentido el impulso de inventar un cuento o una canción. He sentido el dolor de la lejanía física.
En este camino también aprendí que engendrar no es la única condición para sentir orgullo, gusto y empatía con un hijo y una hija. Aprendí que el vocablo papá no es condición sine qua non para abrazar con afecto, para confluir en una comunicación íntima, para explayar una risa infinita, para acompañar, comprender y querer.
Ser padre es vivir el proceso, aceptar, aprender, y mejor, disfrutar los resultados. Comprendí que una serie de televisión (me guste o no) es un territorio cómodo para que Marcial me hable de sus cosas. Abril me pidió, en alguna que otra ocasión, que dejara el teléfono para que «le haga caso». Con Diego descubrí que un juego de ajedrez es una buena estrategia para estar cerca y conversar. Diana me invitó a bailar, es decir, a su espacio de libertad.
Esas personitas han movido como un calidoscopio, desde sus lugares distintos, mi comprensión sobre la paternidad. A veces una o uno a la vez, a veces todas las manos al mismo tiempo. Mi paternidad afirmativa es la disposición a aprender, sentir que también me han educado en esta relación. Sin saberlo, sin plantearse una ruta reflexiva o terapéutica, me invitan a ponerme frente a mí mismo, a mis miedos y límites, frente a mis mesuras y bondades, también ante mis ideas, pensamientos y creencias (racionales o no).
He comprendido, más que todo, que no podré ser mejor padre si no soy mejor conmigo mismo. No podré hablarles de emociones y su gestión si no lo vivo primero. No podré hablarles de libertad si no me fajo con mis propias ataduras afectivas, cognitivas, políticas y culturales. Eso es, para mí, ser padre.
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