Llegar hasta la casa de Roberto significa adentrarse en un barrio “complicado”. Uno de esos barrios de La Habana lleno de baches y charcos de barro, con sus esquinas atiborradas de ofrendas religiosas y donde la gente acostumbra a comportarse con una transparencia casi salvaje.
Tiene los hombros marcados por el sol, el cuello y la espalda con la tonalidad, casi, de rojo ladrillo, y la nariz muy quemada, a punto de perder la piel. Con 26 años pasa días enteros en la azotea, entrenando a sus palomas.
Roberto es miembro de una de las organizaciones clandestinas de colombofilia en La Habana. Organizaciones que funcionan al margen de ley y preparan sus propias competencias. Allí, cuenta con orgullo el joven, tres aves suyas han quedado entre los diez primeros lugares.
“Las sociedades surgen al desmembrase parte de la organización matriz y reconocida, la Asociación Nacional Ornitológica de Cuba. Algunos de sus integrantes no estábamos de acuerdo con determinadas pautas que se impusieron y decidimos crear una asociación nuestra.
“En un inicio quisimos legalizarla, pero las normas cubanas no dan espacio para que coexistan dos asociaciones con los mismos intereses. No pueden existir dos organizaciones que trabajen un mismo tema (dos asociaciones de colombófilos, por ejemplo), así que decidimos seguir sin respaldo legal.
“Cada sociedad es dirigida por un Presidente, un jefe de Suerte y Concurso y un responsable en cada municipio. Nosotros mismos mantenemos la organización y creamos un fondo con la cuota mensual aportada por los miembros. Además cuando hacemos competencias cada participante que registre una paloma debe pagar la inscripción. Todo ese dinero es usado en comprar trofeos y premios para los ganadores.
“En Cuba estas competencias tienen tres modalidades: de exhibición, donde se premia la belleza o porte del ave; de distancia recorrida y de conquista o robo. Yo compito en la última y lo hago como un hobby, pero para algunos la paloma es un modo de vida, una manera de generar dinero.
“Hay criadores que no trabajan en otra cosa y viven de la venta de sus palomas. Las blancas, por ejemplo, las compran mucho para brujería por 60 pesos MN. Hay otras de mejor linaje que pueden ser vendidas en 15 CUC si son pichones o hasta 50 ya adultas.”
Roberto, aunque vive en el Cerro, prefirió integrarse a una de las sociedades de Guanabacoa, para alejarse de los engaños que dice haber visto en su barrio.
“Ganar una de estas competencias clandestinas le da prestigio al palomero y le permite vender más caro sus ejemplares. Entonces surgen las trampas en los torneos y las estafas. Aunque parezca improbable, para personas ajenas a la colombofilia, he visto comprar pichones a cambio de mil CUC y luego llevarlos a Miami. Ese mercado en el trasfondo de las competencias está afectando la transparencia de una tradición que tiene mucha fuerza en la capital.
“Tal vez por eso hay opiniones de que los palomeros somos vagos, delincuentes, gente marginal. Pero esa imagen es un estereotipo: yo soy bibliotecólogo, y quien redactó los reglamentos de la sociedad es abogado. Tenemos ingenieros, deportistas, médicos, herreros, choferes… y también muchachos que viven del invento. Pero es que todo eso es Cuba”.
Roberto comenzó su “hobby” a los 8 años, con solo cuatro ejemplares. Poco a poco ha ido creando su propio linaje, anilladas con su nombre, y hoy cuenta con más de 60 aves que prepara para la faena de conquista o, lo que es lo mismo, seducir a otras palomas en el aire y llevarlas hasta su territorio.
Su palomar es inmenso. Uno de los más grandes que he visto en el Canal. Dentro, me sorprenden algunos libros de colombofilia junto a decenas de cajones numerados, que a su vez tienen dentro parejas criando, machos listos para el robo, huevos a punto de romper.
A la entrada de la azotea, este muchacho construyó un mirador desde el cual contempla todo el rito de seducción de las aves. Aunque dice preferir los primeros vuelos de las palomas jóvenes que libera cada tarde. “Estos animalitos aprenden a reconocer su entorno, se adaptan a él y siempre regresen a casa Te muestran lealtad”.
También desde su mirador se puede ver el Canal del Cerro, o al menos la mayor parte de él. Un barrio de La Habana donde es común construir palomares sobre los techos de casi todas las casas, donde sin importar la hora o el clima siempre hay palomas sobrevolando el cielo. Algunas irán a la próxima competencia.
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