En el proyecto Corazón Solidario reciclan la cera para hacer nuevas velas y comercializarlas. Foto: Sadiel Mederos.
Hacer jabones y reciclar restos de velas: soluciones ante la escasez en proyecto Corazón Solidario
20 / enero / 2021
Gilberto Rojas recibe en la puerta a las personas. Habla despacio y con educación. Explica un poco del lugar y de lo que hacen allí, trae y lleva recados, guía a los visitantes. Es un hombre respetuoso, humilde. A simple vista nadie imagina que padece esquizofrenia paranoide. Hace años no tiene una crisis.
Sentado en una pequeña mesa de la entrada a la casa 412 de la calle Maceo en Santa Clara, Gilberto muestra estampitas de santos, velas de colores, aretes, collares, pulseras y paqueticos con pan rallado. Siempre hay alguien que mira hacia adentro con curiosidad, preguntándose qué pasa ahí. Otros compran algún artículo. Los precios, tan baratos, no parecen de estos tiempos.
El proyecto Corazón Solidario atiende a una veintena de pacientes con trastornos siquiátricos. Por 18 años les ha enseñado a convivir con su enfermedad y a sentirse útiles. En esta especie de “hospital de día” apadrinado por la Iglesia Católica han logrado sobreponerse a los estigmas sociales y a las adversidades que ha traído la pandemia.
Sin perder la vocación de servir
Alrededor de una mesa del patio los pacientes ayudan a sacar los “nuevos” jabones de sus moldes. Tienen forma de corazón, estrella, figuras geométricas. Usualmente estos moldes se usan para galletas, bombones, confituras. En Corazón Solidario se convierten en recipientes para jabones, velas y otros objetos.
Desde que comenzó la pandemia, para el proyecto ha sido más difícil acceder a alimentos, productos de aseo, material para las manualidades. La venta de artículos de aseo como el jabón y el detergente —los más necesarios para el trabajo de la casa— está regulada por la libreta de abastecimiento en Santa Clara. Solo se venden por núcleo familiar y en tiendas en moneda libremente convertible (MLC).
“Nos cuesta, pero hemos encontrado maneras de subsistir”, cuenta Víctor Cuevas, al frente del proyecto. “A veces algunas personas nos regalan jabolina —jabón en forma líquida—, y lo ligamos con astillas de jabón, lo derretimos y ponemos en moldes. El detergente también está escaso pero mucha gente, gracias a Dios, nos ayuda”.
Cuenta Víctor que para ahorrar los artículos de aseo llevan un control y organización estrictos de estos productos. “Por ejemplo, antes el detergente estaba en un lugar común y se cogía lo que hacía falta, pero ahora lo tenemos controlado. Si no damos sopa no ponemos cuchara en la mesa, solo tenedor y cuchillo, y así ahorramos a la hora de fregar”, dice.
Aunque lograron que una empresa estatal les vendiera 40 panes a diario, el acceso a los alimentos es hoy también una de sus principales preocupaciones. Aun así, no han dejado de ofrecer desayuno, merienda y almuerzo para todos, y comida para quienes viven solos.
“La libra de frijoles subió de 10 a 25 CUP y nosotros no tenemos ingresos que cubran el aumento de los precios”, explica Víctor. “Antes el potaje lo servíamos en un pozuelo aparte. Hoy lo echamos encima del arroz y así ahorramos frijol y nos evitamos tener que fregar más. Si el pollo no alcanza para todos, lo hacemos una sopa, etc.”.
Productos que antes normalmente no se compraban también pasaron a formar parte del menú. José Elier Gómez cuenta que suele comprar raya en una pescadería cercana. “Bien cocinada sabe muy bien”, dice.
Aunque no es un sitio donde sobresale la abundancia, en la casa de Corazón Solidario hay para todos. Algunas personas que conocen del trabajo en este lugar les donan alimentos, ropa, aseo. No es que les sobre. En estos tiempos a muy pocos les sobra.
“Nosotros nos conformamos con lo que la gente comparta con nosotros. Siempre será más de lo que teníamos antes”, agradece Víctor. “Nos apretamos para compartir y ayudar. Al final eso es lo que queremos que la sociedad haga con los pacientes con trastornos mentales: que los ayude”.
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En Corazón Solidario se recicla de todo
Víctor se mueve de un lado a otro. No para. A simple vista su hiperactividad podría recordar la esquizofrenia que hace 20 años le diagnosticaron. Pero la única locura de Víctor es su proyecto. Habla con pasión de Corazón Solidario, pero piensa primero cada una de sus palabras. Hace tiempo, cuando estaba “en la sala de agudos” aprendió a ser cuidadoso.
Ha costado sentarlo por media hora en su oficina. Lo interrumpen una y otra vez: algún familiar de un paciente quiere saludarlo, alguien necesita un medicamento, un vecino trajo una donación, hay un asunto por consultar.
En trozos de papel picados —reutilizados— y sujetos con una presilla, Víctor lleva las cuentas: ingresos, gastos, préstamos, devoluciones. Para él la transparencia en las cuentas es vital cuando se sobrevive también gracias a la ayuda de otras personas.
“Si está todo claro, la gente sabe en qué se usa el dinero que donan y lo siguen haciendo. Aquí no tenemos nada que esconder y nuestra máxima es la del reciclaje”, explica mientras señala las hojas usadas por una cara.
El cierre de los aeropuertos y la disminución de los vuelos desde el extranjero disminuyeron la entrada de los recursos con que hacen las manualidades. Sin embargo, los miembros del proyecto no han dejado de estar ocupados y ser útiles.
“Como no tenemos parafina para hacer las velas, algún sacerdote de una iglesia o las mismas personas que las compran nos traen los restos de la cera y los reutilizamos”, dice Víctor. “También vendemos pan rallado. Algunas personas nos traen el pan que les sobra y lo tostamos en el horno, lo rayamos y empaquetamos. Vendemos cada paquetico en 5 CUP”.
En la puerta de la casa Gilberto Rojas menciona todos los usos que se le pueden dar al pan rayado. “Por su precio módico varias personas pasan y lo compran”, dice.
Corazón Solidario sirve a la comunidad no solo con estas manualidades y ventas, sino también con los productos de su pequeño organopónico. Los vegetales que les sobran también los venden a los vecinos, a precios casi simbólicos.
“Aprovechamos ese dinerito y algunas donaciones, que no dan para mucho, para darle un estipendio a cada uno de los pacientes, y claro, pagar a los trabajadores. Los enfermos necesitan verse protegidos y sentir que tienen un estímulo”.
La escasez de sicofármacos también ha sido un duro golpe para el proyecto y sus miembros. Víctor cuenta que toma pastillas que vencieron en 2016. Como no han cambiado su color y textura todavía parecen ser efectivas para el control de su enfermedad.
“También recibimos medicamentos que nos donan algunas personas, gracias a ellos nuestros pacientes a veces encuentran aquí lo que necesitan. Otras personas también llegan hasta la casa buscando medicamentos”.
Hace apenas unos meses, cuando la COVID-19 no había enmarañado la vida de todos, los pacientes de Corazón Solidario recogían las botellas de cerveza Heineken botadas en las calles y envasaban vino seco. Quitaban la etiqueta de los Países Bajos y aprovechaban el pegamento restante para pegar las suyas. También recogieron viejos pomos de boca ancha con el sueño de hacer vegetales en conserva, pero nunca lograron que alguien o alguna empresa les vendiera el vinagre a precio módico. Sin embargo, no han renunciado a ese sueño.
“Estamos en momentos en que no podemos quejarnos tanto, ni pasarnos la vida lamentándonos”, dice Víctor. “El Papa Pío xii solía decir —parafraseándolo— ‘acción, no lamento, es el precepto del momento’. Las lamentaciones son una autoagresión diaria. Hay que seguir adelante. La COVID-19 nos ha virado el mundo a todos”.
Los “otros” efectos de esta pandemia
Según un estudio de la Cruz Roja, la COVID-19 ha afectado sicológicamente a una de cada dos personas y ha agravado las enfermedades mentales existentes. Los siquiatras han alertado que tras la COVID-19 viene una epidemia de trastornos de salud mental.
En Villa Clara, donde los ingresos por siquiatría superan la media nacional, Víctor Cuevas pensó que a sus pacientes, tras 7 meses en sus casas, les costaría adaptarse nuevamente a las dinámicas del proyecto.
“Durante la cuarentena les llevamos almuerzo tres veces a la semana a los más vulnerables”, cuenta Víctor. “Gracias a la generosidad del obispo, a veces también podíamos ayudar a sus familiares”.
Ninguno de los miembros del proyecto Corazón Solidario ha enfermado por COVID-19. Aunque a algunos les fue más fácil que a otros volver a la rutina de la casa, hoy todos respetan el horario, las actividades y las responsabilidades programadas y publicadas en el mural del patio interior.
Incluso las nuevas normas de higiene para evitar el contagio por el nuevo coronavirus son cumplidas a cabalidad. “Cambiamos las toallas del baño, usamos el nasobuco, no andamos pegándonos”, cuenta Yunior, un joven ingeniero mecánico. Baja la cabeza y vuelve a concentrarse en su celular. Sonríe para sí.
Según el anuario estadístico del Ministerio de Salud Pública, en 2018 se realizaron 974.044 consultas externas de siquiatría —8.7 por cada 100 habitantes—. Parecería un número pequeño, pero es casi el 9 % de la población cubana. En Villa Clara, una de las provincias con mayor cantidad de hospitales siquiátricos del país (3 de 19), las consultas externas fueron 4.500 y en cuerpos de guardia de asistencia médica unas 8.200.
En Corazón Solidario muchos han logrado autodiagnosticarse ante una posible crisis y buscar ayuda, pero otros se descompensan ante las responsabilidades del hogar —muchos cuidan a sus padres ancianos o enfermos— o la desatención de la familia.
“El objetivo de la casa es que aprendan a valerse por sí solos y aprovechen sus habilidades. Lo que han aprendido aquí les ha permitido superar este momento tan difícil”.
Ser útil no es una locura
Iraida lleva el control de la contabilidad. Tiene habilidades en la computación. Por esa profesión viajó varias veces al extranjero. Hasta un día, cuando se deprimió profundamente. Ahora encuentra refugio en Corazón Solidario, aunque parte del tiempo lo pase sola, en una oficina, haciendo cuentas y ecuaciones.
“Las personas te estigmatizan y para ellos siempre serás la loca” dice Iraida. “A veces, es hasta difícil encontrar algo que hacer porque temen dar trabajo a alguien con trastornos mentales. No hay opciones para nosotros. Aquí he logrado sentirme útil”.
Como Iraida, 605.879 cubanos padecían depresión en 2015, según un informe de la OMS. Tal cifra ubicaba a Cuba en el tercer lugar, por países del continente, con mayor prevalencia de este padecimiento.
Iraida recuerda los talleres de trabajo manual que existían en Santa Clara para personas con alguna discapacidad. Allí podían ocupar su tiempo y aprender un oficio, pero hoy la mayoría de estos espacios ha desaparecido.
Víctor insiste en la importancia de crear opciones en la sociedad para dar utilidad a estas personas. Según cuenta, algunos pacientes han logrado encontrar trabajo como mensajeros, limpiadores de patios y otros oficios.
“Si el Estado diera incentivos a emprendedores y disminuyera sus impuestos, si contratan a personas con discapacidad, sería una excelente oportunidad para quienes padecen enfermedades mentales controladas”, explica. “Como no existe ningún programa de ese tipo, los dueños de negocios y empresarios no quieren correr riesgos y para los pacientes es casi imposible conseguir trabajo”.
Por tal motivo, en Corazón Solidario siempre encuentran alguna forma de tener ingresos que —repartidos entre las necesidades y gastos diarios de alimentación, aseo y medicamentos— les permita a los pacientes tener un modesto estipendio a fin de mes.
Algunos como José Elier reciben más que otros. Él tiene siempre las manos sucias. Lo llaman el showman del grupo, por esa capacidad de hacer casi cualquier cosa. Es sociólogo, o lo fue, antes de enfermarse por estrés laboral.
Aunque son como una familia, Víctor sueña con que dejen la casa y puedan encontrar un trabajo digno que les permita independencia económica. Sueña con verlos desayunar en la mañana y luego, en una guagüita, repartirlos por varios sitios de la ciudad, donde puedan cumplir, al menos, media jornada laboral. Luego recogerlos y volverlos a reunir, a la hora de almuerzo.
Corazón de puertas abiertas
Es “día de pago”. Osdanis ha recibido ropa nueva que decidió estrenar al instante. Le han descontado el vestuario de su estipendio mensual. Está conforme. Él no es de los más trabajadores, pero aquí hay espacio para todos. Quiere saber qué hacemos, salir en cámara, cantar una canción de José Luis Perales.
En la terraza, uno de los pacientes toca un piano electrónico. Ningún trastorno mental le ha hecho olvidarse de la música. Martica intenta recitar de memoria la receta del flan de calabaza. No lo logra, tampoco se avergüenza. En el taller de terapia ocupacional Marilyn desenreda una bola de estambre. Ninguno oculta su nombre ni su padecimiento. Allí generan aceptación, utilidad y esperanza.
Es viernes y pronto todos irán a casa. Sin embargo, para Víctor Cuevas la semana de “trabajo” no termina. Durante sábado y domingo visitará a algunos pacientes, supervisará que quienes viven solos se tomen los medicamentos.
Mientras revisa que todo quede limpio y en su sitio, Víctor sueña con la posibilidad de acceder regularmente a algunos víveres y productos de aseo con que mejorar la atención de los miembros del proyecto; sueña con una sociedad donde haya mayores oportunidades de ocupación para las personas con una enfermedad mental.
La posibilidad de hacer realidad sus anhelos podría estar más cerca de lo que imagina. Desde la casa 412 de la calle Maceo se ve la entrada del Gobierno Provincial de Villa Clara. Basta cruzar a la otra acera. Las puertas de Corazón Solidario siempre están abiertas.
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