Una tarde, para cobijarme de la lluvia repentina, entré accidentalmente a la que resultó ser la sede del Teatro Guiñol de Remedios. Dentro de la salita llovía también, y los jóvenes artistas habían detenido su ensayo para resguardar algunos títeres y elementos escenográficos de las filtraciones del techo. Uno de ellos me aseguró estoico: “mientras más difícil te resulta lo que haces, más lo amas”. Entonces nació esta historia.
Fue en 1967 cuando unos “juglares locos” guiados por Fidel Galbán comenzaron a actuar para los niños en el municipio de Remedios, al norte de Cuba. Aquellos inusuales actores que parecían chiquillos ganaron tantas sonrisas y aplausos que en un par de años fundaron el primer teatro guiñol surgido en un municipio cubano. Desde entonces el Rabindranath Tagore, ha sido otra leyenda para la octava villa fundada por los españoles en Cuba.
Integrada mayoritariamente por jóvenes, hoy la compañía se debate entre lo que ha sido y lo que será. Tras el fallecimiento de su fundador, un nuevo director se siente tan contento como desafiado: “Mi viejo me dejó una “papa caliente”, puso el listón bastante alto”, asegura Miguel Ángel (Miki) Galbán, quien a pesar de su juventud ha acompañado al guiñol remediano en la última década.
“Papi estaba muy enfermo y no podía ya con este ritmo de trabajo. En cambio, nosotros somos jóvenes, tenemos fuerzas y ganas de crear, aunque también inexperiencia. Pero no solo tenemos que crecernos ante retos profesionales, sino también ante otros pesados obstáculos que van desde las carencias materiales hasta la desidia, o la falta de apoyo institucional”, explica con inalterable sonrisa.
Estoy a punto de objetarle, sabiendo del reconocimiento con que cuentan en el territorio o viendo la salita aquella de casi 150 palcos y que sería la añoranza de otros grupos, cuando él añade: “Por ejemplo, estamos prácticamente sin techo. Lo vas diciendo y nadie te hace caso, y hasta que no se cae el techo no te prestan atención. Claro, sabemos que existen otras prioridades y necesidades, pero no estamos hablando de imposibles, solo de no dejar caer lo que tenemos”.
Entonces refiere la necesidad de una mayor autonomía para acometer proyectos e iniciativas nuevas que le permitan gestionarse los recursos de manera independiente. Pero asegura que lo peor es cuando la dejadez interfiere en la propia creación: “La dirección de Artes Escénicas, por ejemplo, es un mecanismo infernal que vive de nosotros, ayuda bien poco, y solo nos ofrece trabas y 3 mil pesos (120 dólares) al año. Presupuesto que no alcanza para lo más mínimo y que muchas veces tampoco podemos emplear porque es dinero virtual”.
Galbán asegura que gracias a amistades o traficando favores se las arreglan para conseguir un metro de tela, o un pedazo de madera: “Porque quienes nos dirigen o pueden ayudarnos no valoran muchas veces la importancia de lo que hacemos”. Incluso, de sus magros salarios los actores reúnen 10 pesos cada mes para mantener el techo en su sitio.
“Hoy es más necesario que nunca hacer teatro para niños, y no solo por oposición a los videojuegos o el audiovisual, sino porque la situación que se vive en el país es muy compleja, y si los adultos no entendemos muchas veces lo que sucede ¿que quedará para los niños?”, señala.
Miki valora más el trabajo de su grupo desde que tuvo la oportunidad de vivir y trabajar en el exterior. “No nos engañemos, allá lo primero es el dinero. Si no llenas el teatro la obra no sirve. Nosotros aquí tenemos el mejor de los públicos. Cuando vienes a un pueblito como Remedios, y te tropiezas con jóvenes actores como Dianela, Dayli o Yuniel, que cobran 640 pesos (25 dólares) al mes, que tienen hijos pequeños y mil dificultades, entonces te preguntas ¿cómo es posible tanta dedicación? Y la razón es una sola: trabajamos por amor”.
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