Asentamientos ilegales afectados por el huracán Irma
¿Tendrán derecho a ayudas los asentamientos ilegales?
14 / septiembre / 2017
¡Vete para el Gobierno! —le dice su mujer. Pero Rolando no atina a más nada que a darle vueltas a la casa por las cuatro esquinas tratando de sacar algo de lo que el viento le dejó. Los árboles que primero ocultaban aquella “obra ilegal” de la vista de los inspectores, se tragaron el tugurio donde vive este jubilado con Leovigilda y su perro.
Brisas del Oeste se llama este reparto, pero no fue una leve brisa lo que del poniente llegó. El Huracán Irma también se ensañó con Santa Clara, a pesar de no encontrarse en la costa norte de Cuba. Buena parte de las 13 mil viviendas afectadas y los más de 800 derrumbes totales de Villa Clara se produjeron en la vieja capital provincial, que cuenta con uno de los fondos habitacionales más deteriorados de todo el país.
A ello se suman los asentamientos ilegales, casi siempre entendidos como tumores citadinos que hay que extirpar antes de que hagan metástasis por cada punto cardinal. Gente que un día llegó y plantó al margen de la ley. ¿Qué pasará con ellos? ¿Figurarán entre los damnificados? ¿Recibirán ayuda del gobierno para reparar lo que nunca debieron construir?
Rolando no tiene respuestas. Él sabía que ahí no podía vivir, sabía que era ilegal, sabía que en cualquier momento le podrían demoler su casa, pero también sabía que si levantaba cuatro paredes en tiempo récord y se metía dentro, era mucho menos probable que lo desalojaran después. Y así lo hizo. Y por eso la casita era de tablas, con planchas de zinc, plástico, bagazo y cartón. Todo cuanto sirviera para tapar un hueco era pared.
“Habíamos comprado algunos muebles —se lamenta ella, mientras dice ver entre las rendijas el escaparate hinchado por el agua—, nos quitaron la tendedera y nos pusieron un contador para regularizar el servicio de electricidad, pero esto sigue siendo ilegal,” me explica antes de espetarle a él: ¡Dale para el Gobierno!
Y él no la escucha, tiene la rabia presa, hace movimientos descoordinados y no sabe como sacarse de encima el alud de preocupaciones con que Irma lo sepultó. No imaginó que esto podría pasarle.
No tenían permiso para construir, porque según le dijeron no existían allí las mínimas condiciones de habitabilidad para hacer una casa. Pero ¿dónde podía Rolando levantar un techo?, ¿dónde encontrar ese sitio a medio camino entre la supervivencia y la legalidad?
“Si bien no éramos legales llegó un momento en que se hicieron los de la vista gorda, y nos dijeron que nos quedáramos, pero que nosotros mismos impidiéramos que llegaran y plantaran otros más. Nos explicaron que sería más probable legalizarnos un día si esto no seguía creciendo”, asegura consternado.
Sin embargo, no les permitieron mejorar demasiado aquellas chozas. “Con un techo más fuerte la casa habría soportado”, se queja él mientras contempla en torno suyo un ambiente desolador.
No solo es la de Rolando, sino una veintena de casuchas donde viven jubilados como él, matrimonios jóvenes, estudiantes y niños, emigrados del oriente del país y de otros municipios cubanos que se establecieron aquí, entre la maleza, y al borde de la carretera que circunvala la ciudad del Che.
“Mira, allí sí existen las condiciones de habitabilidad requeridas”, ironiza otro vecino mientras señala una formación de edificios biplantas que se construyen a solo 100 metros del lugar. “¿Tú crees que serán para nosotros?”, sonríe con rabia.
“No pierdas más tiempo y ve para el Gobierno”, vuelve a gritar Leovigilda a su esposo con ambas manos aferradas a la nuca.
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comentarios
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adrián
Y sé que en algunos casos los han reubicado a mejores lugares. pero nada, El Toque cumple su función. Libelo.